«Mi conversación con una amiga chavista (post no apto para radicales)», por @MarijoEscribe

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Recientemente tuve oportunidad de conversar con una amiga chavista, de esas que tampoco consigue leche en el supermercado pero está convencida de que la culpa es de “la guerra económica promovida por la empresa privada”. El sabor de boca que me dejó aquel encuentro fue bastante agridulce. En más de una ocasión me sentí realmente molesta, frustrada o incómoda por sus palabras y sé que a ella le pasó lo mismo; sin embargo nadie golpeó la mesa, nadie ofendió, nadie se paró y se fue.

«Mi conversación con una amiga chavista (post no apto para radicales)», fue publicado originalmente en Marijo.es

conversacion con mi amiga chavista

Lamentablemente la tolerancia no es precisamente la regla general de un tiempo para acá. En la Venezuela de hoy es común ver a simpatizantes del chavismo y la oposición intercambiar gritos, insultos y hasta amenazas graves. Es como si una densa tensión flotara en el ambiente y estallara sin remedio ante cualquier palabra que, como una chispa, hace explotar un globo de odio, rabia, frustración, desprecio, cansancio, obstinación y, hay que decirlo, una evidente pérdida de valores y respeto por los demás.

Conclusiones y aprendizajes tuve muchos. Los comentaré al final del post. Primero quiero compartir con ustedes parte de mi conversación:

Ella (indignada): – ¿Viste que ahora el lavaplatos lo venden con otro nombre? Ahora se llama “Lavatodo Multiusos”, para saltarse la regulación que puso el gobierno. Tuve que comprarlo carísimo porque era lo que había en el abasto cerca de la casa. Definitivamente aquí todo el mundo quiere hacer lo que le da la gana. Los empresarios creen que la gente es bruta y por eso tratan de manipular con un tecnicismo para burlarse de uno.

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Yo (en tono chocante): – Sé cómo te sientes. Es como ver la tarjeta de Min-Unidad al lado de la tarjeta de la MUD en el tarjetón electoral. Y hasta se hacen llamar “la oposición”. Eso es una burla hacia los venezolanos que no están de acuerdo con el gobierno. Y no lo hacen porque crean que la gente es bruta sino porque, como diría el Conde del Guácharo, ¡están seguros! Entonces apelan a la manipulación de variables a su favor, como el CNE, que con puros tecnicismos ha permitido que hagan lo que les da la gana.

Ella (con actitud arrogante): – Amiga, la política te está enfermando. La posición de cada partido político en el tarjetón depende de las organizaciones y no del CNE. Además para votar por el PSUV solo hay que buscar los “ojitos de Chávez”. No hace falta ninguna otra tarjeta.

Yo (molesta): – Y tú, viendo tanta escasez, inseguridad y destrucción generalizada del país, ¿todavía vas a votar por el PSUV? No puedo creer que estés contenta con esta situación. ¿No crees que llegó la hora de un cambio?, ¿de algo nuevo?

Ella (más molesta): – ¿Y según tú el cambio es Ramos Allup o Julio Borges?… Tienen más de 15 años perdiendo elecciones y todavía se atreven a decir que son una alternativa nueva, diferente… Además, por un mínimo de respeto a la memoria de Chávez no vamos a traicionarlo con sus enemigos de toda la vida. Claro que hay funcionarios chavistas que son corruptos, pero los de la oposición son peores sin estar en el gobierno; imagínate si ganan.

Yo (en actitud medio dramática y todo): – Tendrías que darles la oportunidad de que te demuestren lo contrario. Ya le diste la oportunidad a este gobierno y te defraudó. No tienes que conformarte con esto. Nos merecemos algo mejor.

Ella (bajando la guardia): – Que fácil es decirle a otro que cambie su manera de pensar, sin estar dispuesto a cambiar la propia. Yo sé que tú no estás de acuerdo con muchas decisiones políticas que ha tomado la MUD, ni con los resultados de muchas gestiones de alcaldes y gobernadores de oposición. Ahora te pregunto: por más decepcionada que estés de líderes como López, Capriles, María Corina… ¿significa eso que si me pongo a enumerar sus fallas y a hablarte de los logros del gobierno, voy a conseguir que votes por el PSUV?

