La tradición judeocristiana tiene fama de no conceder un lugar honroso al género femenino. Más allá de las vírgenes o las mujeres sumisas, en los textos bíblicos es común encontrar que las mujeres son objeto de los más crueles castigos o se les adjudica la más despreciable reputación.
Un poco para probar esa idea, para saber hasta qué punto es verdad o en qué momento se convierte en prejuicio, Rachel Held Evans, una mujer de 30 años residente en Dayton, Tennessee, se impuso la obligación de vivir durante un año tan apegada como pudiera a las reglas de comportamiento que contiene la Biblia, desde las más triviales hasta las que tocan aspectos importantes de la cotidianeidad.
Su disciplina la llevó a no recortar su cabello, fabricar sus propias ropas, aprender a cocinar, llamar a su esposo “Señor”, dormir en una tienda de campaña fuera de su casa en tanto durara su periodo menstrual, rehuir del cotilleo, preocuparse por los pobres, “alabar a su esposo en las puertas de la ciudad”, no tener autoridad sobre ningún hombre y algunas otras conductas igual de extravagantemente anticuadas, cada una sustentada por su correspondiente pasaje bíblico (aunque prefirió no abrazar la poligamia). Además, dice Evans que cada mes encaminaba sus esfuerzos a practicar una de las muchas virtudes que ensalza la Biblia en las mujeres juiciosas: la gentileza, la mansedumbre, la obediencia, la sumisión, el recato y otras siete más.
Curiosamente, pese a lo que muchos podríamos pensar, la intención de esta mujer nunca fue “menospreciar o burlarse de la Biblia” y parece que ni siquiera evidenciar el atraso moral y ético de algunas de las recomendaciones del llamado “libro sagrado”, aunque tampoco “glorificar sus elementos patriarcales”. Al embarcarse en este proyecto personal, Evans quiso dar pie a un debate sobre el lugar que los preceptos bíblicos pueden tener en la vida de cualquiera.
Evans, que se dice cristiana y feminista, asegura que a lo largo de su experiencia aprendió a conocer mejor la Biblia, sobre todo en sus contradicciones. Por otro lado se dio cuenta de que aun con estas reglas lo común, ya en la práctica, es que la persona escoja y elija cuál seguir y cuál no (a menos, claro, podría objetársele, que se viva en un régimen autoritario en el que las mujeres ni siquiera tienen voz ni rostro y en donde su cuerpo solo funciona como vehículo del poder y la represión).
“Entre más conozcan las mujeres sobre la Biblia, más podrán ellas responder cuando intenten silenciarlas”, afirmó.