El sexo en las series de TV ya no es divertido

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Los rostros tristes y forzados de las actrices de series de TV en situaciones sexuales nos hacen pensar que el sexo televisivo obedece a razones ajenas a lo “meramente” sexual, ya sea un intercambio o una cosificación del cuerpo.

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En nuestros días hemos visto el auge de la “buena televisión”, la televisión que revolucionó y creció junto con una audiencia ávida de buenas historias y emociones desde los días en que HBO daba The Sopranos. Series de alto presupuesto con talento de primer orden en el elenco e historias que aseguran que no te muevas del asiento durante muchas temporadas, según informó pijamasurf.com

Pero en lo concerniente al sexo parece haber un extraño patrón; un patrón incómodo en cuanto al papel que los guionistas están otorgándole al sexo como parte de las relaciones cínicas y utilitarias entre los personajes, dejando de lado, paradójicamente, algo que recuerde al sexo real, o al menos que el recurso sea utilizado en favor de una buena historia.

Hace ocho años un estudio de la fundación Kaiser Family reveló que el sexo en TV estaba más presente que nunca en la televisión. En el 2013 el sexo en TV sigue siendo la norma, pero la representación del sexo dentro de las series de mayor audiencia suele abordarse como un intercambio instrumental y casi burocrático: nunca como un fin en sí mismo (porque tener sexo sea intrínsecamente divertido, por ejemplo) sino a cambio de favores, información o incluso crímenes.

No estamos hablando solamente de las forzadas situaciones sexuales en Spartacus; pensemos en House of Cards, por ejemplo. Frank Underwood, interpretado por Kevin Spacey, un importante congresista está casado con la bella directora de una agencia ambientalista; su intimidad se reduce a compartir un cigarrillo por la noche, pues su matrimonio es más un acuerdo que una relación “real”. Underwood tiene un affaire con la reportera de un importante medio de la cual ambos salen beneficiados: ella con un informante de primer orden y él con las filtraciones de información que ella le da. El sexo es una mera interfase para que este intercambio de información ocurra.

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Algo parecido ocurre con The Americans. Un par de espías soviéticos se hace pasar por una pareja casada a principios de los 80. Como parte de su trabajo encubierto, el hombre y la mujer deben infiltrarse en todas partes y conseguir información para la KGB, la agencia de inteligencia rusa. En un capítulo ella es azotada brutalmente en una sesión de sexo sadomasoquista por otro personaje a cambio de datos confidenciales, por lo que el sexo aquí es visto tanto como un sacrificio de ella como un producto que importa por su valor de cambio, pero que en sí mismo no evoca nada propiamente “sexual”.

Algo muy similar ocurre en Homeland, donde después de construir una tensión sexual durante largo tiempo, Carrie y Brody por fin tienen sexo salvaje en un hotel de paso –sólo para que el espectador se dé cuenta de que no está solo en su voyeurismo, pues al tiempo que la escena tiene lugar podemos ver una habitación llena de agentes de gobierno escuchando todo lo que ocurre entre la pareja. El sexo no sólo no es privado, ni divertido ni un fin en sí mismo: si nos fijamos sólo en la TV, no podremos encontrar algo de autenticidad en la representación del sexo.

Tal vez se trate de la nostalgia de algunos que crecimos viendo películas como Atracción fatal, 9 semanas y media, incluso la extrañamente fascinante Cool World, con una caricaturesca Kim Basinger exudando más sensualidad que cualquier personaje de parodia en la actualidad. Los tiempos cambian y nuestras representaciones del sexo no pueden estar alejadas de lo que como sociedad las relaciones son para nosotros.

Como ha dicho el filósofo Slavoj Žižek, la TV y el cine no nos muestran lo que ya deseamos, sino que nos enseñan qué desear, volviendo precisamente deseables ciertos valores y ciertas formas de representarlos. Será una cultura muy triste la que vea en el sexo (y sobre todo en sus representaciones) sólo un mero intercambio comercial entre personas aburridas. Y que resulta, para un observador externo, al menos sospechoso que una cultura encuentre entretenimiento en los rostros angustiados sobre todo de los personajes femeninos que objetivizan sus cuerpos en favor de intereses distintos al mero placer sexual. ¿O será que el “mero placer sexual” es el nuevo romanticismo que aún no encuentra su lugar en la TV abierta o por cable y que puede encontrarse, paradójicamente, en la pornografía? La moneda está en el aire.

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