James Brady era una de las personas de mayor confianza del presidente norteamericano Ronald Reagan. También uno de los más cercanos. Acompañaba al hombre más poderoso del mundo por todos lados. Se entiende: era su vocero; el encargado de traducir en palabras lo que el mandatario pensaba respecto a la política local e internacional.
Pero al mismo tiempo que su cercanía fue su bendición, también significó su perdición. El 30 de marzo de 1981 su vida cambió para siempre. Fue cuando John Hinckley abrió fuego contra Reagan, sus custodios y todos aquellos que estuvieran cerca suyo. Su propósito era asesinar al presidente de los Estados Unidos, pero con un objetivo demencial: sorprender a la actriz Jodie Foster.
Sin embargo, quien llevó la peor parte de la ráfaga de disparos fue Brady. Uno de los tiros impactó en su frente, dañando gran parte de su cerebro, lo que le ocasionó estar al borde de la muerte durante un largo tiempo. Finalmente, sobrevivió, pero su vida y su movilidad se vio presa de una silla de ruedas para siempre. Los contratiempos de salud serían constantes por los próximos 33 años hasta el momento de su muerte.
La Justicia norteamericana determinó en 1982 que el atacante no podía ser juzgado por estar demente, lo que lo «exculpó» del crimen. El debate en la sociedad de los Estados Unidos fue intenso. La resolución de los jueces indignó a la opinión pública. Hinckley permanece internado en un centro de salud de Washington. Hoy tiene 59 años.
Pero la historia no está cerrada. Brady falleció hace una semana luego de un extenso padecimiento de médicos y tratamientos. Estuvo siempre acompañado por su familia, quien lloró su partida a los 73 años. Muy joven para un hombre cuya vida estuvo partida al medio por un atentado. Su cuerpo sin vida fue examinado por los médicos forenses, quienes determinaron que su muerte se provocó como consecuencia del disparo sufrido hacía 33 años.
La fiscalía norteamericana evalúa ahora los alcances del dictamen de los forenses y si corresponde reabrir el caso por «asesinato», según consignó el diario El País, de España.
El abogado del delincuente, Barry Levine, considera poco posible que el juicio incorpore un nuevo capítulo: «(Hinckley) ha vivido desde entonces lleno de culpa, y tiene el mayor de los respetos por los Brady y el mayor de los arrepentimientos por lo que sucedió. Un público sensible sabría que en el momento en que cometió ese acto estaba asolado por una enfermedad mental».
El escollo que la fiscalía encuentra más difícil de sortear es el referido a aquella premisa que indica que una persona no puede ser juzgada dos veces por el mismo delito. Sin embargo, dos recientes casos podrían servir de antecedente para reabrir la causa. Uno por un delito cometido en 1966 cuya causa fue reanimada en 2007 y otra de un caso de 23 años atrás que fue llevado al estrado en 2012.
Fuente [Infobae.com]