Corría el mes de febrero del año 1992, de acuerdo a la tradición histórica de nuestro país en dicho mes suelen ocurrir convulsiones sociales o políticas y para este año el destino tenía preparado un zarpazo caudillista al mejor estilo de las montoneras del siglo XVIII o de los atajos militaristas que tanto daño han causado en América Latina y en la llamada Europa periférica. Esa madrugada, un grupo de oficiales protagonizó un auténtico golpe de estado. A plomo limpio, y en trasmisión en directo, provocaron una enorme cantidad de muertes. Trataron de entrar disparando a mansalva a la casa donde vivía la esposa del presidente, dispararon contra el presidente, apresaron gobernadores y tomaron estaciones de televisión. En fin, intentaron, por la vía de la violencia, tomar el poder y cambiar el modelo de gobierno en el país. Esa misma élite que los golpistas intentaron eliminar físicamente se encargaría, salvo Morales Bello y excepciones, de solicitar el sobreseimiento de la causa, pedir la libertad física y el restablecimiento de los derechos políticos de los golpistas.
Ese mismo día, cuenta Carlos Texeira, quien para la época era dirigente de Bandera Roja y estaba implicado en la parte civil de la intentona, que a la altura de Bellas Artes, como a las 10 am logró montarse en un metrobus, luego de escabullirse de la DISIP y para su sorpresa se consigue al camarada Maduro conduciendo la unidad y diciendo, palabras más, palabas menos, que él no participaba en esa aventura golpista porque esos militares eran unos gorilas. Tenía razón Maduro, sólo que después terminó entregándose a ellos en cuerpo y alma.
Cuando Maduro dice “voy a forzar las medidas de protección del Estado por Habilitante, y voy a buscar normas muy estrictas, que quien se meta en una aventura golpista, o cualquier otra aventura, no puede participar más nunca como candidato en nada”, demuestra estar claramente en contrapelo de la tradición democrática y pacifista del pueblo venezolano. En cada palabra y acción del PSUV se nota el tufo del odio incubado desde el comunismo atávico que se apoderó de la élite del partido de gobierno. Si en la democracia representativa el pensamiento imperante hubiese tenido una décima parte de hedor rojo inhumano que hace del poder un bien por el cual personajes como Stalin o Mao asesinaron a millones de seres humanos, Chávez, Arias o los cientos de oficiales que participaron en la intentona probablemente hubiesen sido asesinados o confinados a prisiones, en las cuales ya sólo quedarían de ellos lúgubres imágenes de muertos vivientes, como lamentablemente ocurre con Simonovis.
Nuevamente la figura de la Habilitante se deforma y se utiliza para amenazar y aumentar el control social. El PSUV, con la miopía característica de quien está enajenado de la realidad, vive en un reality show de confort y tranquilidad y no termina de asumir que el país atraviesa una crisis económica sistémica. El gobierno debería estar buscando el concurso de todos los sectores para tratar de levantar una economía devastada y por el contrario, fiel al libreto del comandante supremo, sigue amenazando, intimidando y recurriendo cada día más a la violencia institucional.
El poder del PSUV se ha montado sobre una sensación de inclusión social y bienestar, ya que el pueblo ha percibido un beneficio real pero insostenible por los rasgos populistas e irresponsables de las políticas públicas. Hoy Nicolás y Cabello, sin el carisma de Chávez y llevando el país por un camino de sangre, sudor y lágrimas creen que la represión y la violencia pueden sustituir el poder que le daban los petrodólares, las misiones y el discurso. Amor con hambre no dura y estamos al borde de que las grandes mayorías, engañadas el 8 de diciembre por la estafa del dakaso y la guerra económica, salgan a cobrarles al PSUV su pedacito de petróleo.
La única estrategia ganadora del PSUV es lograr inocular en la sociedad el miedo. A sus seguidores el miedo a perder las migajas que reciben y a la oposición el miedo al pensamiento, a la protesta y al accionar político y ciudadano, además de las eventuales represalias o barreras económicas vía divisas o permisos licencias para trabajar. Maduro debe estar consiente del daño que genera internacionalmente a su imagen estar vendiéndose como un nuevo Luis XIV, al asumir que el Estado es Nicolás, pero confía en que el miedo producido en la sociedad le proporcione un saldo positivo.
Sobre el falso dilema de protestar o hacer oposición de palacio, creo que en medio de tamaña crisis sistémica, sin pollo, papel, jabón y con los malandros imponiendo un Estado dentro del Estado, es imposible que la gente no salga a exigir sus derechos. En todo caso, este es tema otro artículo.
Carlos Valero / @carlosvalero08