La muerte campa a la vera de la carretera que va de Paz de Ariporo hasta Hato Las Taparas, en el departamento colombiano de Casanare.
Los cadáveres de reses y capibaras –chigüiros, les dicen aquí en el llano– se suceden a ambos lados de la vía, a menudo semienterrados en el lodo seco de los cauces donde alguna vez hubo agua.
En algunos lugares huele a muerto. Bandadas de buitres se apelotonan sobre los despojos más frescos. Pero muchos ya son solo pelo y huesos: están como disecados.
Y es que tanto el ganado como los gigantescos roedores han estado muriendo de sed, sus restos marchitos el más evidente testimonio de la dureza del actual verano.
Un verano tan duro que dificulta creer que, dentro de algunos meses, buena parte de esta inmensa llanura estará casi completamente cubierta de agua.
II
Esta es, sin embargo, una zona de climas extremos.
La planicie reseca y sedienta que estamos atravesando sabe tanto de veranos duros como de lluvias torrenciales y cuando estas finalmente lleguen la sabana quedará inundada.
Pero, para mientras, la temporada seca –que por lo general dura de diciembre a abril– está causando numerosos estragos.
Según los cálculos más conservadores de las autoridades, al menos 20.000 animales han muerto por deshidratación en esta región del centro-oriente colombiano.
Además de las vacas y chigüiros, como los que yacen a ambos lados de la carretera, la lista de víctimas también incluye a venados y cerdos salvajes, a los pequeños caimanes que aquí llaman babillas, a las tortugas de agua dulce conocidas localmente como galápagas.
«En estos momentos tenemos secos esteros que nunca habíamos visto secarse», explica Angely Rodríguez, la secretaria de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente de Paz de Ariporo, el municipio más afectado.
«Sí disminuía su nivel de agua, por las condiciones del verano. Pero la falta de liquido nunca se había evidenciado de esta forma», le dice a BBC Mundo, mientras avanzamos por la polvosa carretera que parece tener camiones cisterna como su único tráfico.
III
Suena música llanera en la camioneta que cruza la sabana.
«De Arauca pa’ Saravena salió un llanero cantando / en el caballo más bueno que tenía entre sus caballos / pegó maleta y cobija porque el camino era largo / y a las cuatro ‘e la mañana se despidió de su rancho», canta el célebre Juan Farfán, acompañado de una arpa.
Los tiempos de llaneros y caballos, sin embargo, se sienten bastante lejanos.
Ahora son las cisternas las que dominan las carreteras del llano.
Algunas de las que cruzamos en el camino polvoriento transportan agua, con la que las autoridades intentan rellenar esteros, caños y otros abrevaderos naturales.
Pero la mayoría transporta petróleo, el que se puede encontrar en grandes cantidades debajo del suelo de Casanare.
No es nueva la presencia de empresas petroleras en el llano. Pero en los últimos años sus actividades de exploración y explotación se han multiplicado en la sabana.
Y, como la mayoría de los casanareños, Angely Rodríguez está convencida de que este boom explica –al menos en parte– la desaparición de las aguas de verano.
«El cambio climático seguramente ha contribuido a la escasez e líquido que tenemos actualmente. Pero se debe revisar la sísmica que (la industria petrolera) hace en la región. Y la extracción de agua que hacen las empresas petroleras también es muchísima», le dice a BBC Mundo.
IV
Sísmica. Esa terminará siendo una de las palabras que más escucharé durante mi visita a Casanare.
Describe una técnica de exploración petrolera en la que pequeñas explosiones se usan para producir ecografías que facilitan la identificación de los potenciales yacimientos subterráneos.
Y aquí, como en otras partes de Colombia, son muchos los que están convencidos de que las explosiones causan grietas en la tierra, haciendo que por ahí se filtre el agua.
La industria petrolera afirma que eso es sólo un mito. Pero los numerosos estudios científicos que ofrecen como evidencia no han logrado convencer a los llaneros de que están equivocados.
«Da la coincidencia de que los municipios que fueron más afectados son los que están siendo más explotados», insiste Adriana Hernández, la directora de la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres del departamento de Casanare.
«Esta fiebre petrolera nos va a dejar un desierto», dice esta nativa de Paz de Ariporo, quien afirma haber llorado de rabia e impotencia al ver el sufrimiento de los animales de su llano.
Para evitar epidemias y la contaminación de las fuentes de agua, la Unidad de Gestión de Riesgo que coordina Hernández también se han dado a la tarea de recoger y sepultar los cadáveres.
