Soy un anónimo, tengo nombres y apellidos: Gusmar Carleix Sosa Crespo, pero soy un anónimo en el extenso, aunque aparentemente exclusivo, universo literario. He publicado algunos relatos en antologías digitales, otros en antologías físicas. Una sola novela hasta ahora: Rubia. Auto-publicada, con el apoyo de un sello editorial pequeño, Negro Sobre Blanco Grupo Editorial, una imprenta emergente que está apoyando a los anónimos siendo una casa donde puede materializarse el sueño de ver los manuscritos como libros, tener un lote para compartirlo y así calmar con gotas la inmensa sed que nos azota. No muchos ejemplares, y todos distribuidos por mí, entre amigos y conocidos. Por cierto, me la editó Febe Mendoza, uno de los ángeles con los que he tropezado en los intentos de mis empeños.
En ese amplio universo literario yo tránsito por los callejones oscuros y estrechos, por donde no pasan automóviles, ni transitan “los grandes”. En estos callejones no hay fiestas convocadas por las grandes empresas editoriales, de esas donde se reúnen agentes literarios y editores a festejar los logros que, aunque no son suyos, bien saben disfrutar. No señor, hay tascas, eso sí. Tascas llamadas “de mala muerte”, donde se puede comprar ron del barato, ese que quema y oprime mientras libera y sacia un poco la sed de los anónimos.
Allí nos reunimos a veces, sépalo mi Don. ¡Y vaya que sabemos disfrutar nuestro ron y nuestro rinconcito! Nos olvidamos por un rato de lo jodido que está el universo, intercambiamos los ejemplares artesanales, “hechos en casa”, nos comprometemos a hacer notas en nuestros blogs. ¡Bendito internet que nos redime y nos salva en estos tiempos donde el universo conspira en nuestra contra! Entre nosotros nos prologamos, y nos echamos una mano en la distribución de nuestros trabajos.
Somos los nadie, los que no existen, los de los intentos fallidos, pero hemos aprendido en cada intento un camino diferente, somos los de los mil y un camino. ¡Ah! ¡Pero cómo brindamos por nuestros logros de callejones! ¡Es puta la alegría! Que nos embriaga de a poco, aunque al amanecer la luz del día nos opaca. Somos criaturas nocturnas, Don García, criaturas nocturnas, algún dios nos maldijo, pero sabemos burlarnos de los dioses y las maldiciones.
Cojones tienen los “alguien”, esos sí que tienen cojones. Hace poco, un “vocero” del universo literario hizo una declaración, fíjese cómo está este hijo de puta universo, él decía representar a los verdaderos escritores venezolanos, y que la XVIII edición del Rómulo Gallegos no tenía el apoyo de los verdaderos escritores venezolanos.
Y yo, un don nadie, un anónimo, que con esfuerzo envié los siete ejemplares de mi novela Rubia, participando por primera vez en el certamen por cosas del universo, fui uno de los 22 venezolanos ninguneados por ese vocero. Y en mí están encarnados un buen lote de autores anónimos, porque algo sí hemos aprendido los anónimos: a ser uno. Nos vamos reconociendo de a poco, hace algunos años me creía el único que transitaba los callejones. Pero fui tropezando con otros, poco a poco, mi Don, poco a poco. Y así algunos proyectos se han consolidado. Hemos aprendido de alianzas, de hermandad, ejercitamos unos con otros, nos criticamos entre nosotros y vamos evolucionando, aunque allá arriba no nos noten todavía.
Que me disculpen sus seguidores, Don García. No creo que usted se ofenda porque un anónimo que juega a ser escritor lo tome como destinatario de una absurda y romántica carta. Debo confesar que estoy consciente de que usted tal vez ni lea esta carta. Estará ocupado en sus proyectos o disfrutando de los días buenos, cosecha de sus esfuerzos, o luchando por sobrevivir a la vejez y sus desventajas. Pero estoy seguro que muchos de sus seguidores podrían leerme, y sé cómo son los fanáticos.