Yo (estoica): – Para nada.

Ella (con satisfacción): – Yo tampoco voy a votar por la MUD, por muy molesta que esté con el gobierno. ¿Por qué esperas que yo haga algo que tú misma no estás dispuesta a hacer?

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Yo (bajando la guardia también): – ¿Y si existiera una tercera opción? Supongamos, tomando el ejemplo del reciente triunfo de Macri en Argentina, que algún empresario pusiera su nombre sobre la mesa y presentara una propuesta al país. Alguien como Lorenzo Mendoza, por poner un ejemplo.

Ella (casi riéndose): – ¿Al que le escribiste la fulana carta por la que los seguidores de Leopoldo López te insultaron y te mandaron a morirte bien lejos de tu país porque como venezolana valías menos que la basura?

Yo (en modo argumentativa): – Ese es el bendito problemita de verlo todo en blanco o negro. Yo sé que desde el gobierno promueven la idea de que todo es una guerra, una batalla, un conflicto en el que la gente solo puede estar en uno de dos bandos absolutamente incompatibles. Pero la vida no se trata de estar contigo o contra ti, amiga. Esa cultura de odio generalizado no le trae nada bueno a nadie. Si alguien como Lorenzo Mendoza fuera candidato, hasta yo le daría mi voto. No estoy de acuerdo con su posición en torno a muchas cosas, pero al menos parece un buen gerente. Si dependiera únicamente de mí, tomaría la decisión pensando que Venezuela necesita alguien que la sepa administrar, no alguien que me caiga bien.

Ella (ofendida): – Suerte con eso. En América Latina no importa la capacidad, sino el carisma. Un empresario que juega con el hambre del pueblo no podrá ser nunca presidente de este país.

Yo (en tono medio sarcástico y todo): – ¿Cómo sabes que son los empresarios quienes juegan a eso?, ¿lo escuchaste en VTV, el canal más objetivo de América Latina?

Ella (a la defensiva): – No discutiré sobre periodismo contigo. Es tu terreno, no te voy a ganar.

Yo (impidiendo que se fuera por la tangente): – Esto no es una competencia, es una conversación. Dime: ¿votarías por alguien que consideras capaz de hacer el trabajo aunque no estés dispuesto a ponerlo en un altar o por alguien carismático, que dice todo lo que quieres escuchar pero que no tiene lo que se necesita para conducir el barco a buen puerto?

Ella (con un suspiro resignado): – Los electores son personas. Las personas tienen sentimientos, en especial los venezolanos. Creo que es algo muy típico de América Latina eso de que, si no me caes bien, no te considero capaz ni quiero que me gobiernes.

Como se imaginarán, la conversación finalizó sin “ganadores”, aunque debo confesar que traduje en ganancia todas las reflexiones que me llevé ese día. Después de aquel contrapunteo de cuatro horas, del que solo compartí con ustedes una pequeña parte; no puede evitar pensar en el país que éramos antes de la intentona de Golpe de Estado de Chávez y cómo fue que aquella sociedad dejó heridas profundas que trascendieron generaciones. No tengo muchos recuerdos de esa época pero siento bastante curiosidad sobre qué tan malo pudo haber sido, para que tantos venezolanos sientan terror de volver a recorrer ese camino.

De una cosa sí estoy segura, no debe haber sido peor que ahora. Llegué a Venezuela hace poco más de una semana y, en ese tiempo, las calles me han resultado completamente ajenas. Para salir del apartamento y llegar a la zona comercial de la ciudad, por ejemplo, debemos atravesar un barrio que parece más una escena de “Mad Max” que otra cosa. A donde volteo no veo más que basura, desidia, ruinas, tierra, huecos, abandono, caos, fango, óxido y motorizados en actitud de depredador al acecho. Confieso que cada vez que paso por allí me entrego a Dios en oración, con los músculos contraídos y el corazón en la garganta.

