A falta de mejor término para calificar a Giordani y su combo, Maduro ha sacado a pasear su ignorancia y los ha llamado «izquierda trasnochada».
Maduro fue un militante de izquierda de los sectores más «atrasados», de la «ultraizquierda». De los grupos que se resistieron a la «pacificación» hasta bien entrados los ochenta. Los que vivían del cuento de una guerrilla que solo existía para robar bancos, secuestrar, pintar paredes, encapucharse, quemar autobuses y saquear. También, muy eventualmente, de algún «trabajo de masas» que podía ser, de acuerdo a la particular «filosofía» de cada organización, un campeonato de «chapitas», un «acto cultural» o un modestísimo trabajo sindical donde experimentaba siempre sonoras derrotas.
En su trayectoria, Maduro vivió la amarga experiencia del «voto nulo» de Juan Luna. Después, como una forma de justificar su pecado «burgués», copiando el consejo leninista de las «diversas formas y métodos de lucha» y «aprovechar las instituciones burguesas para hacer la revolución», el voto para «sacar de la cárcel a David».
Su formación intelectual se nutría de «círculos de estudio» de algún asqueroso manual estalinista adoctrinante, con Alí de fondo y la lectura del documento donde el «Comandante» de turno «bajaba la línea política».
En suma, Maduro siempre formó parte de lo que hace unos pocos años Teodoro llamó «izquierda borbónica» por aquello de que los borbones «ni aprenden ni olvidan». Una forma elegante de nombrar lo que el despectivo lenguaje izquierdizta llamó siempre «izquierda trasnochada». Esa izquierda primitiva que soñaba llegar al poder por la «vía de las armas», de la que el Galáctico fue fiel representante, hasta que Miquilena le puso un cable a tierra y la echó a andar por el sendero electoral. Pero Maduro nunca se enteró de que el remoquete de «izquierda trasnochada» fue siempre para el chiquero de la izquierda atrasada donde él nadaba.
Por José Luis Farías