«¿Qué se creerá este don nadie?», «¿cómo se le ocurre escribirle una carta al Gabo?».
Claro, algunos lo llaman Gabo, supongo que así se sienten más cercanos a usted. Yo no intento establecer un vínculo, no es el propósito de esta carta, nace más bien en medio de un despecho literario.
Imagino que algunos se ríen mientras me leen, «no estoy a su nivel». Porque ya lo sabe, que en esto de la industria literaria los niveles existen, y usted con un nobel a cuesta, está en la cúspide de la industria. Yo soy un anónimo oveja negra (pausa: nada que ver con el sello editorial Oveja Negra, sino que mi naturaleza es rebelde), así que le advierto que estoy inconforme con eso de los niveles, con esa «mala maña» de las empresas editoriales que se enganchan con los de «alto nivel» y olvidan que la literatura renace a diario en los callejones.
¿Recuerda usted los callejones? Estoy seguro que los recorrió, que escribió en ellos, que supo de las noches largas donde el desvelo protagoniza los cuentos de terrores encarnados, esos donde danza la insatisfacción y esa puta sed que ahoga, donde atormenta tener tanto por decir y el deseo de ser leído frente a la indiferencia de «los agentes» y las editoriales.
Sobre usted hay muchos mitos, no soy un fanático suyo, lo confieso, no soy de los que andan averiguando la vida y el pasado de los escritores de la cúspide. Sin embargo, es inevitable escuchar cosas sobre usted. Una vez escuché que cuando iba a entregar el manuscrito de «Cien Años de Soledad» a su agente, se le cayó en un charco de agua y perdió valiosas páginas de la obra y tuvo que escribirlas de nuevo. Imagino la desgracia que significó para usted eso, pero debo confesarle que sentí un alivio al escuchar ese cuento.
¡Carajo! ¡Qué alivio sentí! ¡Ah! Es que un anónimo, que vive fracasando en su intento de surgir en estos mundos de industrias exquisitas, para las que la literatura es un negocio y no una sed, siente alivio y esperanza cuando escucha que uno de los de la cúspide vivió fracasos como los suyos. Una tonta y estúpida ilusión nos hace pensar que tal vez un día contarán nuestros fracasos también.
¿Qué habría pasado si usted al ver las páginas diluyéndose en aquel charco de agua se hubiera rendido? ¿Aun estaría escribiendo desde los callejones?
Yo le voy a confesar algo que podría costarme el desprecio de sus seguidores, para mí «Cien Años de Soledad» no es tan grandiosa como considero otras obras suyas. Pero ella le dio un nobel, así que tal vez hoy sea su consentida. Aunque entre esas cosas que he escuchado por ahí, se dice que desprecia usted a “Cien Años de Soledad”, o que no le tiene el aprecio que algunos creen, o algo así, mi Don. Yo debo aprovechar la ocasión para decirle que hay tres trabajos suyos, que para mí constituyen una obra grandiosa, sublime.
Me refiero a «El Amor en Tiempos de Cólera», «Del amor y Otros Demonios» y «Memoria de mis Tristes Putas». Y otra cosa, antes que la olvide, siempre me lo he preguntado, si usted es el padre del realismo mágico y su criatura nace del vientre de «Cien Años de Soledad», ¿por qué no volvió a presentarnos a su hijo? ¿Por qué no encuentro realismo mágico en otras de sus obras? No voy a hacer un análisis de sus obras, ni una interpretación, eso me tocó en el bachillerato, cuando leerlo a usted era obligado por asuntos de estudio; le confieso, en esa obligación le encontré el gusto a sus otras obras, aunque debía basarme en Cien Años de Soledad, para poder entenderlo, recorrí esas que ya mencioné y «El Coronel No Tiene Quien le Escriba», «Crónicas de una Muerte Anunciada» y otras más, y entonces me di cuenta que es usted un gran escritor, tanto como nuestro Don Rómulo Gallegos. Cien Años de Soledad, para mí, es sólo una leyenda, y perdone: un producto fabricado por la industria.
