Sufrió el anonimato al que estaban sometidos los diseñadores de los grandes estudios en las décadas de los cincuenta y sesenta.Irving Harper (1916) trabajó 17 años para George Nelson (1908-1986), director de diseño de la famosa empresa Herman Miller.
Conocida por sus distinguidos muebles y complementos para oficinas y hogares, la compañía de diseño industrial fue una de las fundadoras del modernismo estadounidense, con objetos que combinaban la belleza y el pragmatismo. Informó 20minutos.es/
Harper, que ahora tiene 96 años, es autor de símbolos del diseño como el sofá Marshmallow (1956) y el reloj Sunburst (1948), piezas esenciales que, sin embargo, fueron atribuidas a Nelson, que, como era costumbre en la época, vampirizaba a sus empleados y se atribuía en solitario los diseños cuando las creaciones de los subordinados eran obra del conjunto de la compañía.
Pero además de su producción como diseñador, Harper desarrolló una sorprendente faceta como artista del papel. En su casa de Rye (Nueva York) atesora unas 300 inusuales piezas de carácter escultórico que realizó en papel como puro pasatiempo,»para liberar estrés» y relajarse.
El libro Irving Harper Works in Paper (Los trabajos de Irving Harper en papel), publicado por la editorial estadounidense Rizzoli, rescata esa habilidad pasmosa y recopila por primera vez esta colección privada al completo, creada a lo largo de seis décadas entre las que están los años en que el diseñador fue empleado de Nelson y creaba a menudo modelos y maquetas para presentar los proyectos. La destreza que adquirió le hizo ver la versatilidad de un material que no requería aparatos ni maquinaria para convertirse en arte.
Elegantes líneas y aparente sencillez
Nunca hizo bocetos previos, se dejaba llevar por lo que le apetecía expresar y no imaginaba que ninguna de sus creaciones trascendiera más allá del ámbito privado. Influido por Picasso, los jeroglíficos egipcios, el arte de Oceanía y el africano —del que se declara un profundo admirador— Harper ideó sus figuras con la mente puesta siempre en las elegantes líneas y la aparente sencillez del modernismo estadounidense, un movimiento que en el diseño industrial además apostaba por la transformación de materiales humildes en refinadas piezas de artesanía y diseño.
La combinación resulta en figuras de guerreros y máscaras tribales que parecen talladas en madera o esculpidas en una piedra pulida a la perfección, estructuras abstractas que imitan la rigidez del metal, figuras de animales cubiertas de púas triangulares… Nunca se planteó venderlas: le gusta tenerlas disponibles, son objetos preciados que no se cansa de admirar. La incapacidad de desprenderse de las obras fue el motivo —según cuenta— para dejar de fabricarlas en el año 2005, cuando dejó de tener espacio para exhibirlas en su hogar.