En Venezuela te dan el vuelto con caramelos, en Norcorea con bolsas de té

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El dinero no tiene olor, salvo en Corea del Norte donde el visitante recibe a veces el cambio en la forma de una bolsita de té en vez del won local.

Independientemente de que sea un yuan chino, un dólar estadounidense o del euro, la mayoría de las divisas extranjeras son aceptadas en este país necesitado de reservas, por lo que los turistas, aunque no son muy numerosos, aportan una parte importante.

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Cualquier transacción se hace en moneda extranjera para el visitante que solo puede desplazarse con un acompañante y que solo tiene acceso a un número limitado de tiendas.

Los extranjeros solo pueden gastar dinero en los grandes hoteles y en los restaurantes de la capital que los reciben. En otros lugares suele resultar complicado.

Bienes y servicios están etiquetados en won norcoreano y hay que empezar por hacer una difícil conversión.

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Los dólares estadounidenses y los euros suelen ser aceptados en general pero no siempre están disponibles por lo que el cambio suele ser en yuanes chinos, abundantes en el mercado norcoreano. Lo que obliga a una nueva conversión.

Y en caso de que también falten, una o dos bolsitas de té sirven de moneda de cambio.

En cambio, el won casi no se ve.

La economía de Corea del Norte está exangüe, tras décadas de pésima gestión, catástrofes naturales y sanciones internacionales.

Además de Pyongyang, la capital donde viven las élites, la población vive en la pobreza, y la falta de alimentos afecta a dos tercios de los 24 millones de norcoreanos, según Naciones Unidas.

Las estimaciones varían en cuanto a la cantidad de wons en circulación. Según expertos surcoreanos, podría situarse en torno a los 2.000 millones de dólares (1.500 millones de euros) por unos Ingresos Nacionales brutos de 30.000 millones, un 2,6% del INB surcoreano.

La confianza de los norcoreanos en su moneda se hundió en 2009 cuando el poder realizó una reevaluación ruinosa destinada a luchar contra la emergencia de los mercados privados a los que Pyongyang no ve con buenos ojos.

Pero la popularidad de las divisas extranjeras hace temblar al régimen comunista ya que pueden alimentar mercados paralelos que escapen a su control.

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Hay que saber dónde se puede gastar el dinero. Los visitantes extranjeros están vigilados de cerca por agentes del gobierno con los que hay que negociar arduamente para poder desviarse del itinerario aceptado.

En caso de que se salga uno con la suya, un taxi te lleva, junto con el ángel de la guarda, a una tienda para extranjeros de paso en las que un norcoreano medio no pone nunca los pies.

En Rak Won, cerca de la agencia de la compañía aérea nacional Koryo Air, el personal es muy superior al número de consumidores.

Las estanterías de dos pisos ofrecen golosinas chinas baratas a productos de lujo como alcohol importado o cuchillos de cocina alemanes Wusthof.

Los precios son prohibitivos para los norcoreanos y la indiferencia del personal con el equipo de periodistas extranjeros, cámaras en ristre, recién llegados hace pensar que los consumidores de paso son una excepción.

Una nueva negociación ardua con el acompañante, le convence de visitar el centro comercial Kwang Bok, mucho más popular donde las escaleras mecánicas te llevan por tres pisos alrededor de un atrio adornado con banderas nacionales.

Tras un breve intercambio, el gerente de la tienda acepta la presencia de periodistas.

La tienda está llena de consumidores domingueros que han venido a degustar en pareja o en familia, pato, cangrejo y pescado.

Hay un montón de gente en la barra para tomar una cerveza o el licor coreano, el “soju”. En la caja, un hombre está sentado bajo una pantalla de televisión que pasa una película de guerra norcoreana.

En el tercer piso, un espacio de juego de niños está decorado con carteles ilustrados con escenas de guerra donde los soldados están al lado de carros o aviones de combate.

AFP.-

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