Convencionalmente, la impresión que se tiene de un escritor es la de un ser singular, atormentado en ocasiones, con habilidades sociales disminuidas, introvertido, de comportamientos excéntricos, solitario o francamente misántropo, neurótico y, en casi todos los casos, con una intensa vida interior, mucho más vívida que la del común de las personas.
Se trata de una concepción en buena medida romantizada que, sin embargo, podría tener un sustento real.
De acuerdo con una investigación llevada a cabo por investigadores del Instituto Karolinska, que se encuentra en Suecia, existe un vínculo entre enfermedades mentales y la llamada vocación artística o, dicho con menos solemnidad, las ocupaciones creativas.
Analizando los datos pertenecientes a poco más de 1 millón de personas con algún tipo de trastorno mental —esquizofrenia, depresión, ansiedad, alcoholismo, drogadicción, autismo, déficit de atención e hiperactividad, anorexia y suicidio— encontraron correlación entre alguno de estos y las actividades artísticas.
Así, según los científicos, el desorden bipolar fue el único diagnóstico que prevaleció entre pacientes que se dedicaban a alguna carrera artística (aparte un estudio previo encontró que las familias con un historial de esquizofrenia o bipolaridad tendían a generar personas creativas).
Sin embargo, si los datos se manejaban de tal modo que, dentro de estas actividades, solo se tomaran en cuenta los escritores, entonces se observaba una sobre-representación de pacientes con esquizofrenia, depresión, bipolaridad, ansiedad y problemas con abuso de sustancias. Finalmente, los escritores mostraron casi el doble de probabilidad de suicidarse comparados con el resto de la población.
Por otro lado, parece ser que los parientes cercanos de personas con alguna de esta enfermedad mental también son más proclives a desarrollarse en algún ámbito artístico.
Y si bien estudios como este fortalecen ese cliché en torno a la figura del escritor como un desequilibrado mental (en sentido amplio), también hacen ver que esta percepción social de la enfermedad mental en ocasiones olvida que una persona en dichas condiciones no es, necesariamente, un ser disfuncional, un anormal que pide a gritos la reclusión y el encierro. En ciertas circunstancias, una persona puede trascender dichos trastornos, trascender sus limitaciones y en cierto modo incluso a sí misma y el nombre técnico con que otros intentan definirla, y transmutar esa supuesta enfermedad en otra cosa.