Se ha perdido en mi memoria el último domingo apacible. Ya parece rutinario que el país se caiga a pedazo, se destituya a quien le dé la gana al régimen y se contabilice otro muerto a la larga lista de la resistencia.
Esta vez resultó ser el fin de semana más enrevesado de los últimos tiempos. En la víspera de esa insondable, sorpresiva, confusas y supuesta insurrección militar en Paramacay, que hizo pasto fácil de la expectación nacional, se instaló el sábado el nuevo centro de abusos y decisiones dictatoriales, llamado ahora Asamblea Nacional Constituyente.
Esta ilegal instancia, robustecida de ignorantes de poca monta, embutidos en trajes poco ortodoxos y con sus carencias llevadas con tanta admiración —que sólo serían capaces de aprobar sin remordimiento, cualquier atrocidad sugerida por los desalmados de siempre—, se adjudicó una fecha de vencimiento de dos años, dando por sentado que sólo impera la ley que se les antoja y ya no queda ni en el recuerdo de lo que fue el Estado de Derecho.
Entretanto, destituían como se avizoraba días previos, a la fiscal Luisa Ortega Díaz, quien siempre ha dado por sentado que esta camarilla tenía preparada la emboscada, para derrumbar cualquier obstáculo notable que cuestionase sus fechorías. Pese a ello, luchó por entrar a las instalaciones del Ministerio Público como una heroína en moto, mientras mancillaban a sus guardaespaldas y sufría en carne propia, los abusos de este sistema socialista cada vez más estrecho.
No existen razones científicas ni excusas convincentes para persuadir a la comunidad internacional. A este sistema se le agotaron las maromas legales y las apariencias infranqueables, así como el dinero para manipular pareceres.
Al planeta no le quedan dudas de que el pueblo venezolano se siente abandonado a su suerte, frente al exacerbado método del gobierno de imponer sus acciones. Era de esperarse que el mismo sábado Mercosur suspendiera a Venezuela, por la ruptura del orden democrático. Como lógico también que la OEA y un número significativo de países desconozcan las decisiones de la ANC. Bien lo catalogó la presidenta de Chile, Michelle Bachelet: “un paso más en el quiebre democrático”.
También rebosaron las redes con alertas sobre lo desértico del puerto de La Guaira, en el cual no llegan ni las malas noticias, mucho menos comida o medicinas. Ese podría ser el punto de reciedumbre y vigor para la devolución del pueblo en la calle, pues fue una semana en la cual las pocas afinidades y posiciones contrariadas en la MUD, reblandecieron las acciones y no se evidenció ni una tranca en un semáforo en horas pico.
El domingo pareció interminable. Tan dislocado que se desalojó el sueño de mi cabeza desde temprano. La devolución de Leopoldo López desde Ramo Verde hacia sus aposentos verdaderos fue la primera jugada para atontar a gran parte del país. Tal vez la idea era que le perdiéramos el rastro en nuestra memoria a sus ilegalidades del sábado.
Pero la mayor distracción ante nuestra perplejidad, fue el confuso asalto al Fuerte Paramacay en Valencia. No sabemos si fue un contingente imaginario que se abalanzó con sus fusiles herméticos y buenas dotes histriónicas para la emboscada. O es la muestra tangible de la disconformidad que prevalece en el componente militar.
No sabemos si fue improvisado. Si ya eran expertos en la premeditación, rajatablas en eso de aparentar con gestos de buen teatro y alocuciones inefables. O si este grupo en la Brigada Blindada 41 realmente arriesgó el pellejo por la trastada de esta constituyente y los excesos de los tentáculos del autoritarismo.
Conocemos de antemano el drástico laboratorio de la farsa que a bien ha utilizado este régimen y el cubano para camuflar sus arbitrariedades. Las acciones fueron comandadas por el capitán Juan Caguaripano, cuyo apellido es tan peculiar e impreciso, como los mismos acontecimientos. Lo cierto es que muchos militares fueron acuartelados en varios sitios del país y se desprendieron fuertes protestas en la zona, además del fallecimiento de un dirigente político.
Los días pasan y el tiempo se acorta para un sistema carente de apoyo internacional y de pueblo. Por más que el gobierno lleve sus atropellos a los límites de lo injustificable, existe un desenlace ineludible del que jamás podrá escapar.
MgS. José Luis Zambrano Padauy