Nicolás Maduro no se atrevió a viajar a La Habana, el avispero de golpistas que tiene en su propio entorno y las conspiraciones palaciegas, son de temer. Por eso prefirió “invitar” a Raúl Castro a Venezuela aunque su presencia fuera percibida como una insolencia o una provocación. Otra lectura sugiere que más bien fue un signo de debilidad. Cualquier otro hubiese evitado al decrépito dictador justo en medio de una encendida protesta y cuando la oposición exige recuperar la soberanía nacional y expulsar a los cubanos de las altas esferas del poder, incluida nuestra FAN. Sin embargo, el cuadro de Maduro es de tal precariedad que optó por reafirmar su deleznable dependencia de los cubanos. En efecto, hasta en el chavismo de base existe la convicción de que Castro vino a dar instrucciones y en las cúpulas podridas del gobierno y del PSUV tienen la absoluta certeza de ello. Aun así, Maduro asumió el riesgo pues -con sobradas razones- no confía de Diosdado Cabello pero tampoco en Vielma Mora o Arías Cárdenas, menos en el magnate petrolero Rafael Ramírez, ni en muchos de los jefes militares que con sorna le sonríen. Ni siquiera puede confiar en el Vicepresidente, ni en la familia del “comandante eterno” que sabe bien lo que ha hecho Nicolás con su legado. En fin, no le queda otra que aferrarse a los cubanos, por ahora. Sabe que un golpe no lo daría la oposición, ni la CIA, ni la oligarquía criolla. Sin duda, debe cuidarse más de la “derecha endógena” que del malévolo imperio gringo.
Recordando lo que afirmaba Herrera Campins sobre los militares, podemos decir que los cubanos le serán leales “hasta que dejen de serlo”. Esa lealtad es frágil, esta pegada con petróleo. Por eso, Nicolás Maduro necesitaba reafirmar a Castro como el jefe de ese cartel de delincuentes y proxenetas que han armado en nombre del “Socialismo del Siglo XXI”, algo que –según dijera el propio Fidel Castro en VTV- no es otra cosa que comunismo. Como le hubiese gustado que vinieran figuras como Michelle Bachelet o Dilma Rousseff, pero tuvo que conformarse con el pervertido Daniel Ortega y el cocalero Evo Morales, miembros distinguidos del cartel. Para mandatarios serios era difícil venir a la conmemoración de la muerte de Hugo Chávez, justo después de los carnavales que celebró el gobierno a pesar de los 18 jóvenes venezolanos –la mayoría estudiantes- que habían caído víctimas de la represión. Estos “carnavales” puso en evidencia la doble moral del régimen. Tanta hipocresía es repugnante. La vida humana merece respeto, así sea uno o sean muchos los muertos, no importa si se trata de un presidente o un estudiante, ni si era opositor u oficialista. Está claro que el gobierno nos irrespeta a todos y no quiere la paz. Al contrario, es el primer interesado en la violencia y ese es otro signo de debilidad. Paradójicamente, una protesta pacífica pero enérgica, contundente y popular, con un profundo contenido social, es la única manera de derrotar al autoritarismo actual y al golpismo en ciernes. Esa protesta se ejerce en la calle, no hay otro escenario.
Richard Casanova / @richcasanova