Si tuvieras unas gafas de visión ultramicroscópica te darías cuenta de que tus sábanas son, en realidad, un festival de ácaros, bacterias y mugre de tamaño infinitesimal.
El menú fatal de tu lecho incluye restos de pieles muertas, pelos, bacterias, mohos, ácaros y materia fecal (sí, el sudor lleva bacterias E-coli. Su número esparcido por la cama aumenta si te gusta dormir en cueros y esos microorganismos abandonan su residencia habitual en el intestino, por el orificio natural, y salen a dar una vuelta por tu cama, por si pueden infectar algo por ahí). Así las cosas, vuelve a echar un vistazo a tu lecho: ¿a que lo ves como un zoológico de micromonstruos? Pues, si eres riguroso con tus ocho horas de sueño, en ese magma te pasas la tercera parte de tu vida.
Pero tranquilos: los españoles somos de los europeos más disciplinados con el lavado de nuestra ropa de cama. La cambiamos 3,8 veces por semana, según un estudio de Ariel Hygiene y el Instituto Pasteur. El 90 % de nuestros vecinos del norte –alemanes o británicos– solo efectúa un lavado semanal. Este es el mínimo recomendado por el prestigioso Instituto “para impedir que se multipliquen los ácaros del polvo y se acumulen alérgenos”. La mala noticia es que puede que su paso por la lavadora sea en balde y esa fauna regrese triunfante y bien planchada a tu cama.
¿Y cómo hay que lavarlas para que los microorganismos no se peguen un festín mientras estamos en brazos de Morfeo? Seamos claros: hay que achicharrarlos. No queda otra. Pero los fabricantes de detergentes, los de lavadoras, los de la ropa blanca y hasta los ecologistas insisten en evitar los programas de lavado a altas temperaturas (más de 30-40º C) por su mayor consumo energético y porque la ropa se deteriora más rápido. El planeta sonríe y con él, los cien millones de bacterias E-coli que entran en cada lavado. Estos pequeños seres aterradores son capaces sobrevivir a los lavados en frío y atrincherarse en el tambor hasta el lavado siguiente. Un lavado a 30 ºC solo elimina al 6% de estas criaturas, mientras que el programa a 60 ºC garantiza el exterminio total. Y lo que es peor, las que se quedan en la lavadora podrían infectar la siguiente colada, ayudadas, de paso, por las nuevas bacterias adheridas a la ropa interior. Dejado a su libre albedrío, el Staphylococcus aureus, sin ir más lejos, puede causar infecciones urinarias o neumonía, mientras que la E-coli y el norovirus pueden acarrear desarreglos gastrointestinales. Para que la lavadora no se convierta en su cuartel conviene hacer un lavado mensual sin ropa con un desinfectante específico.
Aunque para la mayor parte de los ciudadanos sanos no representan ningún riesgo, pueden causar infecciones o alergias a las personas enfermas, bebés o con las defensas bajas. Los científicos proponen otra solución: añadir productos desinfectantes al lavado o recurrir a detergentes con bactericidas que se lleven por delante a los Staphylococcus aureus, Pseudomonas aeruginosa, Salmonella choleraesuis o Salmonella typhimurium. Otra solución más doméstica es aplicar la receta de las abuelas, tan sabias ellas sin tanto master en ciencias: tender al sol y esmerarse con la plancha.
¿Y ya? Pues no. El edredón y el colchón también se ensucian. Y dan cobijo a legiones de ácaros, encantados de ese hábitat cálido, oscuro y tranquilo. Steven Willis, portavoz del fabricante del colchones Ergoflex recuerda que los ácaros en sí son asquerosos pero inofensivos. “Sin embargo, sus detritos contienen enzimas digestivas que pueden causar reacciones alérgicas en los humanos. También pueden resultar irritantes los exoesqueletos de estos microorganismos”. Peor aún lo ponen los chinches. Esos animales no se desplazan mucho por sí mismos, pero llegan con facilidad, por ejemplo, al tirar tu mochila de un viaje encima de la cama. En el barrio madrileño de Lavapiés hace un año numerosos vecinos se quejaron de una plaga que provocó picaduras y decenas de colchones abandonados a su suerte en la calle. Al final el ayuntamiento tuvo que reaccionar y ayudar a fumigar y a recoger los colchones dañados.
Pero bueno, tranquilicémonos. Tampoco hay que caer en la paranoia de la higiene: el colchón basta con airearlo cada seis meses. La funda del edredón hay que lavarla con la misma frecuencia que las sábanas y el propio edredón, al menos, al terminar la temporada de invierno. Las almohadas, cada tres meses. Si son de plumas, a la tintorería. Si son sintéticas, lavadora y a 60 ºC. Las cifras explican por qué: tras dos años de uso sin lavar, el 10% del peso de tu almohada corresponde a ácaros muertos o sus deyecciones. Si sumamos nuestras propias pieles muertas, restos de maquillaje, grasa, bacterias, hongos y los propios ácaros podemos llegar hasta un tercio del peso total de nuestra querida compañera de sueños.
Queda el pijama. La profesora Rally Bloomfield, de la Escuela de Medicina e Higiene de Londres, recomienda mandarlo a la lavadora al menos una vez a la semana para evitar infecciones. El sentido común aplaude la iniciativa también por aquello de no apestar a tumbar abierta por desaseo en nuestra indumentaria nocturna.
Por cierto, atenta a la higiene de tus compañeros de amoríos: un estudio de Ergoflex revela que los solteros entre 18 y 25 solo cambian las sábanas cada tres meses. Si tres son multitud, imagínate irse a la cama con una millonada de criaturas infinitesimales.
Fuente: [Elpaís.es]