Dadas las circunstancias en que se encuentran los soldados estadounidenses destacados en Irak y Afganistán es de cierto modo previsible que un trastorno como el llamado “desorden de estrés postraumático” (PTSD, por sus siglas en inglés) tenga una alta incidencia entre ellos. Estudios recientes confirman que entre los miembros del ejército que sirvieron en dichos países, aquellos diagnosticados con PTSD pasaron de un 0.2% en 2002 a 22% en 2008.
Sin embargo, al estado constante de peligro y amenaza en que la tropa se encuentra podría agregarse otro sorpresivo factor que explicaría también porqué se han incrementado tanto dichos índices.
Se trata de la prescripción indiscriminada de estimulantes como el Ritalin y Adderall entre el ejército estadounidense, consumo que según algunas estimaciones ha aumentado hasta en un 1000% en cinco años, pasando de 3,000 recetas médicas extendidas a 32,000 en dicho lapso.
Estos medicamentos, como sabemos, se destinan sobre todo al tratamiento del llamado “déficit de hiperactividad” porque supuestamente potencian la capacidad de concentración. La pregunta, claro, es entonces por qué se utilizan entre la milicia estadounidense.
Y la respuesta parece también obvia: porque permite a los soldados mantenerse alertas y despiertos, provocando una liberación inmediata de norepinefrina que fortalece también la memorización. Paralelamente, por la similitud que este químico guarda con la adrenalina, los efectos corporales son también similares a los de un estado de ansiedad sostenido.
Y si bien todavía no se conocen a profundidad las consecuencias reales de esta tendencia farmocológica-castrense, de entrada llama la atención este consumo desmesurado de drogas en un contexto totalmente distinto (y además oficial y ligado al ámbito público) para el que fueron pensadas.