«Disculpe que no me levante», el fin de la vida visto por escritores latinoamericanos

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En España se conoce al día de los difuntos como el «Día de todos los Santos», mientras que en Latinoamérica lo llaman directamente «Día de los muertos». Una diferencia léxica que evidencia una diferencia de pensamiento mucho más profunda. Al otro lado del charco, donde nosotros dejamos flores ellos dejan alimentos para pasar el día. La convivencia con la muerte y con la idea de finitud es mucho más amable y se interioriza desde edades más tempranas.

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Quizá fruto de esa cultura nació «Disculpe que no me levante» (Demipage), una antología de relatos inéditos de veinte autores latinoamericanos jóvenes («entre veintitantos y cuarenta y pocos»). Cuentos sobre la vida, la muerte y la parafernalia que la rodea, esa «primera fiesta que se conceden los vivos», como se advierte desde el prólogo. Son, en ocasiones, textos con un punto de crudeza y asepsia en torno al fin de la vida.

Algo de eso hay en «Cuerpos extraños». Un cuento sobre un sepulturero que cuenta en primera persona las cuestiones más técnicas su trabajo y en el que habla de sus inertes pacientes como el que habla de una pieza de carpintería. Por supuesto, también hay hueco en esta antología para monólogos dedicados al difunto al más puro estilo «Cinco horas con Mario».

Muchos de sus relatos son un homenaje a esa forma tan latinoamericana de introducir diálogo en un mismo párrafo sin usar signos de puntuación y conseguir que se entienda. Abundan un sinfín de ejemplos de cómo una descripción precisa puede estar igualmente cargada de estética, como ocurre en el cuento «Siempre es de noche en el vino», donde dibujan al personaje como un hombre «de cabello muy tímido y cinco arrugas que hacen de su frente un pentagrama».

La muerte tiene para muchos una gravedad discutida y discutible

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Más allá de la indisimulada temática fúnebre del libro, muchos de sus relatos son una lección de vida. El lector no encontrará una sucesión de textos mortuorios, sino que en muchos casos leerá historias cargadas de vida. Este es el caso de «Hasta que se apaguen las estrellas», un cuento sobre una mujer muy unida a su padre, que padece sin saberlo un cáncer de riñón que acabará con él en apenas dos meses. Su hija, sabedora de esta situación, mantiene con él conversaciones de lo más animadas, fuman marihuana en su residencia a pesar de estar prohibido por razones obvias y le propone un último viaje sin dirección ni duración fija.

Otro ejemplo es «Baila en el bosque», un cuento sobre una pareja que celebra sus primeros días de relación con una escapada a la casa de campo de un familiar lejano y ya fallecido. Allí se encuentran con un grupo de militares «gringos» de una base cercana y pasan una noche al más puro estilo americano. Al volver a casa, en un ejercicio de revancha personal que no queda del todo explicado, el protagonista orina en el árbol junto al que descansan las cenizas del antiguo propietario de la casa. Una muestra más de que la muerte, como suceso inevitable, tiene para muchos una gravedad discutida y discutible.

Fuente [Abc.es]

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