Hace unos días casi me da algo cuando, viendo la discusión entre Bertín Osborne y Beatriz Montañez sobre Pablo Iglesias y la “democracia venezolana”; la presentadora en cuestión habló del Referéndum Revocatorio, una figura que efectivamente está presente en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y que permite revocar el mandato de quien ostente cualquier cargo de elección popular, a través de la decisión soberana del pueblo que lo eligió.
Por supuesto eso, en la teoría, al verlo en papel; suena maravilloso. Incluso quienes vivimos en Venezuela estuvimos totalmente de acuerdo con ese artículo y nos pareció ejemplar, moderno, algo inédito que permitiría perfeccionar la democracia y hacerla “más cercana a la gente”. Nada más lejos de la realidad.
El primer y único Referéndum Revocatorio que se ha llevado a cabo en Venezuela fue contra el fallecido presidente Hugo Chávez, el 15 de agosto de 2004. Ganó el entonces mandatario y después de esa oportunidad no se ha repetido (ni creo que se repita) este tipo de consulta popular pues, como todos los inventos de la extrema izquierda, “el revocatorio” vino con una trampa “mata bobos” (porque decir “caza bobos” es quedarse corto). No me refiero a que hayan falseado los resultados del plebiscito sino a todo lo que ocurrió después, que marcó para siempre a los venezolanos y fue el detonante para dividir de forma insalvable nuestra sociedad y crear una grieta que aún estamos muy lejos de sellar.
En ese momento, para poder solicitar la activación del referendo ante el Consejo Nacional Electoral (CNE), ente que regula y ejecuta los procesos electorales en Venezuela; fue necesario recaudar una gran cantidad de firmas de ciudadanos. Estos procesos de recolección de firmas estuvieron signados por muchas trabas, trampas y retrasos por parte de la instancia arbitral (controlada desde entonces y hasta la fecha por funcionarios abiertamente identificados con el partido político de Chávez), tanto que tomó más de un año poder reunirlas todas.
Lo verdaderamente dramático ocurrió luego del proceso. Una vez que se contaron los votos y Chávez resultó ganador, el CNE entregó los listados de firmantes al partido de gobierno (cuyos dirigentes ocupaban y siguen ocupando el poder) lo que derivó en una cacería y apartheid jamás visto en nuestra sociedad. Cientos de miles de personas se quedaron sin empleo, otras tantas se vieron en la imposibilidad de obtener un trabajo con cualquier ente público y, debido a la ola de expropiaciones realizadas por el presidente Chávez, cada vez había menos empresas privadas; lo que aumentaba el tamaño de la restricción para los “firmantes”.
Jueces de la República fueron sacados de los tribunales, maestros públicos fueron removidos de las escuelas, trabajadores petroleros fueron sacados de la estatal Petróleos de Venezuela, bajo el argumento de que, siendo el motor estratégico de la economía nacional, no podía tener en sus nóminas a traidores, apátridas, cachorros del imperio…
Poco puede imaginarse una persona que no ha pasado por eso, lo que se siente necesitar un trabajo en un país donde prácticamente el único gran empleador es el Estado y que, sin importar tu preparación o experiencia profesional, te digan que estás vetado porque firmaste en contra del Presidente.
En muchos casos se negaron créditos o ayudas del gobierno para vivienda o salud a quienes se habían atrevido a “firmar contra el Comandante”. Aún hoy, 10 años después y con Chávez muerto, las listas “Tascón” y “Maisanta” siguen siendo utilizadas para apartar a los demócratas que creyeron en la independencia de poderes públicos y ejercieron su derecho de solicitar el Revocatorio como lo consagra la Constitución.
No faltará quien diga que, existiendo un mecanismo para sacar del poder a un Presidente que no sirve, algo deben estar haciendo bien las autoridades venezolanas, ya que el mecanismo no ha sido activado de nuevo. Dicen esto quienes ignoran que convocar el cacareado Referéndum significa ampliar la lista de perseguidos, apartados, censurados y vulnerados en nuestros derechos. Se regodean en la magnificencia de la forma sin haber tenido la decencia de escarbar el fondo, quienes no han vivido en carne propia un régimen de miedo, amenazas y chantaje, donde en cualquier oficina pública hay una base de datos sobre la cual se toman las decisiones en cuanto a las personas y, por pensar distinto, se da por hecho que no tienes derecho a los beneficios y servicios que el Estado está en la obligación de proveer.
Lo más increíble es que a estas alturas de la historia contemporánea, con tantos ejemplos que la historia remota y reciente tiene de los fracasos de estos modelos y sistemas socialistas, comunistas, bolivarianistas, incluso (o peor aún) de los que se autodenominan como una versión remasterizada del mismo concepto trasnochado, pero adaptado a los nuevos tiempos; aún haya personas ingenuas que crean en la honestidad y probidad de los personajes como Pablo Iglesias.
A poco más de un mes de haber sido elegido Eurodiputado por los españoles se le comienzan a “ver las costuras” como decimos en Venezuela y paulatinamente va apareciendo su talante autoritario, dictatorial y los deseos que tiene de poner a España bajo su bota al mejor estilo de Franco. Cuidado España, porque si algo aprendimos en Venezuela (y en Cuba, Ecuador, Argentina, Bolivia y Nicaragua, sólo por mencionar algunos ejemplos) es que montar a un comunista en el poder es fácil, pero sacarlo es casi imposible.
Los invito a ver dos videos que he grabado y que muestran la realidad venezolana tras 15 años de un gobierno que ha financiado a Podemos y por ende a Pablo Iglesias con más de tres millones de Euros (con razón ahora dice que “donará tres cuartos de su sueldo como eurodiputado”, es que no lo necesita)… No basta ser politólogo para garantizar la calidad de vida de las personas o la prosperidad de un país, hace falta gerencia, apertura sin resentimientos y asertividad. No basta la ideología porque, para poner un ejemplo, en Venezuela “tenemos patria”, pero no tenemos alimentos de primera necesidad, ni medicinas, ni autopartes, ni servicios públicos, ni seguridad personal. No basta el carisma, hace falta respeto, colectivo e individual.
Enrique Vásquez
@EnriqueVasquez