Tal vez son más de mil, hace tiempo que deje de contarlos. Pero les aseguro que son suficientes noches sin poder dormir, leyendo diversidad de opiniones, expertos y en general venezolanos preocupados por lo que ocurre en estos días de aciago y noches interminables. Todo vale la pena por mi hermoso país, no tengo otro.
El “populismo”, un término tratado con tanta promiscuidad y con poca claridad. Para muchos, cualquier político que ofrezca alguna medida económica que les agrade a las masas es suficiente para merecer la etiqueta de populista. El problema de esta definición tan economicista es que en una democracia, donde habitualmente los políticos les prometen todo a todos, es fácil terminar aplicándole el apelativo a todo el sector político indistintamente. Hace falta una definición más precisa, según algunos politólogos estaría compuesto más o menos así:
1) El uso de recursos del Estado
2) Para mantener una coalición de élites y contra-élites
3) Con el objetivo de socavar los frenos y contrapesos que limitan al Poder Ejecutivo.
El populismo tiene un objetivo político primordial: socavar los frenos y contrapesos del Poder Ejecutivo. En las constituciones democráticas existe toda una serie de artículos destinados a impedir que el presidente haga lo que le plazca. A ningún gobernante le gusta vivir en un mundo de frenos y contrapesos. Sin embargo, hay presidentes más respetuosos de dichos frenos que otros. Algunos acatan las órdenes de las cortes, respetan la autonomía de los bancos centrales, negocian con la oposición más de lo que la antagonizan, responden a las preguntas de los periodistas. Los presidentes que hacen lo opuesto son los únicos que pueden competir por el título de populista.
“El pueblo soy yo”. En un sistema presidencialista, todo presidente usa el mismo argumento a la hora de enfrentar frenos y contrapesos. Alega que ha sido elegido por el pueblo y que, por lo tanto, lo que pide es lo que el pueblo también pide. La diferencia es que, para el populista, la conformación de dicho pueblo es peculiar. Solo considera como pueblo a su movimiento; al resto, lo tilda de “enemigo del pueblo” y por lo tanto indigno de ser escuchado. Sin embargo, la contradicción es que todo movimiento populista alberga, no solo a grupos populares, sino, también, a élites. Es decir, son coaliciones pronunciadamente bipolares.
El primer polo, como es bien sabido, lo ocupan ciertos sectores sociales marginales, que en el populismo clásico solían ser los trabajadores y campesinos. Pero el segundo polo consiste justamente de élites: grupos que contaban con privilegios políticos antes de la llegada del populista. En el populismo clásico de Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil, dichas élites eran los militares y los grandes industriales.
La combinación de élites y contra-élites es inherente al populismo. Las élites protegen al presidente de posibles rivales y los contra-élites le permiten alegar que sus detractores son anti-pueblo. La coalición bipolar da origen a una suerte de tanque de guerra contra los frenos y contrapesos, capaz de repeler y emitir ataques simultáneamente, y difícil de derrotar, al menos mientras duren los recursos.
Puesto que el populismo se halla siempre en guerra contra la institucionalidad, necesita de una fuente duradera de recursos. De ahí la importancia de la primera parte de la definición. Para abastecerse, el populismo necesita adueñarse de recursos del Estado y negárselos a los demás.
El populista, a diferencia de un demócrata, hace desaparecer la línea que debe existir entre Estado y partido de gobierno. A las élites, el populismo les ofrece grandes contratos y protecciones, y a los sectores contra-élites les ofrece puestos de trabajos, subsidios, planes asistenciales. A los demás ciudadanos, le ofrece poco.
Hay populistas de izquierda y de derecha. Los populistas de izquierda suelen usar la propaganda del distribucionismo y preferir mayor intervención del Estado en la economía, sobre todo en programas asistenciales. Los populistas de derecha suelen usar la ideología de la seguridad nacional (contra terroristas, criminales, inmigrantes, inmorales) y tienden a preferir gastos de infraestructura. En América Latina, ha habido populistas de izquierda (Chávez en Venezuela) y de derecha (Fujimori en Perú).
No obstante, esta distinción de populista de izquierda y de derecha no importa tanto ya que más se parece un populista de izquierda a uno de derecha que lo que ambos se parecen a un verdadero demócrata. Un demócrata de derecha o de izquierda siempre va a respetar los frenos y contrapesos; no se va a dedicar sistemáticamente a aplicar la ley arbitrariamente; no va a buscar una coalición de polos, sino multi-sectorial; no va a antagonizar sistemáticamente a sus contrincantes políticos.
Según el profesor Javier Corrales (Amherst College, Boston, Ms) se plantea lo siguiente: ¿Qué factores determinan si un país terminará cayendo en manos de un movimiento populista?, señala que hay al menos tres factores decisivos. Dos de ellos existen en toda América Latina:
· La desigualdad económica, que se presta estupendamente para crear una coalición de polos, y el
· Andro-cultismo, la tendencia a pensar que la solución de los problemas depende de la acción de un líder más que de la acción colectiva.