¡Esa desgraciada manía de industrializar el arte y fabricar productos con él! Manía que nos tiene jodidos a los que amamos el arte, y no digo que usted no lo ame, digo que la empresa editorial está inundada de lobos. Y esos lobos nos están truncando a los anónimos; pero, Don García, no tanto a nosotros, sino a la literatura misma. A la contemporaneidad, porque sí existimos, no joda, existimos y escribimos, existimos y amamos el arte, existimos y queremos hacer trascender la voz que susurra desde los callejones, existimos y queremos que mañana se sepa que el universo literario se construye también desde estos lugares, porque desde aquí hay historias para contar, hay fondo y forma, hay estilos y géneros que no han sido nombrados, es decir, que no tienen nombres y tampoco se les pronuncia.
Yo ya no quiero ser como usted, y disculpe que se lo diga, le repito que muchas de sus obras reflejan a un autor hábil y apasionado. En mi adolescencia envidié la cantidad de novelas escritas por usted, encontraba tantos títulos suyos que quise ser fructífero como usted. Aunque me impresionó más mi Don Rómulo Gallegos, su poder narrativo, las agonías por las que me paseó haciéndome uno con sus historias, la variedad de sus títulos, entre otras cosas. El asunto es que hoy me he dado cuenta que para ser como usted, por el camino que me imponen las circunstancias propiciadas por el comportamiento del “universo editorial”, debo darle más importancia a “las modas” que a mi sed de expresarme, y debo abandonar mis callejones, olvidar a los míos, a los anónimos, y venderme a los amos del universo. Y no me diga que no es así, Don García, que si leemos esos productos novedosos podemos notar cómo está mecanizado el mercado, porque a eso se reduce ahora la literatura en manos de ellos: al mercado.
Ni hablar del Nobel. El Nobel, al parecer, en estos últimos tiempos parte la historia de un escritor en dos tiempos. Fíjese que algunos autores de la cúspide y sus premios me recuerdan la evolución de la comprensión hebrea frente a la idea del dios, sólo que a la inversa.
Le explico.
Los hebreos, según refleja su libro santo, que ahora también le pertenece a los cristianos con ciertas añadiduras en el contenido, creían en un dios en el que se reunían todas las poderosas deidades de los pueblos que los rodeaban.
Mientras los pueblos vecinos tenían un dios sol, un dios lluvia, un dios de la ira, etc., los hebreos decidieron tener un dios único, tan poderoso que solito podía vencer a los otros dioses. Ese dios terminó llamándose Jehová, y fue un déspota iracundo y pendenciero. Que los incitó a robarse las tierras que no les pertenecían y arrasar con sus habitantes; ese Jehová, que no es más que una ficción antigua que respondió a intereses políticos, cada vez fue más desgraciado.
El ser humano era su esclavo, fue creado para asumirse como una mierda frente a él. Al terminar el período del Antiguo Testamento y abrirse el período inter-testamentario ese dios quedó en silencio. No habló más y al parecer tampoco actuó. Y los hebreos se hicieron dueños de su destino, por un rato no más. Cuatrocientos años, si mal no recuerdo, duró ese período en el que Jehová se ausentó, es un dato curioso, pues por cuatrocientos años también estuvo el pueblo hebreo esclavizado por los egipcios; aunque está claro que ese asunto es un mito con el que se intentó reformar la coherencia histórica y la consciencia colectiva del pueblo hebreo, un intento exitoso de condicionamiento para fortalecer la autoestima del pueblo. Disculpe mi desvío, mi Don, es que me apasionan esos temas, lo sabría usted y sus fans si yo fuera un autor reconocido y usted y sus fans leyeran mis novelas y cuentos.
