Un recorrido fotográfico por el submundo del hampa —siempre visualmente atractivo—, en este caso por una de las organizaciones criminales más poderosas de Oriente: los Yakuza de Japón a través de la lente de Anton Kusters.
El mundo subterráneo y pretendidamente oculto de las organizaciones criminales de corte mafioso han tenido, al menos desde la popularización de esa épica criminal que fue El Padrino de Mario Puzo y su posterior adaptación cinematográfica, un cierto grado de estética visual colectiva que, justificadamente, ha atraído la atención de artistas: escritores y cineastas pero especialmente fotógrafos.
Y si bien los objetivos de esta documentación con fines artísticos de dicho submundo casi siempre se enfoca en las organizaciones occidentales, estas son relativamente nuevas en comparación con la más poderosa de las mafias orientales, los Yakuza, cuya antigüedad se remonta al siglo XVII, a pesar de lo cual esta es mucho menos conocida que, por ejemplo, las mafias idealizadas de Nueva York.
En esta ocasión presentamos una serie fotográfica de Anton Kusters, belga de origen, quien se adentró en los laberintos criminales de los Yakuza para ofrecer un retrato de su modo de vida, sus rasgos particulares como organización, ese rostro que, como comúnmente sucede con el mundo del hampa, asoma solo de vez en cuando por un acontecimiento fortuito.
Las imágenes son un recorrido por los hábitos, la apariencia y las marcas de quienes decidieron en algún momento de su vida sumarse a las filas de dicha organización criminal que si bien opera internacionalmente, tiene en la ciudad de Tokio su centro de operaciones. Kusters consiguió sus tomas luego de varios contactos y la aprobación del jefe último de los Yakuza, Soichiro Kitamura, y dos años de trabajo intenso. Queda de manifiesto, por ejemplo, la preferencia de los Yakuza por los baños públicos, donde efectúan sus reuniones con el fin de mostrarse los tatuajes y asegurarse que nadie porte armas.
Y si bien sus resultados son un tanto irregulares —fotografías sumamente atractivas conviven con otras un tanto sosas— no podemos dejar de reconocerle tanto su valor como la oportunidad aprovechada para obtener las fotografías más destacadas.