La falta del mismo trae problemas tanto psicológicos como físicos y estas son las principales consecuencias de la escasez de esta actividad durante la cuarentena.
En un comienzo, la falta de sexo hace que el cerebro no libere oxitocina, dopamina y serotonina, sustancias que nos producen placer y bienestar: “Una sexualidad satisfactoria supone un beneficio para la salud, por lo tanto es muy importante que los profesionales de la salud promovamos la sexualidad de nuestros pacientes en cualquier etapa de su vida”, afirma Stefanie Redón Fitzl, ginecóloga y sexóloga.
Según la especialista: “dejar de tener relaciones sexuales puede aportar cierta apatía en esta esfera de nuestra vida, por lo tanto, cuanto menos sexo tengamos, menos deseo se despierta”.
Por otro lado, la falta de sexo aumenta el estrés por que las sustancias que permiten liberar este sentimiento quedan en el cuerpo.
Esto produce un aumento de la presión sanguínea y del cortisol, hormona que se libera como consecuencia del agobio y la angustia.
Según una investigación en la Wilkes University (EEUU), tener sexo dos o tres veces a la semana eleva hasta un 30% los niveles de inmunoglobulina, protegiendo en mayor medida al organismo.
Por otro lado, los genitales (los cuales son músculos), se debilitan por la falta de ejercicio provocando en los hombres problemas de erección y en las mujeres falta de elasticidad por atrofia en la vagina.
“El coito regular protege contra el desarrollo de la disfunción eréctil entre los hombres de 55 a 75 años. Esto puede tener un impacto en la salud general y la calidad de vida”, se expresaron desde el Hospital Universitario Tampere de Finlandia.
En el cerebro sucede lo siguiente: “Después de la exposición continua a largo plazo de la experiencia sexual, la función cognitiva mejoró. Pero cuando se produjo un periodo de abstinencia prolongado, las mejoras en la función cognitiva se perdieron a pesar de la presencia de nuevas neuronas”.