La psicopatía se define como un desorden de personalidad que proyecta ciertas características, las cuales podríamos agrupar en torno a rasgos como una inteligencia notable, la ausencia de empatía, egocentrismo exacerbado, poca tolerancia y una destacada eficiencia para manipular a otros. Sin embargo, aún no existe un consenso pleno en los criterios que podrían definir con precisión esta condición de la psique.
Entre algunos de los modelos que intentan determinar la sintomatología propia de este desorden tenemos, por ejemplo, el Inventario de Personalidad Psicopática. Se trata de una prueba correlaciona tres variables, que incluyen rasgos como sentimiento de grandeza, mitomanía, sentido nulo de culpa o remordimiento, egocentrismo, inmunidad ante el estrés, y rebeldía. Otro popular índice es el Listado de Cleckley, el cual se presenta en el libro The Mask of Sanity (1941). Su autor enlista 16 cualidades comunes que considera como representativas de una personalidad psicopática: entre ellas alta inteligencia, encantadora audacia, ausencia de nerviosismo, falta de sinceridad, remordimiento, vergüenza y egocentrismo patológico.
Durante los últimos dos años, si es que habitualmente acostumbras surfear la Red, es probable que te hayas percatado de la popularidad que tienen los contenidos relacionados a psicópatas. En Pijama Surf hemos constatado con cierta sorpresa el ‘magnético’ efecto que irradian estas notas entre nuestros lectores, y comprobado que lo mismo sucede con muchos otros sitios —lo cual descarta que sea una peculiaridad exclusiva de los usuarios de nuestro sitio. Cabe mencionar que los contenidos más populares dentro de esta temática son en particular los que evidencian características específicas de un psicópata o incluso fórmulas cualitativas para distinguirlos.
¿Por qué esta fascinación pop por la figura del psicópata? En lo personal me resulta intrigante este fenómeno, ya que en el intento de explicarlo emergen interesantes componentes.
Probemos con algunas hipótesis
a) El síndrome del ‘chico malo’
Ella es una niña buena, que ama a su madre, a Jesús, y a su país. Mientras que él es un chico malo, que tras romper su corazón ni siquiera la extraña. Eso es lo que relata Tom Petty en su canción “Free Falling”, y creo que todos conocemos, o incluso hemos protagonizado, historias similares. Ignoro si propiamente podríamos estar hablando de una especie de masoquismo emocional, pero parece que existe una cierta tendencia psicológica a la victimización —algo así como un nefasto magnetismo a jugar, en algunas ocasiones, el papel de víctima. Y en este contexto el psicópata juega un rol perfecto de victimario (lo cual podría justificar esta atracción hacia su figura). Precisamente de este punto podemos desdoblar nuestra siguiente hipótesis.
b) Atracción por lo oscuro
La mayoría de nosotros hemos sentido una especie de atracción, envuelta en sensualidad, ante lo oscuro, ante aquello que amenaza nuestra integridad física y moral. Lo anterior quizá se deba a la necesidad de probar los límites de nuestras virtudes y defectos, o tal vez tiene que ver con un esporádico llamado a someternos, a legar la responsabilidad de nuestro camino a una fuerza ‘superior’, la cual si bien nos proveerá nulo bienestar, al menos no seremos nosotros los culpables de lo que nos sucede. Evidentemente el psicópata es un candidato perfecto para encarnar esta figura dominante, un tipo cuya frialdad e inteligencia son por default suficientes para hackear cualquier potencial resistencia de nuestro lado.
c) Paranoia
Supongo que entre los lectores que sienten una particular atracción por conocer más acerca del perfil psicopático habrá algunos cuya motivación es mucho menos sofisticada que en el caso de las dos hipótesis anteriores: simplemente les aterra la posibilidad de que un familiar, colega o su pareja misma puedan ser potenciales psicópatas y quieren tratar de asegurarse de que están a salvo (lo cual, paradójicamente, les hace a ellos candidatos a serlo).
d) La duda
La cuarta hipótesis, y una de las más divertidas a mi juicio, es que muchos se sienten atraídos al tema psicópata, y en especial a los contenidos que ofrecen un potencial diagnóstico, porque aún no han descartado la posibilidad de que ellos mismos califiquen para este perfil. Lo anterior me inspira un par de reflexiones: por un lado la falta de autoconocimiento de la que muchos pecamos y, por otro, una creciente (y esperanzadora) inquietud por resarcir esa falta. Pero bueno, si estás apostando por el autoconocimiento puedes descartar, casi per se, que tu personalidad califique como psicopática.
