Las descargas musicales tienen los días contados, igual que todo aquel que se niegue a abrazar la escucha en línea o «streaming». Ese es, al menos, el vaticinio que algunos visionarios lanzan estos días en el Mercado Internacional del Disco, intentando anticipar cómo será esta industria en 10 años.
«Una industria de gigantes, en la que mandarán aquellas plataformas que superen los 500 millones de clientes», así es como ve el futuro Marc Geiger, responsable musical y digital de una de las agencias artísticas más importantes del mundo, WME, con gente como Lady Gaga o Adele en su cartera de clientes.
Poco antes de uno de los debates más acalorados que se recuerdan en MIDEM, este directivo conminó a todas las empresas a olvidarse de los recelos y «abrazar el cambio», esto es, la llegada del «streaming», si no quieren seguir el mal camino de algunos de sus predecesores.
«IBM no creyó que mereciera la pena invertir en ordenadores personales y MTV pensó que no llegaría el día en que alguien quisiese ver vídeos bajo demanda en esos ordenadores… Y entonces llegó Youtube», recordó Geiger.
El cambio parece sucederse más rápido de lo que aparenta. Según datos de Nielsen Soundscan, que contabiliza las ventas en Norteamérica, hacia la tercera semana de enero, el mercado de descargas estadounidense había perdido casi un 12 por ciento en el caso de las canciones y más de un 13 por ciento en el de los álbumes, en comparación con el mismo período del año anterior.
En opinión del directivo de WME, los archivos musicales son una molestia. «Apestan y están acabadas», dijo sobre las descargas, que cada vez tienen menos cabida en los móviles de los usuarios, repletos de fotos y vídeos personales que se llevan la mayor parte de sus recursos de memoria.
No es el único que opina que el futuro de la industria pasa por suscripciones de pago que, por un coste medio de 10 euros (unos 13,5 dólares) al mes, menos de lo que cuesta un álbum de actualidad bajado de iTunes, proveen al usuario de un catálogo ingente de música, más de la que podrían consumir y sin merma para la memoria de sus dispositivos.
La consecuencia directa sería un mayor impacto económico para la industria musical. La revista Billboard calcula por ejemplo que un ciudadano medio estadounidense se gasta unos 30 euros (40,5 dólares) al año en música. Ese volumen se multiplicaría por tres o por cuatro, de extenderse el «streaming» en su modalidad de pago.
A este respecto, Geiger calculó que, en 10 años, 500 millones de clientes de pago suscritos a un servicio mínimo de 10 euros (13,5 dólares) al mes proporcionarían a la industria unos 60.000 millones de euros (80.880 millones de dólares) al año. «Eso es el santo grial, es el nirvana», apostilló.
«Si no empezamos a decir: ‘pasa del archivo y el CD, mejor apúntate a Spotify’, nos estaremos condenando a nosotros mismos», aseveró.
Hablando de la célebre empresa sueca, los datos recabados en casa difícilmente pueden ser mejores. Suecia fue uno de los pocos países que en 2012 logró romper la racha de casi tres lustros de caídas en las ventas, al lograr un 13,8 por ciento de aumento respecto al año anterior.
El año pasado las cosas siguieron hacia arriba. De acuerdo con las cifras de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica en Suecia, el país aumentó otro 5 por ciento sus ventas empujado por el «streaming», que representa ya más del 70 por ciento del total de los ingresos de la música grabada.
Por contra, las descargas perdieron un 22,6 por ciento de sus ventas, después de otro descenso del 24,7 por ciento en 2012.
Así las cosas, nadie parece poner en duda la pujanza del «streaming». Harina de otro costal serán las negociaciones y la lucha que los autores mantienen con algunos de estos servicios, principalmente Spotify, por lo que consideran una remuneración demasiado escasa en un escenario con muchos menos costes e intermediarios que en el pasado.
[Fuente: eluniversal.com]