Los tatuajes son una de esas cosas que no dejan indiferente a nadie: o te encantan o te repugnan. Mientras unos sueñan con cubrir todo su cuerpo con tinta, otros ni siquiera se plantean marcar un diminuto rincón de su piel. Casi nunca hay término medio; pero por supuesto, lo que sí hay es un gran negocio detrás de esta pasión. Hace algunos meses, un comercio del madrileño barrio de Salamanca ofrecía tatuajes gratuitos con el rostro del Pequeño Nicolás. Para los que acaban arrepintiéndose de aquello que plasman sobre su cutis existen centros especializados en el borrado definitivo a precios más que asequibles.
Los que nunca querrán eliminar su tatuaje son Adam y Tanya, una pareja inglesa cuya historia leemos en «Stuff». Aunque no seas fanático de la cuestión, por más que digas que nunca permitirías que nadie dibujase sobre ti con una aguja, seguro que comprendes su gesto y las razones que les han llevado a hacer lo que han hecho. Porque este matrimonio residente en la localidad de Grimsby se ha tatuado las manchas de nacimiento de su hija de año y medio, llamada Honey-Rae.La pequeña vino al mundo con grandes marcas de color rojo en la parte derecha de su cuerpo, señales que le acompañarán durante toda su vida.
«Queríamos que Honey-Rae se sintiese especial, que sus manchas de nacimiento fuesen algo que le hiciese sentir orgullosa y no avergonzada», explica Tanya, que confiesa que tomó la decisión cuando escuchó a otro matrimonio cuchichear sobre el asunto cuando su hija jugaba llevando unos pantalones cortos. Para esta madre, el detalle confirmó sus peores augurios: «la gente es cruel incluso sin darse cuenta. Y sé que si los adultos podemos ser tan insensibles, los niños en la escuela también pueden llegar a ser crueles, aunque no tengan intención».
Sin dudarlo ni un segundo más, Tanya habló con su marido y ambos se sometieron a una sesión de cuatro horas de tatuaje. Son conscientes de que mucha gente creerá que han ido demasiado lejos, pero su opinión es que con este inusual gesto se han asegurado de que su hija nunca se sienta marginada por esas señales que van desde sus pies hasta la mitad de su espalda. La mujer recuerda emocionada la primera vez que vio a Honey-Rae, tras un parto algo problemático. Estaba en una incubadora, con respiración asistida. Su piel ya mostraba esas manchas que, según los progenitores, unos días son más oscuras que otros.
Por ahora, a pesar de que no tiene edad para entender el auténtico significado de lo que han hecho sus padres, la dulce Honey-Rae parece encantada. «Se acerca a nosotros, toca los tatuajes y luego toca sus propias marcas», comenta Tanya, que afirma estar convencida de haber tomado una decisión correcta. Su único deseo es que su hija sea feliz, que no se sienta distinta; y no hay cosa que no esté dispuesta a hacer para lograrlo. Y este es un objetivo que, con o sin tatuajes, seguro que comparten muchísimos padres en todo el mundo.
Fuente [Abc.es]