e) Dream pop a la sombra
Finalmente una quinta hipótesis. La cultura pop y los medios masivos nos han convidado múltiples ejemplos de personajes que manifiestan la psicopatía, y que hasta cierto punto resultan fascinantes. Ya sea que hablemos del Dr. Hannibal Lecter (The Silence of the Lambs, 1991), de Max Cady (Cape Fear, 1991), Jack Torrance (The Shining,1980), el Guasón (Batman, 1989) o Patrick Bateman (American Psycho, 2000), incluyendo otros muchos personajes de novelas como la de Easton Ellis, invariablemente encontramos razones para sentirnos al menos parcialmente atraídos a estos tipos: su quirúrgica eficiencia para materializar ciertas empresas, el hecho de que sean generalmente bien parecidos, su don para manipular y simultáneamente entretejer un encantador manto, etc. Y aquí podemos desprender otra reflexión: ¿ no están un poco sobrevaluadas en nuestra sociedad cualidades como la inteligencia fría, el físico privilegiado y la insensible efectividad? Tal vez ambos fenómenos están de algún modo relacionados.
Test Psicopático
Pero retomemos el título de este artículo y prosigamos al ansiado examen que nos permitirá determinar si calificamos o no como psicópatas. Existe un famoso dilema, el “problema del tranvía”, planteado por Philippa Foot y que consiste en el siguiente escenario: un tranvía que tú estas dirigiendo se aproxima hacia cinco personas, las cuales seguro morirán en caso de que no cambies de vía. Pero si lo haces, esto tendrá un costo, terminarás impactando a una persona que se encuentra justo en medio de la otra ruta.
Partiendo de este problema, la filósofa Judith Jarvis Thomson hace una adaptación y plantea: estás parado justo detrás de un corpulento extraño sobre un puente que atraviesa la vía. La única manera de salvar a las cinco personas que el tranvía está por arrollar es empujar a esta persona, para que su cuerpo, tomando en cuenta su peso y tamaño, bloquee el paso del vehículo antes de que este llegue a su fatal destino. Sobra decir que el extraño morirá indudablemente.
La adaptación de Thomson la retoma a su vez el psicólogo de la Universidad de Cambridge, el Dr. Kevin Dutton, para determinar, según la respuesta, si una persona tiene o no tendencias psicopáticas. Por ello, antes de continuar, respóndete a la pregunta: ¿Qué haría yo en esta situación? Una vez completado el ejercicio continua leyendo.
Según Dutton, la adaptación de Thomson involucra un dilema personal de moral, lo cual lo hace apto para medir las tendencias psicopáticas. Neurológicamente este dilema “martillea en la puerta del centro emocional del cerebro, conocido como la amígdala”. Lo anterior implica que, expuestos ante el dilema, el 90% de la gente ‘normal’ no estaría dispuesta a empujar al corpulento desconocido sobre la vía, o al menos le costaría gran trabajo tomar la decisión, aun si con ello lograra salvar cinco vidas. En cambio, de acuerdo con este investigador de Cambridge, un psicópata “felizmente, y sin siquiera parpadear, arrojaría al ‘gordito’ sobre las vías”. Incluso la personalización del dilema del tranvía, y su efecto neurológico, sería perfectamente mesurable si el sujeto que debe responder la pregunta estuviese conectado a un escáner cerebral. En el caso de la persona ‘normal’, veríamos cómo su amígdala se encendería vistosamente, mientras que con el sujeto psicopático solo reinaría una estática oscuridad (lo cual de algún modo es una congruente analogía visual).
Conclusión
Tras este vago recorrido a través de las estepas de la psicopatía espero que, independientemente de si eres o no un potencial candidato para calificar como psicópata, al menos te haya servido para cuestionar el por qué ciertos temas, ya sea de manera individual o colectiva, nos generan particular interés. A fin de cuentas el ejercicio es un recordatorio y una invitación para practicar la auto-observación, como persona pero también como grupo social, en lugar de navegar inconscientemente por la lasaña de estímulos y reflexiones. En verdad resulta apasionante tratar de entender cómo funciona nuestra mente o por qué vivimos rodeados de ciertas tendencias psico-culturales en lugar de otras —sobre todo si tomamos en cuenta que el menú de opciones es originalmente infinito. Tal vez no exista algo más delicioso, y a la vez útil, que vivir conscientemente el proceso del autoconocimiento.