El gobierno muestra una extrema debilidad pero si algo permite su subsistencia es la falta de unidad en el campo opositor. La crisis económica tiene una irrefrenable tendencia a agudizarse: la escasez, la inflación y el desempleo se incrementarán, la inseguridad es angustiante, regresan los apagones, la falta de agua y la crisis hospitalaria es espantosa. En el gobierno hay una seria confrontación interna, no tiene respaldo popular, ni sabe cómo enfrentar la crisis, quizás vamos a un colapso. Pero la esperanza del oficialismo y su principal fortaleza es la fractura de las fuerzas democráticas. Sin unidad, no hay salida.
Algunos opositores han censurado las acciones de calle o han sido demasiado prudentes, quizás cuidándose de no pisar el peine de la violencia, con la cual el régimen intenta ocultar la dramática realidad. Paradójicamente las acciones de calle han hecho posible que la MUD plantee una salida alternativa, distinta a la que promueve el militarismo y los cultores de la anarquía. Al propio tiempo, otros opositores dedican su energía a descalificar a la MUD y satanizar al diálogo. No entienden que -aun con sus errores- la MUD es la única instancia de dirección política y que todas las organizaciones forman parte de ella, incluso aquellas que la adversan. Creen que dialogar es desconocer la naturaleza del régimen, ceder posiciones o renunciar a principios. Nada de eso, si el gobierno fuera democrático, no haría falta una mesa de diálogo. No abandonaban sus ideales Churchill o Truman cuando dialogaron con Stalin para garantizar la paz en Europa. En fin, hasta a una eventual renuncia de Maduro, un adelanto de elecciones o cualquier salida constitucional, será necesario abrirle viabilidad política. O sea, dialogar.
Las agresiones entre opositores solo han logrado apuntalar al gobierno y debilitar tanto a «La Salida» como a la MUD, pagando así el costo de tal irracionalidad. Ahora que -por la irresponsabilidad del gobierno- la MUD anunció la suspensión del diálogo, se nos presenta una oportunidad excepcional para reunificar las fuerzas democráticas. Lo primero es asumir que unos y otros consideran impostergable un cambio pero es natural que existan diferentes visiones y formas de lucha. La fórmula es sumar y multiplicar, nunca restar y dividir. Segundo, el diálogo y la calle no son excluyentes. Al contrario, el diálogo sin acciones de calle puede ser tan infructuoso como la calle sin una instancia de diálogo que permita canalizar la salida.
Hay que cuestionar el individualismo, las agendas ocultas y el sectarismo pero nada más absurdo que descalificar a un opositor porque no comparte nuestra opinión sobre la ruta a seguir. ¿Qué es lo que se quiere, un pensamiento único? ¿Cómo exigir al régimen que respete a quienes piensan distinto, si actuamos con similar intolerancia? ¿Un poco de sensatez es demasiado pedir? Es hora de cerrar este capítulo y avanzar. Hay que asumir la unidad como un valor esencial y una condición indispensable para construir una verdadera salida. Lo contrario es una estupidez.
Richard Casanova / @richcasanova