Depeche Mode sigue triunfando en sus conciertos

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Entró Dave Gahan deslizándose sobre el escenario con giros de derviche, o de bailaora cañí, y con un simple gesto, que para él es tan fácil como pasarse la mano por el pelo engominado, ya tenía al público chillándole como una horda histérica. Fácil. Muy poco necesitan Depeche Mode para triunfar, las victorias de sus conciertos -como el de este miércoles por la noche en Barcelona ante 15.000 personas, el primero de un breve paso por España que mañana recala en Madrid- son aplastantes sin bajar del autobús (o de la limusina). Hace tiempo que no les cuesta nada conducir a las masses al delirio. Fue quitarse Gahan la chaqueta y lucir chaleco dorado al final de Welcome to my world, o mover las nalgas durante Precious, incluso andar como Chiquito en Should be higher, y reventar el Sant Jordi a silbidos.

DepecheMode

Como elegante añadido a esa insultante superioridad, está la profesionalidad del trío de Basildon, que en cada gira se compromete con la excelencia. El Delta Machine Tour no es un espectáculo faraónico ni recargado, pero despliega un sonido musculoso a la vez que fibroso -la batería era un tendón palpitante, los teclados de Andy Fletcher eran como arañazos sobre el cristal, las guitarras que siempre llevan consigo desde que dieran el giro rock de Songs of faith and devotion siempre tirantes- y un complemento visual entre utilitario y nostálgico.

Las cámaras casi siempre enfocaban para verle a Gahan los tatuajes o el sobaco, incluso la vena hinchada cuando alardea de su registro grave de barítono expresionista, pero también para sugerir tipografías asociadas a la larga historia del grupo, fragmentos de videoclips con el sello de Anton Corbjin, perros y triángulos. No corren riesgos innecesarios ni se regalan en lo superfluo; Depeche Mode han tenido giras más decoradas, pero pocas menos satisfactorias que esta.

El repertorio estaba pensado para satisfacer a su amplia variedad de público, ya repartido entre dos generaciones. Los fans más veteranos pudieron echar en falta más clásicos de los ochenta, singles de la era ‘Construction time again’ y anteriores, ahora cubiertos de una pátina de polvillo. Son más de 200 canciones las que jalonan su discografía y no puede caber todo, de ahí que detalles como hacer tronar el himno angustioso ‘Black celebration’ -incluso rescatar en acústico ‘But not tonight’, del mismo disco, en el bloque en el que Martin Gore se pone tierno mientras le acompaña un piano de bar- e insistir con ‘Shake the disease’ o ‘A question of time’ ayudaron con brochazos certeros a completar la idea global de su estilo, desde los primeros días hasta hoy.

‘Delta machine’ es quizá el mejor disco de Depeche Mode en 15 años y mereció cuatro temas que fueron más allá de lo testimonial. Pero como mandaba el guión, el pescado se vendió en los hits infalibles que coronaron un acelerón final en el que no faltaron lo universalmente conocidos: el acorde de ‘Enjoy the silence’ llenó el Palau como si fuera la clave de un nuevo lenguaje universal y disparó un bloque ‘Violator’ que había empezado antes con ‘Policy of truth’ y continuó con un ‘Personal Jesus’ ensuciado y con acelerón más un ‘Halo’ atmosférico antes y después de las propinas. Con estas armas es imposible fallar, es al pop con máquinas lo que los cuatro ases y el comodín al póker.

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La conclusión del concierto resultó ser obvia y democrática, con la concesión jurásica de ‘Just can’t get enough’, que a estas alturas ya les queda demasiado juvenil y sonriente para tanta oscuridad y delgadez, la chirriante ‘I feel you’ -que les quedó fea- y, como ya viene siendo habitual cada vez que se van a dar la vuelta al mundo, ‘Never let me down again’ para que la gente eleve los brazos, los meza como si estuviera remando contra el viento y se fuera a casa con la satisfacción de haber disfrutado de unos Depeche Mode en buena forma. La reputación que les precede es de titanio y diamante, sigue intacta.

[Fuente: elmundo.es]

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