Continuemos con lo que le decía.
A partir del Cristo, dicen los teólogos que no hacen teología pero así dicen llamarse, se apertura “la era de la gracia”, el Nuevo Pacto, y el libro “judeo-cristiano” se parte en Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.
Ahora, fíjese mi Don, el Cristo viene a presentar a un dios para todos, padre de buenos y malos, y no que él consideró a algunos buenos y a otros malos, sino que como el hombre se empeña en clasificar y el sector que se impone decide que ellos son los buenos y sus opositores o “inferiores” los malos, entonces el Cristo les dice: “si ellos son los malos, el Padre es padre de ellos también”, y así sutilmente les predica la igualdad. Parece que el dios de los hebreos sufre algún tipo de transformación en los labios del Cristo, y ya no es aquel Jehová violento y airado, según el Cristo es un dios compasivo, que es dios de los que están en la cúspide y de los que estamos en los callejones.
Tal vez en esos cuatrocientos años Jehová estuvo luchando contra el dios presentado por el Cristo, y éste fue el vencedor. ¡Alguien tenía que joder a ese fulano Jehová!
Algunos autores ganadores del Nobel, y de otros premios que los lanzan a la cúspide fueron antes del galardón uno entre los otros, como el dios pronunciado por el Cristo, luego pasaron de la “Era de la Gracia” al Antiguo Pacto, encarnando al Jehová exclusivo, que sólo sirve a los intereses de los amos del universo, a “los buenos”, que no camina por los callejones, que no sabe de llenarse de lodo las sandalias.
¿Hace cuánto tiempo que usted no camina por los callejones que transitamos los nadie de la literatura? ¿Hace cuánto que no comparte un trago de ron en una tasca de mala muerte con un anónimo?
Se necesitan algunos cristos literatos, que entren a esas empresas editoriales a volcar las mesas y ofrecer latigazos, mi Don. Y me parece que esos cristos que se necesitan, no van a emerger desde la cúspide, disculpe mi pesimismo. Es que veo que hay un pacto, que están casados con “el mercado”, y parece que les conviene más guardar silencio y disfrutar “las bondades”. Predicar la igualdad en el ámbito literario tal vez es quedarse sin “lacayos”, así que un escritor Nobel debe seguir siendo superior a un escritor novel.
Ahora voy con mis profecías, nada sensacionalistas, no es la manifestación de una emoción. Es un anuncio, una predicción basada en las charlas que hemos sostenido los anónimos en nuestras tascas, es el resumen de algunas metas establecidas.
Desde la base de los anónimos nacerán los cristos, desde acá vamos dispuestos a volcar las mesas de los que hacen de la literatura un vulgar mercado. Nosotros seguiremos en nuestros callejones, posicionándonos en los rincones del universo, inundando nuestros círculos con proyectos, conquistando lectores que sirvan de eco de los anónimos, lanzando nuestras redes, ensanchando nuestros territorios, adhiriendo a otros a nuestra base, convirtiéndonos en un movimiento cada vez más amplio, más sólido. Pactando entre nosotros, jurando que si uno de nosotros es impulsado a la cúspide, desde allí extenderemos nuestras manos para subir a otro de los nuestros, y a otro más. Y luego, allí arriba haremos descender el escenario para que la igualdad se haga posible. Y que no nos menosprecien los amos del universo, mi Don.
Que usted ya a su edad, ha visto cómo una pequeña idea se convierte en el origen de transformaciones inesperadas. Tal vez nos cueste la vida, puede que lleguemos al final del camino y apenas nuestro logro sea esquematizar estrategias y profundizar el sentimiento anónimo en la literatura, pero el cumplimiento de mis profecías es inminente, porque somos muchos los anónimos, somos legiones y la postmodernidad nos convoca a hacer lo que nos toca. Nosotros demostraremos que un capítulo de la literatura del siglo XXI puede ser escrito desde los callejones, por anónimos, y nuestro logro será motivación para los anónimos que nos heredan.
