Al menos, eso es lo que dice un artículo publicado recientemente en la revista Scientific American. La realidad es que muchos de los argumentos que plantean son interesantes. ¿Deberíamos preocuparnos por una nueva guerra fría en el espacio? Analicemos algunos de los detalles.
Puede parecer una trama de ciencia ficción sacada de la era de la guerra fría, pero la próxima gran guerra podría desatarse en el espacio y Estados Unidos, Rusia y China serían los principales actores.
Poco a poco y en relativo silencio, estas potencias han estado probando tecnologías cada vez más sofisticadas. De hecho, las tensiones por este asunto ya son una realidad y hasta han sido tratadas en las Naciones Unidas. No debemos preocuparnos por las guerras en Corea, Medio Oriente o Ucrania, para ver el verdadero conflicto debemos mirar hacia arriba.
Satélites en la mira
Atrás quedó la carrera por llegar a la luna, hoy el centro de la discordia está un poco más cerca de la Tierra y la disputa se concentra en otro punto: los satélites.
Existe una visión bastante romántica de la Tierra como un punto azul flotando solo en la infinidad del espacio, pero hace ya un tiempo que deberían agregarse a esta imagen miles de puntos más pequeños. En la actualidad, más de 1000 satélites activos orbitan la tierra; es allí que empiezan a surgir los conflictos.
Los satélites no solo nos permiten consultar un mapa o llamar a alguien para pedir direcciones cuando nos perdemos. Hoy en día, los ejércitos basan gran parte de su accionar en esta tecnología. No resulta sorprendente, entonces, que varios se hayan alarmado cuando Rusia y China comenzaron a probar nuevas armas antisatélite.
En estos momentos, Estados Unidos domina el espacio, algo que Rusia y China quieren cambiar. Pero los americanos no están listos para dejar que otros les hagan competencia en este aspecto y el gobierno de Obama ya aprobó un presupuesto de 5000 millones de dólares para el desarrollo de las capacidades defensivas y ofensivas de su programa espacial.
¿En qué consisten las armas espaciales?
Aquí nos alejamos un poco de lo espectacular de la fantasía y vamos al pragmatismo de la vida real. Por suerte, no estamos al tanto de ningún láser gigante a la espera de que alguien presione un gran botón rojo para destruir el planeta.
Como vimos anteriormente, el principal interés radica en interferir satélites «enemigos» (la interpretación de este término, claro está, ameritaría su propio artículo) y esto se puede lograr de diferentes maneras.
Basta con acercarse lo suficiente al satélite objetivo para bloquear las señales que emite, sacarlo levemente de órbita o incluso algo tan tonto como rociar alguna sustancia en sus equipos ópticos. Es que, a pesar de ser equipos tan complejos y costosos, los satélites son extremadamente vulnerables.
La mayoría de las armas que se están probando actualmente emplean el método «cinético», es decir, buscan lanzar objetos que impacten contra el satélite. Es la forma más rápida y simple de sacar de circulación a uno de estos equipos, pero también podría ser la más peligrosa.
Retroceder en el tiempo
A medida que crece el número de satélites en el espacio, más dependemos de ellos. La gran mayoría de la tecnología actual no sería posible sin su existencia. Pero, incluso en un escenario en que las armas antisatélite tengan perfecta puntería y no derriben ningún satélite comercial, todo esto podría ponerse en riesgo.
Cuando se destruye un satélite en órbita se crean escombros que a su vez podrían destruir a otros satélites cercanos y así generar una reacción en cadena que se conoce como el síndrome de Kessler.
Si esto sucediera, tendría el potencial de acabar con la red de satélites de la que tanto dependemos. ¿Cuántas veces usaste el celular desde que te despertaste? ¿Miraste el pronóstico del tiempo antes de salir de tu casa? Esas y muchas otras cosas no serían posibles sin la existencia de satélites.
Según Michael Krepon, un experto en control de armamento, «estamos arruinando el espacio, y la mayoría de la gente no se da cuenta porque no lo ven como sí ve la muerte de peces, la floración de algas o la lluvia ácida». Para evitarlo, dice, «necesitamos un sentimiento de urgencia que actualmente no existe. Quizás nos llegue cuando no podamos acceder a la televisión satelital o nuestras telecomunicaciones, nuestros pronósticos del tiempo globales y las predicciones de huracanes. Quizás cuando volvamos a la década del 50 lo entendamos. Pero, para entonces, será demasiado tarde».
¿Qué crees? ¿Es más de lo mismo o realmente hay razones para preocuparse?
Fuente: [batanga.com]