De aquel diálogo con mi amiga me quedó esa sensación de que, duele decirlo, dejamos de ser gente solidaria y positiva; quizás porque todo el mundo está esperando que alguien lo lastime o lo joda de alguna manera (y siempre es más estratégico atacar que defenderse); o porque no somos capaces de confiar en nadie para no poner en riesgo nuestra seguridad, estabilidad, sustento… o porque dependiendo del color de la franela que alguien lleve puesta, lo consideramos amigo o enemigo, capaz o incapaz…

Ese día me quedó claro lo importante que es cuestionar permanentemente a los líderes y no depositar en una sola persona toda la responsabilidad de hacer una tarea que nos corresponde a todos; incluso a los inmigrantes, embajadores de nuestra idiosincrasia, donde quiera que estén temporal o definitivamente.

Los criterios para preferir a un candidato no deberían ser: (1) “Este se opone al anterior. No necesito saber más, no me interesa. Con que se oponga a lo actual es más que suficiente”. (2) “Pobrecito él, como ha sufrido. Se merece ser nuestro líder como premio por ser digno, como recompensa por haber sufrido por nosotros igual que Jesús en la cruz”. (3) “¡Que coraje tiene, que valiente! ¡Este sí es un patriota carajo!, el hombre con pantalones que le pondrá a este país el carácter que necesita”. (4) “Que bonita sonrisa, que bien habla. Este hombre es lo suficientemente preparado y elegante para representarnos en los eventos internacionales”. (5) “Este es el candidato del pueblo, se parece a nosotros, me identifico con él porque piensa como yo”.

Sigo pensando que, a la hora de elegir un Presidente, se debe tener como norte su capacidad para conformar un equipo estratégico de expertos que lo ayuden a recuperar la productividad, la competitividad, la seguridad, la calidad de vida y la paz social. Si no es capaz de ofrecer eso, de forma seria y coherente, ¿de verdad lo queremos como Jefe de Estado?

Además, para que todo mejore tenemos que estar dispuestos a no tener la razón en todo, todo el tiempo. De nada servirá una Asamblea Nacional opositora, e incluso un nuevo gobierno, si no estamos dispuestos a cambiar (crecer, madurar) como sociedad, a respetar las leyes y a exigir que se cumplan, a reconocer los derechos y méritos del otro, incluso cuando sus opiniones no sean iguales a las nuestras.

Ciertamente, es tiempo de encender las luces sin apagar las ajenas, de limpiar la casa sin ensuciar la del vecino, de hacer justicia sin revanchismo y de arrancar de raíz la mala hierba del resentimiento, que convirtió nuestro jardín en un valle de espinas. Sin embargo, no es posible hacerlo sin la actitud correcta. Se trata de una decisión personalísima que no depende de caudillos galácticos ni mártires herederos de un linaje heroico.

Analizando la campaña de Mauricio Macri en Argentina, y toda la ilusión que representa para muchos venezolanos darse cuenta que sí se puede vencer el miedo; recordé mucho la película “No”, protagonizada por Gael García Bernal, cuyo personaje no solo tuvo que luchar contra la maquinaria mediática del gobierno, sino contra la opinión generalizada dentro de la oposición de que no se podía hablar de manera festiva, alegre y optimista en medio del dolor que azotaba al pueblo chileno durante la dictadura.

Ojalá la oposición venezolana logre inspirar sentimientos positivos en la mayoría de la población. Entiendo que hay situaciones muy lamentables que no nos permiten hablar desde la felicidad, como el despreciable asesinato de un dirigente político en una tarima durante un acto público; pero (en mi opinión personal) conectar casi todos los mensajes políticos con la tristeza, la indignación y el drama general que nos agobia; no va a convencer a ningún chavista de que valga la pena apostar por algo distinto.

Dicen por allí que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional; sin embargo en Venezuela el sufrimiento parece ser el pan de cada día. Se sufre en las colas, en el tráfico, transporte público, en los hospitales, en los bancos, en los supermercados, en las farmacias, en los semáforos, incluso en compañía de quienes nos dicen cosas que no estamos dispuestos a escuchar. También se dice que el mundo cambia cuando uno cambia primero… Por eso, el verdadero y más urgente cambio que necesitamos es la esperanza, la alegría.

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