Entre sollozos y empapado en sudor despertó esa noche Aarón de su tormento. Con mucha dificultad había logrado conciliar el sueño, luego de ver las crudas imágenes que la globalización le traía a su apacible hogar, muy lejos del conflicto en Gaza.
En dos días cumplirá la misma edad que esa día cumplía su adorado abuelo Doron, aquella fría y lúgubre mañana de invierno de 1.943, cuando a sus doce años lo vio por última vez, embarcándose en esa terrorífica maquina de muerte que se abría paso entre la nieve, para trasladarlo junto a miles de su hermanos, desde el campo de trabajo de Varsovia, hasta su destino final en el campo de exterminio de Teblinka.
En medio de la pesadilla que lo despertó con sobresalto, se vio corriendo tras su hermano mayor, durante el toque de queda que se impuso en el gueto durante la rebelión de Enero de 1.943. Siguiendo la guía de su hermano héroe y armado con un par de piedras para enfrentar los letales fusiles Mauser 98 del ejercito Nazi, fue testigo de cómo su noble y querido hermano, fue abatido sin piedad, derramando su sangre sobre la calle que conducía a la puerta de aquel imponente y atemorizante muro que los separaba de la libertad. Ese recuerdo lo acompañó toda su vida y era el motivo de sus desvelos, pues el temor a revivir esas imágenes lo hicieron padecer una vida entera de somnifobia.
¿Tenía motivos para odiar? ¡Muchos! Y por mucho tiempo vivió odiando. Cuando sentía que se hacía blando por el trópico y el calor humano de la gente que lo recibió en otro continente, se recordaba a si mismo que llegó absolutamente solo a un país del que no conocía ni el lenguaje. Por años, odió, se hizo duro, áspero y amargo, quiso para siempre olvidarse de la palabra perdón.
Al despertar, encontró el origen de la pesadilla de esa noche. Recordó esa imagen del noticiero, en la que un joven palestino corría en Gaza en medio de la humareda, para al disiparse, descubrir su cuerpo tendido a la orilla de la acera. Sin duda, esa imagen revivió ese recuerdo que tanto luchó por borrar para siempre. Esa imagen le hizo cuestionar sus posiciones y caminar en la penumbra hasta la habitación de su amada nieta de 4 años: Sarah. Hacía 4 horas que se había sentado junto a su cama para contemplar su sueño y encender una lucecita de compañía que ahuyentara sus temores al vampiro aquel que vio por accidente en una película.
Esa vida truncada, como la de su hermano en el gueto de Varsovia, mientras ambos hacían resistencia a un poder infinitamente superior, le hicieron recordar la vida y obra de grandes hombres que en secreto, y aunque nunca compartió sus métodos, admiró por sus resultados.
Por su mente pasó la imagen de aquel frágil y diminuto hombre semi-desnudo que con métodos de Resistencia no Violenta, unificó a la India para enfrentar y conseguir la liberación e independencia de su pueblo a manos de una poderosa, y militarmente muy superior fuerza extranjera, ese titán de la paz llamado: Mahatma Gandhi. Recordó el sueño que tuvo Martin Luther King, su lucha por los derechos civiles en medio de una sociedad acostumbrada a siglos de discriminación racial, y su éxito en la construcción de una sociedad de igualdad de hombres y mujeres sin distinción del color de su piel o su religión. Aún muy fresco en su memoria, recordó la obra del coloso de la paz y el perdón: Nelson Mandela, quien luego de 27 años de injusta prisión, y sin rencor, salió de su mazmorra en la isla de Robben, próxima a Ciudad del Cabo en Sudáfrica, para reclamar libertad, perdonar a sus captores y unificar una nación en torno a un objetivo común que aboliera para siempre la Segregación Racial.
Esas imágenes y aquellos ejemplos de lucha desigual de fuerza versus humanidad, le hicieron comprender en el ocaso de su vida, que es moralmente inconsistente reclamar acciones de opresión cuando se está en desventaja, si no se está dispuesto a mostrar congruencia de pensamiento, con obras, cuando se está en ejercicio de poder.
De pronto, todo estuvo muy claro y el pensamiento del ilustre mexicano Benito Juárez: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.», iluminó su pensamiento, y le dio espacio ante la presencia de su nieta, para darse la oportunidad de perdonar.
Ni aquel niño de Varsovia, ni el de Gaza, podrán comprender jamás las razones del conflicto, al igual que el de Varsovia, el de Gaza crecerá, se hará fuerte, recordará y no habrá autoridad moral para pedirle que piense en la paz. Dios ilumine a Benjamín Netanyahu para que corrija, y honre la memoria y rúbrica de Isaac Rabin cuando otorgó autonomía a los territorios de la Franja de Gaza y Jericó, no hacerlo, le daría la razón a Hitler en su ocupación a Polonia y todo lo que vino después, así como también, el derecho a Ahmadinejad para sostener que el Holocausto nunca ocurrió, y en definitiva, algún otro dirigente dirá más adelante que lo de Palestina nunca pasó.
Sólo después de esa reflexión sintió que descargaba la tonelada de amargura que llevó una vida entera sobre sus hombros. En eso, advirtió que estaba amaneciendo y la hermosísima Sarah despertó con su luminosa sonrisa para secar sus lágrimas y abrazarlo con el infinito amor y complicidad de abuelos y nietos, para darle esperanza, ánimo y valor para reconsiderar sus posiciones ante el futuro de paz que ella y su descendencia necesitarán para olvidarse de Drácula y otras pesadillas.
Para ti Juan de Dios, Azú…
Por Gonzalo Vallejo / @gvallejob