Consumir alcohol periódicamente trae consigo múltiples consecuencias, algunas positivas como relajarse, acceder a estados “inusuales” de conciencia (con la percepción alterada que ello implica) e incluso ciertos tipos de alcohol, en particular el vino, pueden representar beneficios para nuestra salud. Sin embargo, también existe el otro lado de la moneda. El alcohol puede servir como catalizador para alimentar nuestra frivolidad psicosocial, nos ayuda a evadir ciertos aspectos de nuestra personalidad que debiéramos de trabajar sobriamente, como por ejemplo la timidez o la falta de carisma, nubla la claridad de propósitos, etcétera.
Y dentro de este último grupo de cualidades poco deseables ahora se suma el debilitamiento del sistema inmunológico de una persona. Lo anterior se traduce en que los bebedores regulares son significativamente más vulnerables ante el ataque de virus, incluido el VIH. Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachusetts expusieron glóbulos blancos —los protagonistas en la defensa del cuerpo frente a infecciones— a químicos que simulaban bacterias y virus. A la mitad de estas células se les introdujo alcohol, en niveles proporcionales a los que tendría una persona que bebe alrededor de 28 copas semanales.
A continuación se analizó el comportamiento de ambos grupos de glóbulos blancos, enfatizando en su capacidad para reaccionar ante ataques virales. Y los científicos confirmaron que el grupo que tenía alcohol presente respondían con tan solo el 25% de la eficacia en comparación al otro segmento, aquellas células que no estaban influenciadas por la presencia de alcohol.
Así que si eres cliente frecuente de gripes, malestares estomacales o alguna otra infección, tal vez la respuesta esté dentro de tu copa.
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