La importancia de la búsqueda del verdadero placer

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El placer es de lo único que vale la pena tener una teoría. Oscar Wilde

La búsqueda del placer es, bien entendida y aplicada, la búsqueda del bienestar o de la salud y, así, vital para la existencia humana. Nuestra sociedad está inserta en una moral contradictoria en torno al placer; por una parte se nos seduce con una gran cantidad de alimentos procesados que han sido diseñados para activar nuestro paladar de manera adictiva, y a la vez se nos bombardea mediáticamente con cuerpos hipersexualizados (generalmente, también imágenes procesadas) que nos invitan a un imposible  banquete sensorial que se ve casi siempre frustrado. Esta información, que es una invitación al placer, viene cargada con un sentimiento de culpa: comer una hamburguesa me hará sentir mal después (y casi cualquier comida: el azúcar, el gluten, los lácteos e incluso la carne, los carbohidratos de las frutas o todo lo que no sea orgánico) –ya sea porque verdaderamente la mayoría de la comida está hecha con ingredientes de baja calidad y contaminada con pesticidas o conservadores, o porque me marginará del placer y la privanza sexual que sólo obtienen los cuerpos que se ajustan al paradigma de la belleza. O, en el caso del placer sexual, la culpa milenaria de la religión monoteísta que dividió al cuerpo del alma y colocó el pecado en la carne, contribuyendo –junto con el platonismo– también a la concepción que la modernidad apenas se está sacudiendo de que el placer del cuerpo es frívolo e inferior a la contemplación ascética o a la refinación intelectual.

placer

Lo cierto es que, por diferentes razones –ligadas a una especie de dogma de lo que es “bueno” y de lo que el “pecado” produce como consecuencia–, muchos de nosotros no podemos gozar de una copa de vino, un pastel, una caricia o una noche de sexo casual sin tener un sentimiento de culpa, el cual cancela en gran medida el efecto de bienestar generado por el placer.

El placer como filosofía fue formulado de manera más completa primero por Epicuro en la Antigua Grecia. Epicuro y su escuela consideraron que la clave para la realización tenía que ver con la administración inteligente del placer y el dolor, cultivando la ataraxia (la ausencia de turbación o malestar). Esta visión incluía los placeres intelectuales o espirituales sin dividirlos de los placeres corporales. Así, la risa, el sexo, el agape, la filosofía, la amistad y los banquetes eran procurados con la lúcida templanza de saber que el exceso de placer también podía producir dolor. Aristóteles pone el freno: “El objetivo de los sabios no es buscar el placer sino evitar el dolor” y aquí, un loop, porque es imposible evitar el dolor si no encontramos placer en la vida…

Casi 2,500 años después, Freud formuló su idea del “principio de placer” en oposición al “principio de dolor” sugiriendo, a grosso modo, que el ser humano instintivamente busca el placer, y equiparando el placer con Eros (la energía de la vida) y el dolor con  Tánatos (la energía de muerte). Esto quizás debe contextualizarse utilizando el marco jungiano de “la sombra”, donde el dolor y el sufrimiento, sin embargo, pueden tener una función (sin ser nunca un fin en sí mismo) ligada a mostrarnos aquello que hemos reprimido y que forma parte de nuestro inconsciente, lo cual, si logramos asimilarlo y liberarlo, es la fuente verdadera del placer más profundo y duradero, el éxtasis del ser individuado (recordemos que Hades y Dionisio eran la misma deidad para los iniciados de Eleusis: hay que atravesar el inframundo para cosechar las uvas extáticas y vivir el furor divino).

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Todo esto para decir que el placer tiene un efecto cuantificable en la salud humana. La medicina moderna ha llamado al estrés “el asesino silencioso”, asociando esta excitación de neurotransmisores y hormonas con la producción o al menos la exacerbación de numerosos padecimientos. Una de las formas más lógicas para combatir el estrés es el placer; casi podríamos decir que son opuestos, y como tal, el placer puede ser un antídoto del estrés. En muchos sentidos, las personas que sufren la agudización de una enfermedad o su expresión epigenética son personas que no se entregan al placer. Evidentemente pueden existir algunos obstáculos para entregarse a la ligereza del placer, como puede ser un absorbente dolor físico, pero casi siempre existe la posibilidad de un espacio de recreo para refocilarse y olvidar ese dolor –a través del placer. Es necesario cultivar una disposición al placer, una apertura a sentir aquello que fascina o enamora, que reconecta con el pulso de la vida. Así, el placer es un logro filosófico, como el humor, una muestra de inteligencia –en la enfermedad, casi una catarsis. Y aunque ese placer sea seguido por dolor, en sí mismo, en la riqueza del instante de sentir, se revela que no hay una razón existencial superior –al menos no en este mundo– y que, de cualquier forma, aferrarse al placer como al dolor es absurdo cuando la naturaleza del mundo es procesal: el cambio, el río que fluye siempre por picos y valles.

Para aquellos que buscan el aval científico, un estudio realizado por  la organización británica ARISE mostró que 41% de los británicos no disfrutan de los placeres cotidianos debido a una sensación de culpa. Según este estudio, el estrés asociado con la culpa detona hormonas como la noradrenalina o el cortisol, las cuales de manera crónica dañan el sistema inmune y pueden provocar depresión. El placer, por otro lado, genera otro tipo de hormonas y neurotransmisores como la dopamina o la serotonina y la oxitocina (especialmente, en el caso del sexo) que nos hacen sentir bien y contribuyen al balance de nuestro cuerpo. Otro estudio de la Universidad de Cincinnati mostró resultados similares que vinculan al placer con la reducción del estrés.

Algunos buscan el poder, pero mejor ser de aquellos que buscan el placer –y sí, el placer es un acto político, porque tu placer es mi placer, al menos cuando tenemos los poros abiertos y nuestras neuronas son un espejo en sintonía y se multiplica el placer en una avalancha de cosquilluda confitería colectiva, infinitos campos de posibilidad de placer en la conciencia de ser.

Fuente [Pijamasurf.com]

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