Desde los años 50, la sabiduría popular sobre la obesidad apenas ha cambiado y se basa en una sencilla premisa: somos gordos porque comemos más de los que quemamos. La hipótesis del equilibrio energético, tal como se conoce a esta creencia, parte de una afirmación que pocos se atreven a cuestionar, una verdad de Perogrullo que todos creemos que se basa en el “sentido común”. Nos lo han enseñado en el colegio, lo hemos leído en las revistas y lo hemos visto por la tele. Pero, tal como asegura el científico y periodista Gary Taubes, una de las autoridades mundiales en el terreno de la divulgación sobre nutrición, no hay un sólo experimento científico que valide esta creencia tan extendida.
Parece sorprendente, pero, en un ensayo publicado hoy en el British Medical Journal, Taubes asegura que la hipótesis del equilibrio energético no es correcta y, dado que consiguió arrinconar a la otra hipótesis, basada en fundamentos endocrinos y hormonales, es en última instancia responsable de la epidemia de obesidad que sufren los países occidentales y todas las enfermedades crónicas que ésta conlleva. Es un dogma que debemos eliminar si queremos avanzar en el conocimiento real de una enfermedad que afecta a millones de personas en todo el mundo.
Una historia de la obesidad
La historia de la investigación sobre la obesidad se traduce, según explica Taubes en su ensayo, en la pugna entre dos hipótesis que han tratado de explicar durante más de dos siglos por qué las personas engordan. La batalla comenzó a principios del siglo XX, cuando se realizaron los primeros estudios científicos sobre la obesidad.
La hipótesis del equiliibrio energético surgió cuando los científicos empezaron a aplicar las leyes de la termodinámica a los organismos vivos. A finales del siglo XIX los científicos americanos Wilbur Atwater y Francis Benedict confirmaron que estas leyes podían aplicarse también a los humanos: las calorías que consumimos pueden ser quemadas a modo de combustible, almacenadas o expulsadas. Esta revelación llevó a dos científicos influyentes, el alemán Carlo von Noorden y el estadounidense Louis Newburgh, a formular la hipótesis del equilibrio energético que, pese a haberse creado hace un siglo, sigue dándose por buena por la mayoría de la población.
En 1920, Newburgh aseguró que la hipótesis del equilibrio energético debía ser necesariamente correcta, pues se basaba en una verdad fundamental: “Todos los obesos son iguales en una cosa, comen demasiado”. Para el científico americano los obesos eran los únicos responsables de su enfermedad y culpables de “varias debilidades humanas como el exceso y la ignorancia”.
La hipótesis endocrinológica
A la par que se formulaba en EEUU la hipótesis del equilibrio energético varios científicos alemanes desarrollaron una hipótesis alternativa basada en la idea de que la obesidad tenía que ver con un incorrecto funcionamiento de las hormonas y el sistema endocrino, que conducen a una acumulación excesiva de grasa en determinadas zonas del cuerpo. Para Wilhem Falta, discípulo de von Noorden y pionero de la ciencia de la endocrinología, la obesidad estaba causada por la insulina y estaba directamente relacionada con la diabetes.
Otra versión de esta hipótesis, la que ha tenido mayor recorrido, fue desarrollada por el médico alemán Gustav Von Bergmann y el endocrino austriaco Julius Bauer. Bergmann creía que la obesidad estaba causada por la lipofilia –“el amor por la grasa”–, una predisposición endocrina de algunas personas a acumular grasa en unas partes del cuerpo y no en otras. La gente con tendencia a engordar, explicó Von Bergmann en 1908, tenían un tejido adiposo anormal, con tendencia a la acumulación de grasas.
En torno a la década de los 30, la teoría de la lipofilia se convirtió en la más aceptada en Europa, y fue muy bien recibida en Estados Unidos. Pero entonces estalló la guerra.
Una hipótesis condenada al olvido
Antes de que estallara la II Guerra Mundial la mayoría de la literatura científica sobre obesidad estaba escrita en alemán. Tras la derrota del Tercer Reich, la lengua de Goethe fue desterrada de la comunidad científica y con ella todo lo relativo a la hipótesis endocrinológica de la obesidad. El inglés se convirtió en la única lengua válida para las investigaciones científicas y, debido a esto, la hipótesis del equilibrio de energía, todavía mayoritaria en EEUU, se extendió como la pólvora.
En los años 60 se constató que la insulina era el regulador principal de la acumulación de grasa en las células. El hallazgo casaba a la perfección con la hipótesis endocrinológica, pero, para entonces, ya nadie se acordaba de las teorías de Falta y Von Bergmann, que de haberse mantenido se habrían unificado tras el descubrimiento y sin duda habrían salido fortalecidas. Este desconocimiento, según Taubes, fue fatal. De haber sobrevivido la teoría endocrinológica nos habríamos dado cuenta de que los obesos no son gordos porque comen demasiado, sino porque desencadenan una respuesta hormonal que ocasiona que el combustible consumido se almacene en forma de grasa.
Para Taubes, que ha defendido repetidamente la hipótesis endocrinológica en varios libros que han llegado a superventas –Good Calories, Bad Calories (2007, que no cuenta con traducción al español) y Cómo engordamos y qué hacer al respecto (2011, RBA)–, los terapeutas saben desde mediados de los 70 que las dietas que restringen los carbohidratos son las más eficaces para combatir la obesidad, algo que casa al 100% con la hipótesis defendida por los científicos alemanes, pero la mayoría de los médicos no han dado su brazo a torcer y han negado repetidamente que la obesidad tenga un origen endocrino.
Estamos gordos debido al consumo de carbohidratos y azúcar
“Los intentos por culpar al aumento mundial de la disponibilidad de calorías de la epidemia de obsesidad”, explica Taubes, “suelen pasar por alto el hecho de que este incremento está ocasionado, en gran medida, por una mayor ingesta de carbohidratos, principalmente azúcares como la sacarosa y el jarabe de maíz de alta fructosa”. En su opinión, la ciencia de la obesidad se ha alejado de los estudios científicos rigurosos para aceptar como cierto todo aquello a lo que se pueda aplicar una simple relación causa-efecto.
Pese a que Taubes mantiene una clara hipótesis reconoce que, a día de hoy, seguimos sin poder responder con solidez científica a una pregunta tan aparentemente simple como ¿por qué engordamos? Pero está decidido a encontrar la respuesta, y para ello ha marcado, a través de su plataforma Nutrition Science Initiative –que busca financiar proyectos científicos sobre nutrición–, tres condiciones necesarias para progresar en el conocimiento de la obesidad:
1. Aceptar que existen hipótesis alternativas al equilibrio energético para explicar la obesidad.
2. Negarse a aceptar investigaciones de poca calidad para establecer conocimientos fiables y directrices de salud pública.
3. Defender el gasto en investigación sobre la obesidad, pues ni siquiera las mejores investigaciones han logrado explicar, de momento, por qué engordamos.