Para el gobierno el diálogo es una maniobra para ganar tiempo y reducir el impacto de la grave crisis económica y social que ha generado. Pretenden ocultar el fracaso y diluir su responsabilidad, aspiran que el país crea que este desastre es culpa de “todos” pero jamás de ellos. Por otra parte, la necesidad de diálogo en un país polarizado también ha sido la excusa de divisionistas y saltimbanquis para entenderse con el gobierno, fue el pretexto del MAS, BR y otros que intentaron fracturar la unidad democrática. Aun siendo una emboscada, los demócratas deben asumir el diálogo con firmeza, no con ingenuidad sino con objetivos claramente definidos, entre ellos reafirmar su vocación democrática y develar ante el país la farsa del régimen, que el pueblo sepa que quien ahora convoca al «diálogo» es un gobierno truculento, responsable de la tragedia que vive la Nación.
Pero hay otra lectura. Pese a todo el abuso y ventajismo, con el último resultado electoral se logró detener la anunciada radicalización del proceso y más bien, la boliburguesía gobernante se vio forzada a promover el supuesto diálogo. Es decir, tal convocatoria es la mejor evidencia de su debilidad: Si se sintieran fuertes y victoriosos, la historia seria otra. Ese es un importante triunfo que es desconocido por grupos radicales de oposición, quienes inconscientemente se confabulan con seudo-opositores e infiltrados para desacreditar a las fuerzas democráticas y atacar a su principal líder. En efecto, cuando Henrique Capriles se ha negado a atender invitaciones palaciegas al diálogo, lo cuestionan porque perdió una oportunidad. Y cuando –preocupado por el drama de la inseguridad en Venezuela- asiste a Miraflores, lo critican argumentando que legítima a Maduro o que le hace el juego. El país sabe que Capriles ha arriesgado todo enfrentando al gobierno, decir que lo legitima es francamente absurdo.
Cuando en 1945 Churchill se reunió en Potsdam con Stalin, nadie interpretó que el primero estaba legitimando al comunismo o justificando los crímenes de lesa humanidad cometidos en su nombre. En esa jornada también participó el presidente norteamericano Harry S Truman, sin que ello significara una victoria del autoritarismo soviético. Al contrario, sin Hitler se iniciaba una nueva etapa de la guerra, fría y silente. Aquel diálogo tenía una finalidad trascendente: sentar las bases para garantizar la paz en Europa y poner fin a la pesadilla nazi. La oposición venezolana debe ver este hipócrita llamado a diálogo del gobierno y sus aliados, con el mismo cuidado que a esas posturas ultra radicales que terminan facilitando al régimen la excusa necesaria. Como demócratas hay que valorar el diálogo pero con la estrategia de quien se sabe en una emboscada, conscientes de que la chorocracia cubano-venezolana no tiene real interés en esa ruta y que solo intenta cambiar el campo de batalla, no finalizar la guerra. Transitar ese oscuro callejón es esencial para salir de esta pesadilla roja.
Richard Casanova / @richcasanova