El sentimiento de culpa se reprime y la angustia se convierte casi en angustia de pánico. Por estos días, en estas calles venezolanas se respiran aires de reflexión y de angustia en la mayoría de los que honorablemente somos ciudadanos de esta patria. Las pasadas elecciones presidenciales representaron, no solo una contienda electoral en sí misma, sino también la decisión de más de 6 millones y medio de venezolanos que apostaron definitivamente y sin miedo por un cambio.
Eso significa básicamente que la mitad del país no está de acuerdo con un sistema denominado revolucionario que a pesar de tener 14 años en el poder no lo entiende y no le ha cumplido sus pedimentos. Esto se deriva si solo nos remitimos a los resultados publicados por el poder electoral.
Por eso, sin adentrarnos en diatribas de rumores ni pensamientos particulares, la única opción que tenemos ahora es asumir lo que ocurrió, escuchar al líder de oposición Henrique Capriles en el más estricto sentido de cada una de sus palabras. Cuando un líder asume individualmente una derrota electoral, al mismo tiempo, pretende transmitir a quienes le siguen y a quienes le adversan que la lucha continua. Al menos, eso nos alivia como el cristal de sábila
mitiga un dolor intenso.
Por otra parte, más allá del destino electoral del país, ahora llega el momento crucial, y ese espacio de tiempo será determinante para los años venideros. Nos queda a nosotros como ciudadanos defensores de los valores y principios democráticos aplicar una doble ofensiva contra la angustia y por la libertad: la de la educación y la de la política. La política debe ser algo doble, por una parte, llevar el mensaje de manera adecuada, idónea, a la medida a cada uno de los sectores del país nacional, por otra partes es necesaria que la toma de posiciones frente a los problemas políticos siga siendo transparente, frontal y sin insultos personales.
Si seriamente nos interesa la humanización de la política; si queremos impedir que un demagogo -empoderado de todo un país desde el punto de vista orgánico- utilice la angustia y la apatía, no podemos callar. Debemos abandonar la arrogancia, la inercia o la repelencia ante la supuesta suciedad de la política.
Debemos hablar y debemos escribir. El idealismo no debe ser para nosotros una hermosa máscara, no debe volver a ser aquella forma conocida de idealismo que en el pasado disfrazaba los propósitos más reaccionarios y antiliberales. Solo mediante nuestra propia actividad política responsable, pueden convertirse en historia las palabras del idealismo.
Por Maggi Dilena / @maggidilena