Sería absurdo, y peligrosamente ingenuo, pensar que el régimen rojo va a caer sólo, por lo cual apenas cabría sentarse a esperar que llegue su día final.
Ciertamente, las cosas andan muy mal para los rojos. La economía acusa un alto grado de deterioro, la crisis amenaza con aumentar su gravedad por la incapacidad para resolver los grandes asuntos. Es parte del «legado» del Difunto que dejó este país vuelto una ñoña.
En el panorama internacional las aguas también se agitan, los parlamentarios en Ecuador y Perú, entre otros, levantan sus voces por la falacia de ToriPollo en Unasur al faltar a su palabra de aceptar una auditoría que luego negó. Obama no ha tenido empacho en calificar de «estúpida y ridícula» la estúpida ridiculez de Mentira Fresca de llamar «espía» al cineasta norteamericano detenido en Venezuela.
Roberto Carlos amenaza con demandarlo por utilizar su música sin autorización.
La protesta social es también un río crecido que se alimenta de todos los sectores de la vida nacional. El malestar que la alienta incluye a la propia militancia roja que se siente, además de insatisfecha, traicionada vilmente por el heredero.
En ese cuadro ToriPollo es un sujeto ensimismado que habla solo para su entorno. Ya nadie le para. El hombre común y corriente de las filas rojas, ese hombre que antes era poco más que un fantasma siguiendo a un líder clietelar, se ha convertido en un ciudadano crítico, que lo emplaza y lo revienta como sucedió en Los Teques. La realidad lo interroga, lo asedia, lo presiona porque el malestar tiene eco, resuena.
Sin embargo, todo eso no es suficiente. Se impone la claridad de objetivos para orientar un plan de acción sustentado en el trabajo organizativo que garantice su viabilidad y no deje espacio a la improvisación. En manos del líder @hcapriles y de la dirección política recae la responsabilidad de darle curso a esa tarea de crisis y política.
por: José Luis Farías