Hoy el mundo católico, cristiano todo, e inclusive entre aquellos que no profesan nuestra concepción del mundo, contando a los agnósticos entre estos, han tenido que admitir que el más reciente sucesor de Pedro, el Papa, el Obispo de Roma, Francisco, ha llegado para revolucionar al mundo, para dejar una huella que ya empieza a ser imperecedera.
Al oír hablar a este Santo Padre, me llega a la memoria lo que sentía mi pecho de niño al ver por televisión aquel señor ya entrado en años que hablaba un español raro, casi mezclado con otra lengua, un idioma que entendía aunque no se me parecía a otros, y que llenaba de amor a todos con tan solo una mirada o un gento, me hace rememorar a Juan Pablo II, el Grande.
Jorge Mario Bergoglio, con su carisma, con su afán de luchar por lo que sueña: por un mundo mejor para todos, es digno ocupante de la misma silla que Juan Pablo II y Juan XXIII ocuparon, es un líder de fe, un hombre que encierra todo lo que debe representar el Vicario de Cristo en la Tierra.
Son grandes las expectativas que tiene que llenar el nuevo Sumo Pontífice que en los días pasados estuvo en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) uno de los legados de Juan Pablo II.
El Papa peregrino dejó iniciativas como ésta de apoyo a la juventud; con su voz, con su sapiencia, con su rigor, con su combate en contra de la opresión y la tiranía, sembró una forma de defender, de vivir, y de sentir el papado y el catolicismo, por eso, es ícono para quienes vienen detrás de él.
Sin embargo, a pesar de todo lo expresado, es la visión social de la iglesia lo que más hermana al Papa polaco con Papa argentino. Hace unos días me encontré con esta aseveración del entonces obispo Bergoglio:
«Es necesario que cada uno recupere cada vez más la propia identidad personal como ciudadano, pero orientado hacia el bien común»…«si el ciudadano es alguien que está citado y obligado a dar para el bien común, ya está haciendo política, que es una forma alta de la caridad, según los documentos pontificios».
Juan Pablo II, en su Encíclica Centesimus Annus, donde analizaba, recordaba, reflexionaba, sobre la Encíclica Rerum Novarum, tal como lo había hecho anteriormente Pío XI en su Quadragesimo Anno y Juan XXIII en su Mater et Magistra, esboza con magistral tino la realidad social del mundo actual, la complejidad de las relaciones humanas y el llamado de la Iglesia para defender el bien común, y la justicia social, mediante la caridad como acción cristiana, humana y solidaridad.
El Papa Grande, el peregrino, el hombre que consagró a la santísima Virgen la Unión Soviética y gracias a la fe llegó el fin de aquél imperio ateo, abonó las teorías, acciones y métodos para hacer de la Iglesia y de los defensores de la Doctrina Social de ésta actores vivos en procura del resguardo de la creencia y el amor entre hermanos.
Quien no quiera a su prójimo, quien no sienta compasión en su alma, quien no llene su vida con la dicha de la caridad y del amor, entonces está entregando su existencia a la perdición, y por años Juan Pablo lo advirtió, lo rogó, por ende, sus esfuerzos encontraron cauce y hoy tenemos un Papa vigoroso, firme, y consciente de la lucha que se debe dar.
Juan Pablo II dijo “no tengas miedo” y quienes somos católicos, quienes somos cristianos, jamás tendremos miedo y menos cuando llevamos abiertas las banderas de la justicia, cuando buscamos extender nuestras manos a los necesitados, a los olvidados, a los marginados.
El Papa Francisco, en medio de una “favela” brasileña, nos vuelve hacer la invitación de León XIII, de Pío XI, de Juan XXIII, de Juan Pablo II, del Papa teólogo Benedicto XIV, de vivir para ayudar, de ayudar para vivir.
Por: José Dionisio Solórzano / @jdsolorzano