¿Por qué las mujeres se deprimen más que los hombres?

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Históricamente ha existido una relación entre mujeres y ciertas enfermedades mentales. No es que únicamente las mujeres se enfermen de ciertas cosas, sino que desde un punto de vista social ciertos trastornos se han considerado, conceptualizado y aun tratado de distinta forma cuando se presenta en una mujer (a diferencia de cuando los mismos síntomas podrían encontrarse en un hombre). Durante buena parte del siglo XIX, por ejemplo, se creyó que la histeria era un padecimiento exclusivamente femenino, una consecuencia de la falta de orgasmos que se manifestaba en parálisis parciales, pérdida de voz y otros síntomas psicosomáticos. Fuente.

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Aunque las cosas han cambiado un poco en el mundo de la psiquiatría y otras ciencias de “lo humano” (dicho desde el enfoque de Michel Foucault), dicho sesgo se mantiene, matizado quizá o bajo otros términos pero aún ahí, marcando una diferencia más social y cultural que objetivamente fisiológica entre enfermedades mentales y género de quienes las padecen.

Tal es el caso de la depresión, quizá el trastorno psíquico más popular de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI que si bien se ha explicado desde distintos puntos de vista, el predominante ha sido el de la psicología medicada y sus torrente de fármacos prescritos para una sociedad hundida en la tristeza, la monotonía y el aburrimiento, el cansancio y el rendimiento a los que alude Byung-Chul Han como consecuencia de la autoexplotación incesante a la que nos orilla el capitalismo contemporáneo.

Salvo en las mujeres, que con frecuencia son la excepción dentro de este sistema. El discurso dominante puede decir que las mujeres se deprimen por las mismas circunstancias que un hombre pero también por su propia condición de mujer, como si esta fuera en sí misma un factor desencadenante de otros síntomas. Y quizá lo es, pero un síntoma que apunta a otra enfermedad.

Por estos días, el sitio Slate reseñó un par de estudios que analizan la manera en que cerebros de animales procesan la depresión según se trate de machos o hembras. En primer lugar, en una investigación dirigida por Debra Bangasser, de la Temple University, se encontró que la diferencia de niveles de estrógenos, progesterona y testosterona influye en la actividad del factor de liberación corticotropina (CRF, por sus siglas en inglés), un neuropéptido asociado con la respuesta del sistema nervioso ante el estrés. En el caso de los cerebros de roedores hembra, la reacción incluyó una mayor presencia de recetores de CRF en la superficie cerebral en comparación con los machos, un efecto que se agudizó aún más en hembras en las que se elevó intencionalmente sus niveles de estrógenos y progesterona. En términos de comportamiento, esta respuesta significa que las hembras son capaces de reaccionar con mayor rapidez en una situación estresante (probablemente por la implicación evolutiva del cuidado de las crías y los miembros más jóvenes de una comunidad).

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Por otro lado, una segunda investigación realizada por el el Dr. Michael Q. Steinman y otros científicos de la Universidad de California, descubrió un posible vínculo entre la oxitocina, la depresión y el cerebro de hembras de ratones. Como sabemos, la oxitocina es un de los neuroquímicos más importantes en el procesamiento de las emociones, al grado de que se le conoce como “la hormona del amor”. En el caso de las hembras, paradójicamente, la oxitocina parece favorecer más bien un estado de angustia o tensión, al menos en el caso del estudio de Steinman, en donde la reacción de un grupo de roedores a un ratón más agresivo que todos fue más aguda para las hembras que para los machos, lo cual se comprobó en el alto nivel de oxitocina presente en su tejido cerebral, que se mantuvo más de 10 semanas después del encuentro con el ratón violento y lo cual las hacía paralizarse de miedo ante la presencia de cualquier ratón desconocido (la misma reacción se disolvió en 3 semanas en el caso de los machos). Para sorpresa de los investigadores, en vez de mitigar los efectos del trauma, en el caso de las mujeres parece ser que la oxitocina los agudiza.

Finalmente, un tercer estudio llevado a cabo por la Universidad de Colombia indagó sobre la relación entre depresión femenina y desigualdad de género. Para nadie es un secreto que nuestras sociedades son inequitativas en el trato social entre hombres y mujeres, favoreciendo a aquellos y en detrimento de estas, con mayor o menor grado según el grado de civilización de una comunidad pero, en términos general, presente en todas. En el estudio de Jonathan Platt, del Departamento de Epidemiología de dicha universidad, se recabaron datos de 22,581 personas estadounidenses de entre 30 y 65 años y con un trabajo fijo, los cuales se utilizaron como marco de comparación de otro universo estadístico: 9 mil parejas de hombre y mujer con una formación escolar y experiencia laboral muy similares entre ambos. En un resultado que no es muy sorprendente, el cotejo de data encontró que en parejas con estas condiciones en que la mujer gana un salario inferior al del hombre, la mujer tiene también 4 veces más probabilidades de angustiarse que su compañero y casi 2 veces más probabilidades de sufrir un episodio depresivo severo. En contraste, si es el hombre quien gana menos que la mujer, las probabilidades de desarrollar ambos trastornos son casi las mismas entre sí.

Ahora bien, ¿a dónde nos lleva todo esto? Como escribe Christina Cauterucci en Slate, “los eventos neurológicos tal vez hagan a las mujeres más susceptibles a trastornos de ánimo, pero la discriminación les da el ambiente perfecto para echar raíces”. Muchas veces, desde el sentido común, podemos pensar que la singularidad psíquica es, por esa misma característica, un asunto exclusivamente individual, intransferible incluso, como si la persona fuera la única responsable de su condición y sus problema. Sin embargo, como lo explicó Freud al inicio de Psicología de las masas y análisis del yo, si el individuo se enferma psíquicamente, eso sucede en sociedad, porque son las estructuras sociales y el ejercicio de estas sobre la formación de la persona las que la van encaminando hacia la funcionalidad pero también hacia el síntoma, en un proceso paralelo e indisociable que, con todo, al volver consciente podemos reencauzar hacia una alternativa más favorable para la vida en comunidad –que, en este caso, equivale a decir a favor de las condiciones de igualdad para las mujeres, en todos los aspectos.

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