Tan grave como la delincuencia organizada, la discriminación en todas sus aristas, y la guerra, es la corrupción para las naciones del planeta. Un flagelo histórico que echó raíces y parece ser un cáncer del cual su metástasis no se destruye con ningún antídoto. Éste acto de robo a las arcas públicas de un país es una afrenta que sólo tiene unas víctimas reconocibles, las sociedades que lo padecen, pues, es el erario público el que se compromete, ocasionando el aumento de la pobreza y la desigualdad de clases.
Además, la corrupción es uno de los factores que incide drásticamente en las alteraciones de las bases constitucionales y democráticas de un país, pues, socava sin miramientos la institucionalidad, generando brechas entre los pueblos y sus gobernantes, las cuales fomentan desestabilizaciones y conflictos internos de grandes consecuencias. Es todo un círculo vicioso del cual lamentablemente casi ninguna República se salva, pero al menos los casos cuando se tratan de manera independiente, sin generalizar, reflejan que sólo un cúmulo de naciones resaltan como las más corruptas; la cruda realidad es que de ese pequeño grupo se concretan sumas de dinero tan altas, que administradas con legalidad, acabarían con tantos problemas que aquejan a los países más desfavorecidos del globo.
Para la organización Transparencia Internacional, que cuenta con la aceptación positiva a escala mundial en cuanto a sus investigaciones sobre temas de corrupción y violaciones de derechos humanos, los diez países más corruptos del mundo en su informe anual de 2015, presentando en enero de 2016, se hallan entre África, Asia y América. En detalle, estos son: en primer lugar Somalia, el país “negro” que lleva consigo el arrastre de años en guerra civil y un esquema político corrompido; en este territorio, los casos de robo institucional son gravísimos, acelerando la decadencia de sus pobladores. Corea del Norte ocupa el segundo peldaño, motivado a la dictadura que por décadas ha mantenido en silencio los estruendosos casos de manipulación del dinero público, el cual se esconde detrás de la fachada del régimen autoritario.
La escalera se pasa hacia el Medio Oriente, una región que entre las ráfagas de las balas producto de la intolerancia religiosa y deseo de conquistar tierras por tantos grupos extremistas, aunado a los problemas con sus vecinos continentales, desencadena una red de corrupción profunda, la cual rompe cualquier esquema establecido. El descontrol se centra en: Afganistán, Sudán, Sudán del Sur, Angola, Libia e Irak; territorios amenazados por bandas insurgentes –en su mayoría- dominadas por el autoproclamado Estado Islámico y sus células pequeñas, que se han hecho del control de vastas regiones ricas en yacimientos petroleros.
La lista la completan por Occidente, Venezuela; y Guinea-Bisáu al Noroeste de África. El país sudamericano, a pesar de ser uno de los mayores exportadores de petróleo y con las reservas gasíferas más importantes del mundo, está sumergido en una debacle institucional que le ha llevado a tener las tasas de inflación más altas del planeta, sólo en 2015 se contabilizó un alza de 700%; a la par, diversas instituciones en el país caribeño, entre ellos la corriente de izquierda Marea Socialista, han denunciado el robo a través del mecanismo de control de divisas que se mantiene desde el año 2002, al menos unos 250 mil millones de dólares, equivalente a la organización de 25 mundiales de fútbol como el de Brasil 2014. De Guinea-Bisáu se entiende el mismo guion que aqueja a Somalia, problemas internos y un escandaloso aparato gubernamental desvirtuado.
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