Uno de los puntos de mayor importancia en la construcción de un vínculo de pareja saludable es la demarcación de los espacios personales, así como de los espacios compartidos. Esta cuestión suele ser muy problemática puesto que a menudo genera conflictos y “tironeos” dentro de la pareja.
Una sentencia bastante sencilla -pero valiosa- reza: “Una buena pareja es de tres”. Y no se trata de que nos hayamos puesto libertinos de pronto, de lo que se trata es de que debe haber espacio para tres: él, ella y la pareja (utilizaré esos términos pero todo lo que diré vale también para parejas conformadas por “él” y “él”, así como las de “ella” y “ella”).
En una pareja saludable, hay un espacio compartido que es el que constituye verdaderamente a la pareja, pero que también queda un espacio de ella que no lo incluye a él y un espacio de él que no la incluye a ella. En la práctica, cada uno de estos espacios se traduce en tiempos, actividades y asuntos. Es decir, habrá tiempos compartidos y tiempos para cada uno de ellos, habrá actividades que realizan juntos y actividades individuales, habrá asuntos que son de incumbencia de la pareja y otros que incumben sólo a uno de ellos.
Así dicho, la cosa parece ser bastante sencilla. Con frecuencia, sin embargo, dista de serlo. Muchas veces nos sentimos amenazados o postergados por todas aquellas cuestiones que nuestro compañero no comparte con nosotros y entramos en competencia con sus espacios personales. Esto es un grave error, pues nos deja en una situación sin salida. Si nuestro compañero sostiene aquellos ámbitos o actividades que le criticamos nos sentiremos menospreciados o ignorados. Y si, por el contrario, el otro resigna esos espacios para “demostrarnos” su amor, de seguro que acabará sintiendo rencor hacia nosotros. La única salida es comprender que cada quien no sólo tiene derecho a tener actividades y temas que no desee compartir con el otro, si no que eso es sano.
Existe un ideal cultural que juega decididamente en contra de esto. Se trata de la conocida idea de la “media naranja” o, una versión más refinada, la de las “almas gemelas”. Este tipo de concepciones proponen un modelo de pareja en el que, al conformarla, sus integrantes dejan de existir en forma independiente para forma una nueva unidad. Él y ella no existen más, sólo existe La Pareja.
Este estado es (afortunadamente) imposible de alcanzar pero el resultado de intentarlo suele ser decantar en que él y ella retienen un pequeño espacio personal, pero mínimo. Las parejas que adoptan este tipo de estructura intentan ponerse de acuerdo siempre, compartir lo más que puedan y, especialmente, saber todo de la vida del otro y contar todo de la propia. Acaban sufriendo de un síntoma cardinal: la asfixia. Hay poco aire entre ellos, pues están demasiado cerca. Su ser individual ha quedado “tomado” por la pareja.
Como respuesta a esta problemática surge un nuevo tipo de pareja, la llamada pareja “free”. Este modelo de pareja soluciona los problemas del anterior, pero los costos son altos: las posibilidades de proyectar hacia el futuro se ven severamente comprometidas. También les es difícil acompañarse y sostenerse en momentos críticos puesto que estas situaciones suelen exceder el espacio que le han conferido a la pareja.
Llegamos así a una pregunta muy importante: ¿cuánto espacio debe haber para la pareja y cuánto para cada uno de los individuos que la forman? Dicho de otro modo: ¿cuánto deben intersectarse estos dos círculos? ¿Cuán cerca es demasiado cerca y cuán lejos, demasiado lejos? Desafortunadamente, no hay una respuesta universal a estas preguntas, cada pareja tendrá que encontrar el punto en el que se sienten cómodos, el equilibrio en el que no se sienten asfixiados ni distantes. Es importante remarcar que esta distancia no es necesariamente la misma para ambos. Es posible que él necesite más espacio personal que ella, o ella más que él y esa no debiera ser una razón para ofenderse con el otro. No debemos convertir este proceso de demarcación en una cuestión de poder, de dignidad o de dilucidar quién ama más a quién. De lo que se trata es que ambos se sientan holgados en sus vidas personales, sin por eso perder el apoyo y enriquecimiento que brinda la presencia del otro.
Definir estos espacios será un trabajo que deberán ir haciendo paso a paso y reevaluando en la medida que la pareja vaya adaptándose a las distintas circunstancias de su devenir. Es posible que en ocasiones los acuerdos no sean sencillos, pero estas discusiones bien valdrán la pena puesto que, como les decía en un comienzo, la demarcación de los espacios comunes y los personales y la definición de qué cuestiones quedan en uno u otro espacio, son un pilar fundamental en el establecimiento de una relación de pareja sustentable en el tiempo y enriquecedora para aquellos que la forman.
Demián Bucay, psiquiatra y psicoterapeuta. Autor de “Mirar de nuevo. Enfoques y estrategias para afrontar conflictos” (Del Nuevo Extremo Grupo Editorial).