“Hemos afrontado siempre el dilema de que lo que somos, lo que nos ocurre, nuestro comportamiento, nuestro ser histórico no se corresponde con nuestros libros, con nuestro verbo, con nuestra palabra, con nuestras instituciones, con nuestras leyes y códigos”. “No vivo en un lugar, me limito a utilizar un lugar”. José Ignacio Cabrujas.
Al leer frases del maestro Cabrujas, provoca tomarse un café bien fuerte, reposar los pies en alto y dejar volar un reflexivo pensamiento sobre lo que nos está pasando a los venezolanos. Más allá de las opiniones de políticos, expertos, profesores, médicos, y cualquier mortal que le duela este tricolor; dentro de cada uno de nosotros se genera una idea, tal vez vaga, tal vez no. Lo cierto es que nos preocupa en unísono la situación del país.
Ahora, el momento no es para lamentarse o “enguayabarse”, más bien he propuesto a mis más allegados cada vez que abordamos estos temas, que lo mejor es no abandonar la lucha individual por lo que uno es, pues en ese mismo momento nos perdemos, en esencia principalmente. Si revisamos la historia de quienes han vivido, incluso eternamente, durante toda su existencia quiero decir, situaciones de infortunio, escasez, hambre y tiranía en sus gobiernos, han destacado de esas vivencias, aquellos quienes han hecho inherentes a su ser, los propios principios humanistas que defienden la vida y el respeto a los derechos mínimos de las personas.
¿Cómo desapegarnos de lo que realmente somos?, eso es imposible, dejaríamos de existir. Pero es que allí mismo va la cuestión que me lleva a tomarme un guayoyo doble, es pertinente preguntarnos si ¿nosotros en realidad creemos que podemos tener un mejor país?, o es que los venezolanos sienten que esta realidad nunca cambiará? o por el contrario en alguna de sus noches, han soñado vivir en ciudades en orden, limpieza, caminando de noche por las calles, sin temer a que la violencia te arranque la vida de un zarpazo? La pregunta es, ¿realmente nos hemos permitido soñarlo?.
Más que un sueño, habría que descifrar si se ha tratado de un deseo colectivo; ya que muchas veces se ha tildado al venezolano de ser “conuquero”, es decir, defender su pequeño territorio, su conuco, su modus vivendi y listo, sin dejar que le afecte lo que ocurre alrededor y si el resto está desvinculado de su crecimiento y desarrollo. Tal vez es una concepción un poco egoísta, sin embargo, como todo, no puede aislarse ese punto de vista a una posición extrema, sino por el contrario, nos puede sorprender el resultado de un profundo análisis sobre el comportamiento que tenemos como ciudadanos en estos últimos tiempos.
Sin duda, los procesos vividos recientemente sobre el acontecer político, económico y social nos han movido las bases como sociedad. Sin embargo, cabe preguntarse hacia donde hemos ido. Porque lo cierto es que a ningún rumbo pudiéramos ir sin que nuestra brújula no lo tenga codificado antes. Es decir, si llegamos a esta crisis, es porque muy en el fondo de cada uno de quienes la protagonizamos tenemos heridas que atender, sentimientos que revisar y sobretodo reconciliar la idea de un país que nos cobije a todos sin discriminarnos ni atacarnos entre nosotros mismos por pensar diferente o soñar en diferentes tonos.
No somos el único país que ha pasado por semejantes momentos límites, seguro que no. Al revisar brevemente la historia de democracias débiles, en regímenes populistas y caudillistas que se mantienen vivos, mientras la mayoría ve cercenados sus más esenciales derechos, se ha visto en varios rincones de este planeta. Sin embargo, lo que si nos toma por sorpresa es que la patria de Bolívar, ha parido maravillas, seres humanos extraordinarios, recursos naturales envidiables, talento deportivo, un caballo viejo que nunca dejara de cantar su tonada, y todo lo que comprende la Marca de ser VENEZOLANO que poco a poco hemos ido perdiendo, porque como los jardines si no se cuidan, se marchitan.
Lo más triste, es que muchos están tomando rumbos fuera de estas fronteras, nos dejan el vacío de almas que tal vez se cansaron de luchar y prefieren preservar lo que consideran calidad de vida antes que morir en el intento. Lo más preocupante es que este número de personas crece cada día más. Lo más importante es pensar qué pasará después, al día siguiente, ¿qué nos espera?, el último que apague la luz. Mientras tanto, sigo tomando mi café y soñando con el país que sí creo merecemos!!!
Maggi de los Ángeles Di Lena García