Estamos en una campaña electoral atípica en todos los sentidos: es muy corta, muy intensa y es, en muchos aspectos, lo opuesto a lo que han sido las contiendas presidenciales durante los últimos 14 años.
Los más sorprendidos y extrañados deben ser los oficialistas, ya que es la primera vez que su candidato carece de todo lo necesario para ser presidente de Venezuela. No tiene carisma, no sabe hablar, produce sueño y cuando intenta hacer una gracia, le sale una morisqueta.
Por el otro lado, el candidato de la alternativa democrática está crecido, su verbo es lapidario, su actitud demuestra fuerza, carácter, desborda carisma y no conforme con eso, “agarró pa’ sopita” al peón de los Castro y a todo su combo.
Es que, en esta oportunidad, el partido oficialista tiene un personaje que da pena ajena. Cuando le preguntas a cualquier rojo-rojito qué opina de él; arruga la cara, tuerce la boca, aprieta las manos en un gesto de desesperación y sólo atina a decir con voz casi imperceptible como conteniendo la vergüenza (y los ojos aguados, casi conteniendo el llanto): “no me convence, le falta, no me cuadra”, y es así porque su candidato no tiene experiencia ni conocimientos sobre cómo se “bate el cobre” en campañas electorales.
Sus destrezas en la conducción de un país (o de un condominio) son nulas, nunca se ha medido en unas elecciones ni tiene idea de cómo deben hacerse las cosas, tanto así, que necesita que le digan lo que debe hacer y, lamentablemente para los venezolanos, su jefe, su maestro, su guía, su voz es Raúl Castro, quién – como buen dinosaurio comunista – lo insta a llevarnos por una senda que Chávez jamás hubiera cruzado, la de amenazar con cerrar todas las franquicias de comida rápida si llega a ganar, o enfilar contra la TV por cable, porque – según él – las series gringas son las causantes de la prostitución; o decir que hay que acabar con la venta de alcohol y clubes nocturnos porque eso daña a la gente, o los rumores muy fuertes de que privatizó Corpoelec y Cantv vendiéndoselas a los chinos para pagar las deudas que tiene con ellos y que se las entregará luego de las elecciones.
Mientras que los demócratas, los que sí queremos a Venezuela y somos patriotas de verdad, dejamos de tener un candidato (cómo ocurrió para las elecciones de octubre) para encontrarnos con un líder, con el nacimiento de una tendencia política que durará mucho tiempo en Venezuela: el Caprilismo. Este nuevo Henrique no apareció de la nada, se ha ido forjando durante años en la escena pública y electoral, ha participado en por lo menos seis procesos electorales ganando en cinco de ellos, lo que es un porcentaje extraordinario ya que la única vez que perdió lo hizo contra un gran líder a quién – según palabras del propio Chávez – “lo puso a correr”. Capriles ha sido diputado, alcalde dos veces, gobernador dos veces y si todos trabajamos, vamos a votar y cuidamos los votos, será el nuevo Presidente de nuestro país.
Un Presidente que trabajará para unir a Venezuela, para que dejemos la guerra de decir “nosotros” o “ellos”, para que se acaben los insultos y el odio que se ha forjado en estos años, para que podamos progresar, salir adelante, que cada quién tenga su casa propia, que no se vaya la luz, que el sueldo alcance, educación y salud gratuita de calidad y, por supuesto, acabar con la inseguridad que nos aqueja a todos, especialmente a los más pobres.
Tenemos una nueva oportunidad y la estamos aprovechando, tenemos todo para ganar, la gente, las ganas, el líder, lo que resta es trabajar duro por el bien de nuestro país, para que podamos seguir siendo venezolanos y no cubazolanos, como nos quieren convertir.
Enrique Vásquez
Twitter: @EnriqueVasquez