· Pero el tercer factor, y tal vez el más importante, varía de país a país. Se trata de la fortaleza o salud del sistema de partidos políticos.
Los politólogos han descubierto que los países que cuentan con partidos políticos débiles, desinstitucionalizados, volátiles, desprestigiados, en derrumbe, etc., son los más susceptibles al triunfo de movimientos populistas. Le es mucho más difícil a un líder político crear una coalición de polos con la cual socavar los frenos y contrapesos cuando existen dos o más partidos políticos fuertes a escala nacional.
Sin partidos fuertes no hay democracia. En la medida en que los partidos fuertes sirven de anticuerpos contra el virus del populismo, los expertos en políticas públicas no se hallan tan lejos de la verdad.
Venezuela requiere cambiar de rumbo, con visión de futuro, acorde con los nuevos retos. Para ello es necesario iniciar la reconstrucción, política, social y económica, aprendiendo de nuestros errores y de la experiencia internacional, superar los esquemas de rentismo extremo, tanto el actual como los que operaron en el pasado sin que estuviesen signados por la tendencia al totalitarismo.
Dos objetivos resaltan en la reconstrucción económica. Por un lado, aumentar en forma significativa la producción petrolera y, al mismo tiempo, diversificar de nuestra base económica, desarrollando la producción de transables y reconstruyendo el stock del capital, tanto del capital público como privado, las bases para el crecimiento con desarrollo. Se trata de una tarea difícil pero posible, realizable en el marco de la constitución, respetando los derechos de propiedad y el funcionamiento de los mercados, con el apoyo de todos los sectores. Para ello se necesitan políticas económicas cónsonas con nuestras características específicas y reformas institucionales importantes.
En el ámbito petrolero es necesario limitar el poder exclusivo del Ejecutivo, actualmente el único factor decisorio. Los ingresos externos petroleros pueden ser utilizados para conformar un arreglo institucional regresivo, como ha sido el caso en Venezuela y de otros países petro-exportadores. Se debería romper el círculo vicioso del rentismo extremo desde la raíz, reduciendo la discrecionalidad del Poder Ejecutivo en este ámbito, diversificando la facultad de toma de decisiones con otros órganos del Estado y creando organizaciones que respondan directamente a la sociedad civil, al mismo tiempo que se aumentan en forma radical los controles, la transparencia y rendición de cuentas.
Así mismo se requiere especial atención al sector petrolero desde la perspectiva productiva. Actualmente la producción es muy baja respecto al nivel de reservas naturales, manejada por una empresa estatal monopolista con todas las atribuciones, control de los yacimientos, producción, distribución y mercadeo. Se requieren reformas que coloquen incentivos para incrementar la producción y productividad del sector sin privatizar a PDVSA ni disminuir los aportes del sector al fisco. Al contrario, la elevación de la producción y eficiencia mejorarían la contribución al Estado. Una vía importante sería introducir competencia en el sector, permitir en forma clara la presencia de otros agentes productivos y separar el control de los yacimientos naturales de la producción. El control de los yacimientos naturales debería estar en una organización diferente a las empresas productoras.
El Estado en la sociedad moderna juega un rol imprescindible, de coordinación y necesario para la reducción de la pobreza y el crecimiento. Pero en Venezuela el Estado está totalmente sobre-dimensionado, cargado de funciones, atribuciones y empresas que no puede manejar en forma eficaz, representando una pesada carga para toda la sociedad. Es necesario reducir su tamaño, mejorando su eficacia, transparencia y rendición de cuentas. La reducción del Estado no indica la conformación de un “Estado mínimo” sino su concentración en áreas o funciones donde es imprescindible o donde existen razones sociales para mantener una presencia importante del mismo. Se requiere una dedicación especial del Estado a servicios básicos como educación y salud, y al desarrollo de la infraestructura o bienes públicos. Las transferencias sociales o subsidios deberían concentrarse en los grupos de ingresos bajos.
Además, se requieren reformas en el ámbito fiscal, orientadas generar una trayectoria hacia el equilibrio y dar estabilidad al crecimiento. Deben desaparecer los mecanismos parafiscales que han proliferado en los últimos doce años, ligados a numerosos fondos bajo el control discrecional del Ejecutivo, que operan en la oscuridad sin rendición de cuentas. Se debe recapturar la idea de un fondo de Estabilización y Ahorro, manejado por un ente distinto al Poder Ejecutivo, una protección adecuada ante la volatilidad petrolera. Así mismo, se requiere mantener un tipo de cambio competitivo que de viabilidad a la diversificación productiva. El Banco Central debe recapturar su independencia, de manera tal que la política monetaria pueda tener una contribución importante en el control de la inflación.
En resumen, Venezuela requiere una estrategia de desarrollo orientada al futuro, superar el “rentismo exacerbado” y la involución regresiva que representa la marcha al “socialismo real”. Reconstruir la sociedad dentro de esquema productivo y solidario, capaz de generar crecimiento estable con reducción de la pobreza y desigualdad.
Maryeri Dilena / @maggidilena