El cáncer es una de las peores enfermedades que se pueden contraer hoy en día, aunque se pueda superar. En muchos casos, los tratamientos, aunque exitosos, son debilitadores y el paciente necesita de un fuerte apoyo social y familiar para poder seguir adelante. Pocos están preparados para enfrentarse a una situación que se ha visto sufrir a los demás pero que nunca habríamos pensado que podría afectarnos a nosotros mismos. Pero, ¿qué ocurre cuando es el propio médico el que sufre una enfermedad así? Y aún más, ¿qué pasa cuando el facultativo padece esa misma dolencia de la que es experto y, por lo tanto, sabe a la perfección por lo que va a pasar?
Es lo que ha ocurrido con tres médicos ingleses, expertos en cáncer de próstata, que quisieron ofrecer su testimonio en las páginas del Daily Mail con el objetivo de compartir su experiencia para ayudar a los enfermos y concienciar a la población sobre la necesidad de realizar revisiones periódicas. En la actualidad, el de próstata es el tumor maligno más frecuente entre los varones, y que suele aparecer a partir de los 50 años.
El siguiente es un trabajo de Héctor G. Barnés para ElConfidencial.com:
Según los datos ofrecidos por la Sociedad Española de Urología en su primer registro anual, realizado en el año 2011, cada año se diagnostican en nuestro país 18.872 cánceres de próstata, lo que significa que entre cada 100.000 habitantes existen unos 46 casos. No obstante, muchos de ellos, el 75%, son potencialmente curables. Pero para eso es necesario localizar la dolencia a tiempo. El urólogo lleva a cabo un test compuesto por tacto rectal y un análisis de sangre para averiguar el nivel de Antígeno Prostático Específico (PSA), además de una biopsia realizada mediante una ecografía transrectal. Los altos niveles de antígeno pueden ser síntoma de la enfermedad, pero también pueden deberse a una infección urinaria, por lo que la biopsia tiene la última palabra. Una revisión a tiempo puede marcar una gran diferencia a largo plazo, como demuestran estos tres casos.
John Anderson, 59 años
Uno de los problemas que ha de afrontar un facultativo enfermo con una dolencia que conoce al dedillo es que sabe perfectamente el calvario que habrá de atravesar y cuánto le queda de vida. Cuando el pasado año le fue diagnosticado al urólogo John Anderson una metástasis en su hígado, sabía que sería todo un milagro si conseguía superar la Navidad de 2012. Pero aún sigue vivo, y más feliz que nunca, ya que considera que este ha sido “el año más feliz” de su vida. En parte, porque ha sido abuelo por primera vez y porque ha visto a su hijo casarse en el jardín de su casa. Pero también, por la propia enfermedad. “La diagnosis de un cáncer avanzado enfoca increíblemente tu mente, abre tus ojos y acaba con tu estrechez de miras”, declaraba al medio británico. “Ahora aprecio mucho más la vida, ya sea la llegada de la primavera, una partida de golf con Sarah o tomar una pinta con los colegas”.
El proceso de Anderson no ha sido nada fácil desde aquella mañana en que localizó un bulto sospechoso en su abdomen, pero aun así, se muestra feliz. A pesar del dolor abdominal que sufre desde noviembre y que le llevó a tomar morfina, y a pesar del largo tratamiento de quimioterapia por el que está atravesando. Tan sólo se arrepiente de una cosa: de no haber podido aceptar el trabajo de sus sueños, ser el presidente de la Asociación de Especialistas Quirúrgicos. Sin embargo, piensa exprimir al máximo el tiempo que le queda, y se dice: “¡hasta que el cuerpo aguante!”
Damian Hanbury, 56 años
El primer signo que este urólogo sintió fue una creciente dificultad para miccionar. A pesar de ello, no se alarmó ni pensó que fuese un serio candidato a padecer cáncer de próstata, ya que no contaba con antecedentes familiares de ningún tipo. Estaba muy equivocado: la enfermedad se había extendido más allá de dicho órgano, por lo que extirpar este no solucionaría nada. Esto también provocaba que sus posibilidades de sobrevivir descendiesen del 90% a una cifra que se encontraba entre el 70 y el 80% si la enfermedad se había extendido fuera de la cápsula de la próstata, pero hasta el 20 o el 30% si afecta a otros órganos o llega incluso a los huesos. Esa es la razón por la que una diagnosis temprana puede ser tan importante, recuerda Hanbury.
La medicación tomada por el facultativo, basada en Zoladex, que se inyecta bajo la piel del abdomen, tuvo sus complicados efectos secundarios, hasta que los médicos decidieron que su cuerpo se había acostumbrado a la medicación. Era el momento de dar un salto adelante, y comenzar el tratamiento con radioterapia, a lo largo de siete semanas. Ello le hizo perder peso y pelo, sufrir dolor y problemas al orinar y para mantener erecciones, sensación de cansancio y aumento de pecho. Sin embargo, en junio de 2011 su tratamiento había terminado y todo volvió a la normalidad. Fue un duro proceso, pero mereció la pena.
Roger Kirby, 62 años
Como en el caso de Hanbury, todo comenzó al notar un aumento sospechoso de su nivel de PSA al que, curiosamente, no acompañaron otros síntomas. Una desagradable sensación de cansancio durante una visita en bicicleta a la Patagonia le llevó a preocuparse, y un escáner y una biopsia confirmaron los peores augurios. Una vez fue diagnosticado, Kirby tenía claro quién quería que lo trataste: el profesor Prokar Dasgupta, un pionero de la robótica urológica que había sido alumno suyo.
La historia de Kirby es mucha más sencilla que la de sus colegas, y él mismo la define como “un paseo por el parque”. La razón es que fue localizado en una etapa muy temprana y, por lo tanto, aún no se había extendido hacia el exterior. Por eso mismo, simplemente con extirpar la próstata sería suficiente. Y así se hizo, pero con los últimos avances quirúrgicos de por medio. Ello no le impidió padecer algunos de los efectos secundarios más engorrosos de estas situaciones, como son la impotencia y la incontinencia. Como señala el profesor, “incluso cuando te has recuperado de la enfermedad, como es mi caso, la ansiedad sigue presente”. Quizá estas historias puedan contribuir a que los que sufren esta dolencia sientan esa ansiedad de forma menos acuciante.