La profusión de insultos contra Capriles denota, simple y llanamente, desesperación. No es una nueva estrategia del asesor brasilero Joao Santana ni nada por el estilo. Es puro descontrol de efínteres. La inminencia de una derrota por paliza, ¡SÍ, POR PA-LI-ZA!, lo tiene mal, fuera de sí.
En su entorno hay preocupación. Angustia. Culicardia. El nerviosismo es inocultable por los "excesos" del Coyote. Dicen que "nunca" lo habían visto actuar con tanta desmesura. Aunque "bocasucia" siempre ha sido, en el pasado, cuando hacía uso del "francés", era con premeditación y alevosía para luego celebrar sus palabrotas con risotadas entre los suyos. Ahora la motivación es otra. Hay miedo. Desborda ira pero producto del pánico. Ha vuelto el síndrome del "escaparate", no el que le provocaba la mamá con el rejo para darle unos cuerazos sino el del pueblo para darle una paliza de votos.
Pero si todo venía mal, el domingo empeoraron las cosas. El chinazo del simulacro fue terrible. El fracaso rojo del 1X10 no fue un simulacro, fue una cruel y dura realidad. La baja participación, menos de un tercio de las primarias de la oposición, activó las alarmas en la sala situacional. Los patrulleros trasladaron gente a montón que fue a votar por Capriles. Muchos se bebieron los "recursos" de la movilización.
"Incapaces", "ineptos", "buenos para nada", fue lo más sencillo que encontró el Coyote en su abultado repertorio para insultar al séquito psuvista que trataba de edulcorarle el fracaso en el simulacro.
Ido el jefe, un susurro a modo de chiste cruel recorrió el salón: "menos mal que la vaina fue un simulacro, ¿se imaginan si hubiera sido de verdad?". Si la mofa llegó a mí, creo que también le llegó al Coyote.
Por por José Luis Farías / @fariasjoseluis