El flaco camina, brinca charcos, corre y se sube a la tarima teniendo puesta su gorra tricolor, habla unos 25 minutos frente a miles de personas, luego se la quita y la lanza a los asistentes. Esa acción se repite en cada pueblo que visita, hasta ahora en más de cien.
A varios kilómetros de distancia, frente al televisor viendo la imagen del acto, una persona, con su caricaturesco peinado, le dice a otra: “Eso es ilegal. Es un acto subversivo. Lanzar la gorra de esa forma debe ser un crimen. De hecho, con sólo tener la gorra ya está incitando a la violencia”. A lo que la otra persona le responde: “¿Tú crees? Sí, verdad. Es un símbolo eso de quitarse la gorra y tirarla. Coño, sí, está incitando al magnicidio”.
Mientras siguen discutiendo sobre el crimen de “lesa humanidad” que significa llevar una gorra en un mitin, suena el teléfono. Susto, es el teléfono rojo. Llamada directa desde el más allá. Antes de contestar es necesario ponerse firme, los pies bien juntitos y la mirada baja. Una de las personas atiende el teléfono, escucha atentamente y vuelve a colgar.
“El comandante rey dice que él está ganando por 1.000 puntos, pero que por si acaso de los si acasos, es necesario que eliminemos algunas cuñas en su contra, ignoremos sus cadenas propagandísticas y le quitemos la gorrita al tipo ese que lo tiene tan fúrico, que no lo deja dormir”.
El capricho de un autócrata se convierte en ley porque no consigue instituciones que le detengan ante su apetito ventajista y abusivo. Las instituciones se transforman en cajas de cartón incapaces de asumir la primera llovizna de abusos y crea funcionarios moldeados como figurillas tenues que ridiculizan al poder que representan.
Así, luego de observar la extrema vigilancia que el máximo organismo electoral hace de la manera en que se visten los candidatos presidenciales, sólo nos queda decir que para el siguiente nombramiento de los rectores, se hace necesario que sean sugeridos los nombres de Carolina Herrera, Ángel Sánchez y Giovanni Scutaro.
Porque si la cosa es vigilar a quien deba vestirse adecuadamente para la campaña, entonces no creo que alguien pueda superar sus credenciales. Nuestros tres mejores diseñadores son la autoridad máxima en esa rama, sólo espero que acepten tan distinguido nombramiento.
Aunque algunos funcionarios electorales se pregunten si la gorra es correcta o no, si la camisa tiene o no tiene tantos botones, o si los colores se ven vivos u opacos, nuestra Constitución establece la creación de un quinto poder nacional que organice, supervise y facilite los actos electorales en el país. Y estamos completamente seguros de que la intención del legislador no fue la de regular los modelos o colores de la gorra que usa un candidato.
A veces nos preguntamos consternados: ¿En qué momento llevar una gorra para demostrar el orgullo hacia la patria se convirtió en delito? ¿Cuándo amar los colores de nuestra bandera significó un acto de subversión? ¿Qué pasó en el país, cuando los ciudadanos tienen prohibido llevar gorras a marchas, pero los malandros pueden llevar armas a las cárceles?
Estamos seguros de que el próximo movimiento del gobierno será revisar dónde compra las gorras el candidato opositor. Fácil para los organismos de inteligencia del Estado. Pronto estaremos viendo las miles de gorras solicitadas o bajo custodia, mientras, el comandante rey dará una cadena en radio y televisión para informar que las gorras se jodieron porque ni la Comisión Interamericana de Derechos Humanos les ayudará.
Por Noel Valderrama / @NoelValderrama