Alrededor de la venganza se aglutina mucho conocimiento popular, del tipo “la venganza es un plato que se sirve frío” u “ojo por ojo, diente por diente” hasta el “alégrame el día” de Harry el Sucio. Pero ¿qué nos dicen los estudios sobre la venganza al respecto? ¿Realmente resulta una tarea satisfactoria? ¿Alivia o resulta improductiva? ¿La venganza es dulce?
Lo que indica la investigación al respecto, sin embargo, parece indicar que, si bien la venganza resulta dulce mientras se planea, su consecución no reporta beneficios destacables, lo que confirmaría lo de que la venganza es un plato que se sirve frío.
Evolutivamente, parece que la venganza ha nacido más como un mecanismo de control social de la comunidad que de satisfacción individual. Quien se venga está realizando una suerte de castigo altruista, sacrifica su bienestar con objeto de penalizar a quien se ha comportado mal. Un estudio realizado en Suiza y publicado en la revista Science parece corroborar esta hipótesis.
Investigadores de la Universidad de Zúrich realizaron con diversos voluntarios un juego con dinero real en el que se forzaba a que uno de los participantes traicionara al grupo, rompiera la baraja social. Al escanear sus cerebros, se observó que mientras aplicaban las medidas punitivas al traidor social se activaban en su cerebro las áreas relativas a los mecanismos de recompensa. Dominique de Quervain, director del experimento, lo explica así:
El hecho de que la gente encuentre placer en castigar las malas acciones ajenas puede que sea un mecanismo evolutivo que se generó hace miles de años. Cuando aún no existían organizaciones encargadas de impartir justicia, la venganza era un arma necesaria para la supervivencia.
En el plano individual, no colectivo, la venganza no produce un beneficio. Lo que sucede realmente es que al evitar la venganza, contribuimos a olvidar el agravio sufrido, trivializándolo, mientras que si nos vengamos, ya no será algo trivial, y no lo podremos olvidar, a pesar de que hayamos hecho pagar a quien nos causó un daño. Además, la venganza puede llegar a producirnos remordimientos, porque en ocasiones resulta más cruenta que el daño sufrido.
Dejar pasar el tiempo facilita que nos olvidemos del agravio, e incluso que nos reconciliemos con el agraviador, tal y como han explicado Crombag, Rassin y Horselenberg en su estudio International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology. Algo que ocurre en realidad en la mayoría de casos: solemos tener fantasías de venganza, pero la venganza raramente se lleva a la práctica. Por eso disfrutamos tanto de novelas como El conde de Montecristo o de películas como Venganza. Es nuestra forma de catarsis.
Con todo, muchos seguimos vengándonos como si de tal forma pudiéramos calmar nuestro dolor, como un náufrago que se muere de sed y debe beber agua de mar. Tal y como afirmaba el experto en leyes Donald Black en su influyente artículo El crimen como control social, casi todo lo que llamamos crimen es, desde el punto de vista del perpetrador, búsqueda de justicia.
Sólo una minoría de los homicidios se comenten con una finalidad práctica. Los criminólogos suelen barajar el 10 %. El 90 % restante de homicidios, pues, son de carácter moral. Es decir: celos, venganza y defensa propia. Individuos que se vengan pero que finalmente no logran, al parecer en la mayoría de los casos, calmar su dolor.
[Fuente: xatakaciencia.com]