En los últimos veinte años no solo hemos cambiado de coche y estilo de vida. Nosotros mismos nos hemos dejado llevar por unos valores u otros que han acabado determinando las decisiones más importantes que tomaremos. ¿Casarnos lo estropeará todo? ¿Es nuestra pareja el foco de nuestro problema y debemos cortar con ella? ¿Hasta qué punto valoramos más la independencia al compromiso? Para responder a todas esas preguntas, Nosotras hemos hablado con el doctor Josep María Moreno, psicólogo clínico y terapeuta de pareja del centro Ànima de Barcelona.
En las últimas décadas se ha retrasado la edad en que los jóvenes deciden casarse. ¿A qué se debe este cambio? ¿La gente es más reacia al compromiso?
Aunque existan otros factores económicos, sociales, etc., desde el punto de vista psicológico observamos que cada vez cuesta más asumir responsabilidades. Somos más reacios al compromiso al mismo tiempo que la crisis de valores aumenta. Existe la idea de que al evitar el compromiso se vive mejor, con menos problemas y más libertad, aunque la experiencia muestra que no es verdad. Aparentemente se experimentan menos conflictos pero al mismo tiempo las relaciones adolecen de profundidad y riqueza: se vive una relación más plana en la que se confunde libertad con la voluntad de ejercer un control en la propia vida. Pero con el tiempo y esta actitud lo que ocurre es que la soledad y la rutina ocupan el espacio de la relación.
¿Habéis notado más problemas en las parejas que se casan jóvenes que en las que se casan más adultos?
Aunque sean más maduras y realistas, las parejas adultas usualmente ya han pasado por relaciones previas (muchas de ellas fracasos), por lo que hay más hipersensibilidad y cierta rigidez en los planteamientos y expectativas, unido a un mayor miedo a un nuevo fracaso. En las más jóvenes es frecuente la existencia de conflictos más intensos y reacciones más directas y agudas. Hay mayores expectativas y peores reacciones frente a la frustración de éstas. De todas formas, son más conscientes de los valores igualitarios que han de presidir en la relación (y que se traducen p.e. en la división de las tareas domésticas), así como la exigencia del respeto y autonomía social y profesional. Un valor hasta hace poco predominante en las parejas era el de tener hijos, pero dada la complejidad de las condiciones de vida actualmente este valor ha perdido su fuerza y cada vez más son las parejas que optan por no tenerlos.
Usualmente la pareja en crisis (y que no se ve capacitada para solucionar) ya ha intentado de varias maneras buscar solución sin éxito, lo que ha acumulado una frustración que pone en peligro de ruptura a la pareja. Los motivos son variados pero son frecuentes los que se relacionan con:
1. Las incompatibilidades de carácter, con la secuela de riñas frecuentes por casi cualquier motivo.
2. Las infidelidades amorosas.
3. Las crisis de desconfianza por mentiras, deslealtades, etc.
3. La pérdida del deseo, quejas por falta de intimidad.
4. Las luchas de poder por el control (de la economía, de las decisiones, responsabilidades y proyectos, etc).
Casi siempre al inicio de la terapia, cada miembro de la pareja está convencido de que el problema radica en el otro miembro y que él/ella es solo la víctima involuntaria de éstos. Por eso recomendamos aceptar que los problemas de pareja son casi siempre producto de fallos y lagunas de ambos miembros y que el éxito de la terapia depende de que cada uno asuma su cuota de responsabilidad (que no culpa) y acepte cambios en sus percepciones, ideas y actitudes.
¿Qué papel creéis que juega el entorno (familia, amigos, consejos de terceros…) en el decisión de casarse? ¿Es positiva esta influencia?
Aunque cada vez menos la decisión está mediada por el entorno, aún vemos algunas veces que las decisiones influenciadas (demasiado) por gente ajena (familiares o no) o por la impulsividad dan paso luego a lamentos y arrepentimientos.
Hay parejas que deciden no casarse porque temen que el hecho de establecer esta nueva condición los repercuta negativamente. ¿Hasta qué punto creéis que esto es cierto?
La verdad es que a la hora de la verdad, los problemas de la pareja no dependen del estado civil: no observamos diferencias ni positivas ni negativas. Cuando aparecen los problemas y sus síntomas típicos: frustración, agresión, depresión, confusión, impotencia, miedos, ansiedad, etc., el hecho de estar casado no marca la diferencia. La crisis de pareja más bien depende de la convivencia diaria y la capacidad de cada miembro de vivir a la altura de las exigencias que una relación de amor comporta.