Qué complicado se ha convertido en los últimos tiempos sembrar en los niños y jóvenes el hábito de la lectura. Nada más mencionar el verbo leer significa una ofensa para algunos chamos, quienes sin cortapisas replican con el atorrante “¡qué aburrido!”. Hoy son demasiados los estímulos audiovisuales que cotidianamente se ofrecen en bandeja de plata a los muchachos: desde la TV y la computadora hasta los videojuegos y las consolas portátiles, estas últimas fieles compañeras así sea en paseos cortos. Ante tantos artificios tecnológicos, los libros quedan en una evidente desventaja.
¿Cuáles son las consecuencias de la aversión a la lectura? Pues, que cada vez sea más frecuente observar a chicos cuyas carencias en el lenguaje los limita a expresarse adecuadamente. Manejan un pensamiento básicamente concreto y son incapaces de elevar su nivel de abstracción para elaborar conceptualizaciones y razonamientos lógicos. Los muchachos se están convirtiendo en unos castrados mentales. Quien no lee, difícilmente adquiere la habilidad de escribir bien, pues son dos procesos en paralelo y que deben enseñarse como actos complementarios.
En mi experiencia, la clave está en la palabra “hábito”. Estimular a los niños desde muy pequeños leyéndoles cuentos es un maravilloso inicio, aun cuando sean bebés. La recomendación es que la lectura se convierta en una rutina para todos en la familia y que nuestros hijos nos vean leyendo para constituirnos en una fuente de motivación. El mejor ejemplo somos nosotros mismos. Leer es una acción placentera y así debe ser enseñada. Comprendo que sea una ardua tarea, pero lo peor es no hacer nada.
Por Thairy Baute