Pero la zona de crisis se estima en unas 200.000 hectáreas –unos 2.000 kilómetros cuadrados–, por lo que después de semanas sólo han podido disponer de una parte.
Y eso explica por qué el olor a muerto todavía flota en algunas zonas del llano.
V
No me puedo quejar del olor.
Después de todo, a Casanare me trajeron las imágenes de los cadáveres desperdigados por la sabana, de los chigüiros desesperados amontonándose a la orilla fuentes de agua casi completamente secas, de las cuadrillas de soldados y voluntarios intentando lidiar con el desastre.
Mostradas hasta la saciedad por los medios locales, esas mismas también parecieron conmocionar profundamente a la mayoría de los colombianos, hasta el punto que durante un par de semanas el país casi no parecía habla de otra cosa.
Y, como suele suceder, buena parte de la discusión se ha orientado hacia la identificación de los principales responsables del desastre: que si la industria petrolera, que si los ganaderos, que si los cultivadores de arroz o los de palma africana.
Todas estas actividades han dejado su huella en la sabana: desviando cauces, apisonando la tierra, haciendo cada vez más difícil que esta pueda retener el agua y también sacándosela de las entrañas.
Y ahora hasta la Fiscalía General de la Nación está investigando el problema de la falta de agua en las llanuras de Casanare.
«Sabemos que toda actividad productiva ocasiona afectación ambiental», explica Martha Plazas, la directora de la autoridad ambiental regional, Corporinoquia.
«Y de pronto hay afectación de algunos acuíferos por parte de la sísmica, de la ganadería, de las actividades arroceras. Pero no hemos podido establecer es qué grado de afectación ocasiona cada una de estas actividades», le dice a BBC Mundo.
De hecho, es hasta posible que algunas de las causas del problema no estén ni siquiera en el llano.
Según el director del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Juan Antonio Nieto, es por ejemplo en la vecina sierra del Cocuy que nacen la mayoría de los ríos que cruzan esta sabana.
Pero estos también han visto mermar su caudal por la tala de árboles para madera, para hacer espacio para la siembra de papa y cebolla, para el pastoreo de ganado.
Y tampoco se puede obviar el problema, mucho más global, del cambio climático.
VI
La tierra pide lluvia. Y según el calendario no debería tardar mucho en llegar.
De hecho, un primer aguacero aislado cayó incluso un día antes de mi llegada al llano.
Pero la relación entre los meses de año y el clima ya no es la que era, pues las temporadas ahora se adelantan, se interrumpen, se atrasan.
De hecho, según Gerardo Montoya, director del grupo de estudio de meteorología de la Universidad Nacional, durante el recién concluido mes de marzo las lluvias en la zona a penas llegaron al 4% de la precipitación habitual para ese período del año y eso, en su opinión, fue la principal causa de las muertes del Casanare.
Y las cosas podrían ponerse mucho peor el próximo año si, como teme el experto, el prolongado estiaje anuncia la inminente llegada de El Niño, ese cada vez más frecuente fenómeno climático.
«En Colombia, la experiencia que nosotros tenemos es que la ultima temporada antes del Niño se disminuyen un poco las lluvias, pero el efecto más fuerte es la siguiente temporada, el retraso de la próxima temporada invernal», explica Montoya.
«Es decir que el estiaje el año entrante puede tener unas consecuencias peores que las que estamos teniendo en este momento», le dice a BBC Mundo.
El experto habla desde Bogotá. Pero de regreso en hato Las Taparas compruebo que su temor es compartido por los habitantes del llano.
«Existen muchas hipótesis (acerca de quien es el culpable de la falta de agua), cada quien maneja la suya», le dice a BBC Mundo Daniel Cuadra, quien afirma que nunca antes había visto morir a tantos animales durante un mismo verano.
«Unos dicen que son cosas de Dios, otros que las compañías (petroleras), que si esto, que si aquello», explica Cuadra, quien se dedica al pastoreo de ganado.
«Pero yo pienso, no se, que quién sabe que nos espera el próximo año. Igual toca como tenernos de atrás porque no se sabe que nos toca el próximo año», advierte el llanero.
«Si esto fue bravo, cómo será el próximo», dice mientras el sol empieza a ocultarse en la sabana.
A pocos metros de ahí, las chicharras cantan pidiendo agua.
[Fuente: bbc.co.uk]