Don Gabriel García Márquez, venimos con un atentado, y confiamos en nuestras habilidades. Lo bueno de nuestra borrachera es que borrachos de sueños nos creemos suficientes y capaces. Pronto saldrá el primer volumen de la Antología de los Anónimos. Y digo pronto, pronunciándolo como a largo plazo.
Estamos conscientes de lo que nos toca hacer antes. Si a ninguna de las editoriales que tienen la capacidad de reproducir grandes cantidades de ejemplares, y distribuirlos en todo el territorio venezolano y en toda la región, les interesa apoyarnos, no nos detendremos. Recurriremos a las pequeñas editoriales, a las artesanales, a las imprentas cuyas políticas incluyen la redención literaria. Reproduciremos ejemplares desde nuestras casas, desde los rincones del país y la región. Inundaremos los quioscos, las librerías, las esquinas de los semáforos, las redes sociales. Nos pararemos en las entradas de las grandes editoriales a regalar nuestros ejemplares. Van a leernos, y los lectores nos amarán.
Porque mi Don, seremos la voz de aquellos que han sido denigrados por las “altas esferas”, y luego veremos a músicos anónimos, artistas plásticos anónimos, y otros más, organizándose para poner también el mundo al revés. Y todas las artes abrazadas desde el anonimato.
¡Ay mi Don! ¡Usted debe saber que todo es posible! ¡Cuénteles a ellos! ¡Haga su aporte a los que quedamos en los callejones que alguna vez fueron sus escenarios!
Mis hijos contarán a sus hijos y nietos que yo viví en los días de Nesfrán González, de Richard Sabogal, de Francisco j. Ruiz, de Scarlet Gómez Romero, de Miriam Maura Mallorquin, de Alan Dalloul, de Luis Eduardo Ayala, de Rafael Ayala Páez… Y de otros más. Dirán que fuimos anónimos, bebedores de ron, obsesionados con el porvenir, cazadores de historias, ilusos, amantes de utopías. Don García, esa será nuestra gloria, ser pronunciados como los anónimos de nuestros tiempos, trascenderemos como uno.
Y bienaventurados aquellos que vuelvan a transitar los callejones junto a los anónimos, aquellos que vengan a celebrar con nosotros en nuestras tascas, porque ellos serán fragmentos de la memoria histórica de los anónimos.
Nuestras manos están extendidas a todos los anónimos que deseen formar parte de la Antología anunciada, que quieran reunirse con sus hermanos anónimos, aquí estoy yo con mi botella de ron, queriendo celebrar con los que siguen dispersos, a mí lado mis hermanos, buenos escritores, incansables, soñadores, obstinados.
Una determinación nos une, un amor nos convoca, una pasión nos dirige. Poetas, cronistas, cuentistas, ensayistas, teólogos, filósofos, vendedores de computadoras que por las noches se sientan a escribir, maestros de escuelas que escriben cuentos para ilustrar enseñanzas, desempleados que se ganan la vida con empleos informales y no sueltan las ganas de ser leídos, que van escribiendo mientras caminan, escribiendo en sus celulares para luego llegar a casa a transcribir sus teofanías, aquí estamos.
Ateos, creyentes, pesimistas y optimistas. Aquí compartimos el pan, celebramos los logros del otro como propios, lloramos las frustraciones del otro como propias, nos acompañamos. Algunos somos ermitaños, bajamos de nuestras montañas cuando es necesario, y hemos aprendido a disfrutar de las reuniones. Nos mantenemos en contacto por correo electrónico, por los chat de las redes sociales, o por mensajería celular: pin, whatsApp, textos. Vamos armándonos como una red.
Anónimos de todos los rincones del país y la región latinoamericana a ustedes un abrazo, desde esta base de los anónimos.
Por: Gusmar Carleix Sosa Crespo /@Gusmarsosa