“El síndrome del espejo sirve para describir determinadas conductas humanas que rayan lo patológico, que están entre lo que es públicamente anormal y normal”, explica Jesús J. De la Gándara, psiquiatra director de la unidad de trastornos de la alimentación de Castilla y León y uno de los más reconocidos divulgadores de la psiquiatría.
En último libro, El síndrome del espejo (Debate) trata de analizar el enorme problema de la relación del ser humano con su imagen que, tal como ha explicado a El confidencial, en los últimos 50 años está generando muchísimos problemas, psicológicos, sociológicos y sanitarios: “Está alcanzando categoría de enfermedad en forma de trastornos de la alimentación, de la autoimagen, enfermedades emergentes… Y otras preocupaciones de la gente, que no son enfermedades, pero nos afectan, como la preocupación por la imagen, por la estética, la hiperpreocupación por la moda, todo lo que rodea el concepto moderno de belleza”.
De la Gándara tiene claro que la belleza es importante para todos los seres humanos, y condiciona enormemente nuestro día a día. No es ninguna novedad, explica el psiquiatra, “la belleza es un bien público, personal y humano que ha existido siempre y existirá siempre porque es un criterio que se aproxima a otros”. Gándara cree que la belleza es un símbolo de salud y de placer, se aproxima a la felicidad porque genera bienestar, y es una fuente de poder, pues la belleza impone una imagen sobre los demás: “Una persona bella atrae, tiene más éxito social y gana más dinero”. Informó elconfidencial.com
La sociedad de la hipermercadotecnia
La belleza es un bien muy importante, positivo, pero tal como explica De la Gándara, “su comercialización ha hecho que, en un momento determinado, la belleza, no su cualidad, que es buena, sino su cantidad como producto, condicione nuestras vidas”.
De la Gándara (en la foto) es un ávido lector de revistas de moda pues, asegura, le dan “una gran cultura pública”. Podríamos pensar que estas revistas ofrecen un reflejo perverso de nuestra sociedad, pero el psiquiatra tiene claro que lo perverso no son las revistas, somos nosotros; la novedad reside en que los espejos se han multiplicado.
“Hemos pasado de tener un espejo en el que nos miramos a tener un hiperespejo, que empezó con el cine y continuó con el resto de pantallas”, cuenta De la Gándara. “Entre tú y yo ya tenemos cuatro [dice señalando los móviles y aparatos que descansan sobre la mesa]. Y cuando salgas de aquí, ¿cuántos escaparates vas a ver? Eso también son espejos. Es una proyección de ti mismo, el alter ego de lo que quieres ser, el superguapo que está en el escaparate. Entre el espejo y tu media la frustración, pues el deseo te lo ha provocado ya. Es placer, pero no puedes comprarlo, quizás la tienda no está abierta o no tienes dinero. Y si lo compras, se lo enseñas a tu mujer y te queda fatal. Porque lo has visto puesto en un chico de 20 años, superdelgado, altísimo y que además no se movía, porque era un maniquí”.
Un síndrome de origen biológico
De la Gándara cree que, pese a que los espejos se hayan multiplicado, no podemos culpar a la tecnología de los problemas que tenemos con nuestra imagen. No sólo porque sea inútil, sino porque el problema tiene una raíz biológica. “La evolución biológica sigue un incremento x, como el resto de las especies que se adaptan al medio”, cuenta el psiquiatra, “pero la evolución cultural empezó a ir mucho más rápido a medida que se desarrollaba nuestra inteligencia”. Este fenómeno, conocido comogenoma lag o retraso genómico, es causante de muchos de nuestros problemas de salud, como el alzhéimer, la diabetes, la obesidad, y todas las patologías que tienen su origen en el síndrome del espejo.
Tal como explica el psiquiatra, el problema reside en encajar el concepto de belleza social-evolutiva (tener atributos genéticamente deseables) con el concepto de belleza social-cultural (tener atributos socialmente deseables). Pues el primero sigue mandando. “Nuestro modelo de belleza no ha cambiado tanto”, asegura De la Gándara. “Si cogemos a un tío de hace 100.000 años, le ponemos en la calle guapito, con una corbata, no nos enteraríamos. Y si le soltamos en una playa diríamos que está bueno, porque tiene más musculo y está más fuerte”.
Ese desajuste entre lo biológico y lo cultural, explica el psiquiatra, es muy importante para entender lo que está pasando ahora con el concepto de la utilización pública de la belleza: “Nuestro cerebro sigue manejando el concepto biológico, sin embargo nuestros escaparates manejan el otro. Y eso crea un conflicto”.
“¿Qué hacemos los viernes por la noche cuando salimos a ligar?”, pregunta De la Gándara. “Nos emperifollamos, nos echamos una colonia con feromonas, nos ponemos guapos, nos tomamos una copita para tener más labia…” Tratamos de trabajar nuestra Capacidad Autopercibida para la Reproducción y la Supervivencia (CARS), que se basa en gran parte en los atributos de belleza. Y según el psiquiatra determina en grado sumo nuestra capacidad evolutiva: “Una mujer con CARS liga más y tiene más hijos y más descendencia, evolutivamente es más importante. Si miramos en su registro geneológico, desde su tatarabuela hasta su bisnieta, veremos que esa señora tiene más antecesores y más prosecutores. Va a tener más descendencia. Pero si tienes poca CARS…”
Del humanismo al trashumanismo
¿Cómo solucionamos el retraso genómico? De la Gándara lo tiene muy claro: “Se solucionará cuando consigamos que internet, y la tecnología, hagan que nuestro cerebro evolucione más deprisa de lo que lo está haciendo ahora”.Para ello el psiquiatra apuesta por el transhumanismo, “un concepto filosófico que habla de que la aplicación de las nuevas tecnologías a la vida hará que el ser humano tenga más potencialidades de todo tipo: más energía, más belleza, más rapidez mental…”. El transhumanismo se basa en tres conceptos: la genética, la nanotecnología y la robótica. Surgirá entonces, tal como explica De la Gándara, reconocido defensor de esta corriente, un ser humano ampliado y mejor: la evolución biológica y cultural volverán a ir de la mano.
“Todas las iglesias, y los humanismos antiguos, van en contra de esto”, reconoce De la Gándara. “¿Cuántas veces hemos oído que la genética, la tecnología o la robótica van a acabar con el ser humano? Yo creo que no. Son un producto del ser humano, y si es inteligente los incorporará a sí mismo para ser mejores. Igual que un día incorporamos la escritura”. Por eso, en su opinión y volviendo al tema central de su libro, es mezquino culpar a los medios de comunicación o la tecnología de nuestros problemas con la belleza.
“Es imposible romper los espejos”, asegura el psiquiatra. “Los espejos se autorreplican, se diversifican, se imponen… No podemos vivir sin espejos porque son nuestro sistema de comunicación. Las soluciones hay que buscarlas en nosotros mismos, en los que nos miramos en espejos diferentes”. Hay diferentes vías: “La sabiduría, para conocer y admitir la verdad; la bondad, para reconocer y tolerar los defectos y conflictos; el equilibrio y la mesura; la higiene física y mental, como antesala de la salud; los tratamientos, cuando sean necesarios, y la ética, que es el disfrute de la vida”.
Todo lo demás, cuenta De la Gándara, es buscar chivos expiatorios: “¿Alguna vez una campaña pública o política ha resuelto algo de esto? No. Es una cosa de los seres humanos. El lugar más común que hay en el periodismo moderno es echar la culpa de la anorexia y la bulimia a la publicidad y la comunicación. Es un discurso estándar. A mí que me lo demuestren. Hasta ahora no ha servido para nada”.