El whisky, una adoptada bebida patria. De los monjes irlandeses saber que Venezuela iba a estar entre los ocho primeros consumidores del mundo de su religiosa bebida fermentada, capaz en la época de la colonización hubieran migrado masivamente. Somos el mayor comprador de América Latina, por tanto, si me lo permiten, me atrevo decir que es un asunto de Estado.
Los fenómenos sociológicos son aquellos acontecimientos que impactan en cierta manera, positiva, negativa, constructiva, destructiva u ordinariamente, la vida de las sociedades, asentándose en ella en un período de tiempo que sólo esta colectividad determina.
Como sociedad, hace años Venezuela determinó que era el whisky el marcador de muchas pautas nacionales. En el ideario nacional se premia no al padrino que alquiló el festejo, ni el papá que compró las costillas para la parrilla, o la madre abnegada que hizo los bollitos, yuca asada o laboriosa ensalada con suculento aderezo, sino al tío que se apareció con las botellas de whisky. ¡Aplausos para el tío! ¡Busquen la mejor silla que llegó el hombre con la caña! Así es la patria de Bolívar, ¿o me equivoco?
Sin embargo, como en la actualidad hasta lo más sagrado ha sucumbido a las deformaciones de una trastada económica que se puso hace ya trío de décadas, afincada a toda mecha en los últimos tres lustros, la inflación disparó con fuerza esta costumbre venezolanísima.
Somos la nación con mayor tasa de homicidios por cada mil habitantes, y también la que más litros de whisky consume per cápita en toda la región. Ni los superávits chilenos, crecimientos colombianos o peruanos, éxitos panameños o agigantados pasos mexicanos, nos han superado en esto.
El ciudadano venezolano promedio, humilde y sin mucho que ofrecer en la sencillez de su hogar, aspiraba en navidad poder comprar un par de ejemplares de 12 ó 18 años para adornar la mesa y compartir en familia. Esta navidad se verá los cambios, la escasez y altos precios transformarán la dieta líquida de fin de año.
Apenas el pasado diciembre en Margarita con 90 ó 100 Bs podías comprar una botella raya roja para completar la fiesta. Ese “algo especial” hoy oscila en el mismo anaquel por algo más de 250 Bs y en tierra firme supera cómodamente los 440 Bs. Una botella de lujo azul, dorada o con impactante estuche llamativo ya superó el sueldo mínimo nacional. Tenga usted una idea de a dónde llegan estos linderos.
Escuché mucho en la calle: “cuando el gobierno se meta con la caña ahí sí es verdad que se va a caer” o “con mi caña no te metas, Chávez”. Lo cierto es que no sólo se metieron, sino que alteraron ese fenómeno sociológico hasta 2012 bien cuidado pero que en la precaria gestión del “mientras tanto” se ha deshilachado cual hoja de palma.
En 50% ha descendido la venta de este tipo de licor según la Asociación de Licoreros de Caracas. Las divisas entregadas a cuenta gotas reducen el nivel de importación. Por eso la gigantesca afectación en la cultura venezolana. Dirán los bebedores, ¿qué carajo es lo que se produce en Venezuela? Pues ron. Nadie nos manda a enamorarnos de líquidos dorados escoceses.
En lo que va de 2013 el ron se ha ubicado como el licor de mayor crecimiento nacional. Aunque sus precios suben en proporciones iguales a la cerveza y otros productos, sus presentaciones Premium se perciben hoy en el mercado como una oferta de “estatus”. Ese mismo “estatus” que la gente aspira al tener un vaso de whisky en las manos. Y por ahí va la cosa. Sociología venezolana, de la frustración a la adaptación. Todo menos dejar de tomar. Será con ron que pasemos estos ratos amargos.
Ángel Arellano
@angelarellano