«El ‘molino de viento’ de la ‘bipolaridad'»,por @carlotasalazar

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carlota-salazar @carlotasalazarCada persona decide, en su imaginación, contra quien luchar, pero cuando se trata de un Jefe de Estado, la cosa no puede ser a capricho. Don Quijote, el personaje de Cervantes, enloquecido por la lectura de los libros de caballería, luchó contra unos gigantes que no eran otra cosa que molimos de viento.  El Presidente Maduro, siguiendo el legando de Chávez – y éste influido por Fidel – ha decidido luchar contra el imperio norteamericano para acabar con su poderío, que según él, avasalla a los pueblos del mundo, con lo cual plantea un panorama geopolítico internacional que contrapone el comunismo, ahora socialismo, contra el capitalismo, es decir, parafraseando a Huntington, un choque de ideologías, que protagonizaron Rusia y Los Estados Unidos en tiempos de la guerra fría. Rusia que pretendía hegemonizar a través del comunismo y el mundo Occidental en la implantación de la democracia liberal que tiene como modo de producción el capitalismo.

Sin embargo, desde el fin de la guerra fría cuando cae el muro de Berlín (1989) y de la disolución de la Unión Soviética (1990), la humanidad entra en otra etapa, la cual denomina Huntington el “Choque de Civilizaciones”, en contraposición con la teoría de Francis Fukuyama del “Fin de la Historia y el último hombre”, – en una interpretación hegeliana de que los procesos históricos deben tener definición y que el fin está en el mundo real, en las sociedades libres, que para Fukuyama es la democracia, pese a las contradicciones con la democracia liberal, de si en ella la vida es satisfactoria, por el tema de las drogas, delincuencia, contaminación… –.

En “Choque de Civilizaciones”, su autor plantea que la política global durante la guerra fría se convirtió en bipolar, pero que postguerra fría, se ha vuelto multipolar y multicivilizacional. Estableciendo que el mundo queda dividido en tres partes: un grupo de sociedades, en su mayor parte opulentas y democráticas, encabezadas por los Estados Unidos, que durante la guerra fría se enzarzó en la rivalidad ideológica con las sociedades, que es el otro grupo,  comunistas, más pobres, asociadas a la Unión Soviética y encabezada por ella y el tercer grupo, es el llamado tercer mundo, formado por países pobres. En medio de estos sectores van naciendo potencias emergentes en Asia: China, Japón, India, Corea del Sur, que entran en escena en medio de una diversidad étnica, musulmana, budista, cristiana… pero con un crecimiento económico, tan importante, que impide a Estados Unidos, seguir siendo el amo del mundo.

De allí, que el equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando. Occidente va perdiendo influencia – ya no tiene justificación EEUU para invadir naciones, como sucedió en Centroamérica, con la excusa del comunismo -, al tiempo que las civilizaciones asiáticas van aumentando su fuerza económica, militar y política, el Islam experimenta una explosión demográficas de consecuencias desestabilizadoras – entre Hamás  y el Estado Islámico -, para los mismos musulmanes y sus vecinos. Mientras que los no Occidentales van reafirmando sus propias culturas y entran en conflicto con el mundo Occidental, el causante de todos sus males. La clave está en que los líderes mundiales acepten la naturaleza de la política global, con raíces en múltiples civilizaciones y cooperen para su mantenimiento, plantea este autor. Quien no entienda esta realidad, a mí juicio, está fuera de contexto.

El Presidente Maduro está luchando contra el “molino de viento” de la “bipolaridad”, cada día entrega Venezuela a China, sin ver que este país será en un futuro el gigante, el imperio, no Occidental. Sin hacer el análisis del zeitgeist (del espíritu de estos tiempos), que es el fortalecimiento del fundamentalismo representado en el grupo radical del Estado Islámico que pretende instaurar un Califato mundial y exterminar con el resto de las civilizaciones y culturas. Ese es el real enemigo, pero como Don Quijote el Presidente Maduro no lo ve, en su obsesión antiimperialista.

Por Carlota Salazar Calderón

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