Las personas de la tercera edad no escapan a la escasez de productos básicos y medicamentos, a la galopante inflación, a la inestabilidad económica, y mucho menos a los altos índices de delincuencia y violencia que tiene el país petrolero.
Gilberto -que por seguridad pidió a Efe no exponer su apellido- tiene 78 años. La mayor de sus dos hijas vive en República Dominicana desde hace cuatro años cuando decidió emigrar para “buscar un mejor futuro para su pequeña de dos años”; su segunda hija inició la misma aventura hace seis meses hacia Colombia.
Él es viudo y dice gozar de salud salvo un eventual dolor de cadera y “alguna que otra subida de tensión”; sin embargo, debe mantener un tratamiento para controlar la presión arterial y afirma que lo cumple a medias debido a que no encuentra los medicamentos desde hace varios meses.
“Mi hija brincaba de un lado a otro para encontrarme las medicinas, hacía colas, las compraba bachaqueado (revendido informalmente), a veces encontraba quién se las donara. Ahora no está ella y yo no las encuentro, y si hago cola me mata el dolor de cadera. Cuando la encuentro parto la pastillita y me tomo solo media dosis”, dijo a Efe.
Su única entrada de dinero es la pensión de vejez que le otorga el Gobierno venezolano que consta de 177.507 bolívares más un llamado “bono de guerra” en 53.252 bolívares, que entrega el Gobierno para paliar una supuesta “guerra económica” que asegura ejecutan los empresarios y la oposición para desestabilizar.
En total, la pensión es de 230.759 bolívares (casi 70 dólares a la tasa de cambio oficial más alta).
Sin embargo, Venezuela tiene índices de inflación y de escasez que agotan rápidamente el dinero que, según Gilberto, “se va como agua entre los dedos”.
Y a la austeridad se suma la inseguridad.
El abuelo contó a Efe que a una pareja de vecinos también ancianos y en la misma situación que él -solos en el país a raíz de la emigración de sus familiares- fueron amordazados y secuestrados en su propia casa por unos hombres que vendían informalmente productos de limpieza en una zona del oeste de Caracas.
“Fueron los chamos (muchachos) del cloro, pero en ese momento nadie supo”, afirmó, y luego agregó: “No fue sino hasta que se intentaron meter en mi casa que supimos”.
Según Gilberto, estos jóvenes iban todos los fines de semana a la zona donde reside y en varias ocasiones le hicieron preguntas -aparentemente inocentes para entonces- sobre su forma de vida como si vivía solo, si trabajaba o si alguna vez recibía visitas.
Tres semanas después de lo ocurrido a sus vecinos, estos hombres intentaron meterse en su apartamento, pero en ese momento dos vecinos iban saliendo y vieron lo que ocurría.
Los delincuentes “eran dos y otro estaba abajo en el carro esperando. Ese logró escaparse, pero a los otros los agarraron y les dieron tantos golpes todos los vecinos que de broma (casi) los linchan”, detalló.
Variantes de esta historia pueden leerse en las noticias locales venezolanas.
Margarita Cerrada de 72 años también vive sola en Caracas luego de que sus tres hijos se fueran a tres países distintos huyendo de la crisis.
Ella recibe dinero de sus hijos para, como dice ella, “vivir medio tranquila con lo poco que se encuentra”.
Estos ingresos le permiten adquirir productos que para el venezolano común pueden ser “inaccesibles”, pero “paga lo caro bien caro” porque, afirma, tiene episodios de ansiedad por no saber cómo está su familia y por vivir sola.
“Yo sufro mucho porque no los tengo, pero ¿qué puedo hacer? Yo sé que ellos están mejor lejos de aquí”, dijo a Efe.
Venezuela atraviesa una crisis política, económica y social que ha empujado a sus ciudadanos a abandonar su país, sus familiares y pertenencias para buscar alimentos, salud, seguridad y las oportunidades que su país no les brinda.
Solo en el vecino Colombia hay al menos 470.000 venezolanos según un estudio difundido a finales de octubre de este año por Migración Colombia.
EFE