Pensé que eras un tipo más inteligente. Pero creo que me equivoqué. Los últimos acontecimientos ocurridos en la Asamblea Nacional (9 diputados de la oposición heridos, algunos de ellos con fracturas en el rostro y en la nariz) no son lo que podríamos llamar “actos dignos de personas inteligentes”.
Diosdado: no te hagas el pendejo. Aquí todo el que tiene tres dedos de frente sabe que desde que el Comandante Presidente designó como sucesor a Nicolás, a ti se te vino el mundo encima. ¡Tremenda vaina te echó el comandante mi pana! Todavía recuerdo esa última alocución presidencial: tú estabas a un lado del Comandante y Nicolás al otro extremo.
Muy poca gente sabía con exactitud lo que el Comandante le iba a anunciar al país aquel día. Había mucha expectativa. El Presidente enfermo había regresado de Cuba la noche anterior y en los pasillos del Palacio de Miraflores ya era vox populi que la vaina estaba fea y que el hombre estaba en las últimas. Pero nadie sabía con exactitud qué carajo era lo que el Comandante iba a decir.
Tú estabas allí, Diosdado, expectante. Estoy completamente seguro, que tú pensabas que el Presidente te iba a designar a ti, a su delfín, a su amigo del alma, a su alto pana, a su “ojitos lindos” como él te llamaba. Pero resulta que no fue así. El Comandante Presidente le dijo al país aquella noche, que la vaina estaba fea, que él no sabía si podía regresar con vida de la 4ta operación, y que si se llegaba a concretar su ausencia, lo mejor es que todos su seguidores votaran por Nicolás.
Podría jurar que justo en el momento en el que el Comandante Presidente dijo que si por alguna casualidad él llegara a faltar y hubiese que realizar nuevas elecciones presidenciales, tú, Diosdado, pensaste que aquel hombre moribundo te iba a mencionar a ti. Puedo apostar fuertes a lochas que en ese momento, en ese preciso momento, tu pensaste que el Presidente te iba a mencionar a ti. Pero ¡carajo! El hombre mencionó a Nicolás! Y ¡zas! Tu sentiste como si te estuvieran clavando un cuchillo en el corazón!
Diosdado: he visto el vídeo como cien veces y ahí estás tú, sentado al lado del Comandante Presidente, con tu carita de yo no fui, con tu sonrisita burlona, oyendo a aquel hombre. Por cierto: permíteme felicitarte. Disimulaste muy bien la arrechera que tenías luego de escuchar al Presidente nombrar a Nicolás como su sucesor. Cualquiera podría decir que estabas contento. Pero no hermano, ¡La procesión iba por dentro! Si el Presidente se hubiese tardado por lo menos unos cinco minutos más a ti se te habría reventado la úlcera.
De hecho: ni siquiera felicitaste a Nicolás esa noche. Quienes estaban en el Palacio de Miraflores aquel día dijeron que tú saliste como alma que lleva al diablo, ¡muerto de la calentera! Y que cuando llegaste a tu casa ardió troya. Lanzaste sapos y culebras por esa boca. Y hasta una que otra maldición tiraste por la ventana.
Di la verdad, Diosdado: tú querías ser Presidente. Y la única forma de serlo era que el Comandante te designara, porque de otra manera no podrás ser Presidente de la República Bolivariana de Venezuela ¡más nunca!.
Fíjate: te dieron la oportunidad de ser Gobernador de Miranda y pusiste la torta. Las denuncias de corrupción que hay contra ti, a raíz de tu paso por Miranda, servirían para llenar el Libro Gordo de Petete. Te lanzaste en las elecciones internas del PSUV y perdiste. Tuvo que salir el Comandante Presidente en tu auxilio y nombrarte vicepresidente del partido ¡a dedo! Porque cuando te contaron los votos tu habías llegado detrás de la ambulancia.
Te dieron la Presidencia de la Asamblea Nacional no porque tuvieras méritos para ello, sino porque el Comandante Presidente dio la orden de que votaran por ti. Si el Comandante lo hubiese querido te habrían raspado en la primera votación.
¿Te has preguntado Diosdado, por qué razón el Comandante Presidente prefirió designar a Nicolás y no a ti? Sencillo: Chávez podrá haber sido cualquier cosa, pero hay dos cosas que no era. Primero no era pendejo. Y segundo, tampoco era bruto. En alguna de las gavetas del escritorio utilizado por el Comandante, allá en el Palacio de Miraflores deben estar dos carpetas bien gruesas: una, con las sopotocientas denuncias de corrupción de todo lo que hiciste cuando fuiste gobernador de Miranda. Y la otra, con las sopotocientas operaciones financieras y los negocios en los que andas metido desde que fuiste presidente de Conatel.
Es más chico: ¿te acuerdas de aquella célebre frase pronunciada hasta el cansancio por el Comandante Presidente?: “Ser Rico es Malo”. Y a quién crees tú que se la estaba diciendo? ¡A ti, Diosdado! No te fijaste que cuando la pronunció por primera vez estaba precisamente a tu lado?
Por: Gustavo Azocar Alcalá